Homilía: 10º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C
Celebrando la misa, dando consejo a un
adolescente que sufre de cáncer, asistiendo con una reunión del ministerio de
la juventud, lavando mi ropa, celebrando una boda, asistiendo con una fiesta de
graduación, respondiendo a una llamada de emergencia al hospital, y jugando en
un partido de softball... Esto resume bastante bien mis actividades desde la
tarde del jueves hasta la tarde de sábado (oh, y yo comí, dormí e hizo algunas
oraciones una o dos veces en medio de todo eso). Mira, no se comparten estas
cosas porque yo quiero que ustedes piensen que soy tan importante. Tampoco no
se comparten estas cosas porque quiero piedad de mí porque soy "tan
ocupado". Más bien, se comparten estas cosas porque al reflexionar sobre
estas 48 horas, nada de esos varias experiencias me causo pensar: "¿Qué hago
yo?" Me permiten explicar.
Al igual que toda vocación, la
vocación al sacerdocio es rica y compleja. Mientras que en la superficie puede
parecer que el sacerdote está aquí para conducirnos en la oración y de otro
modo ser un tipo de "profesional de cosas espirituales" (al igual que
un médico es un profesional de cosas médicas y un contratista es un profesional
de las cosas de la construcción), la plenitud de lo que es el sacerdocio es
mucho más profundo que eso.
Al reflexionar sobre estas 48 horas, y
en lo que la plenitud del sacerdocio es (o, tal vez, incluso sería bueno que
decir de por qué el sacerdocio es),
me siento como que puedo reducirlo a sólo unas pocas cosas principales. En
primer lugar, el sacerdote, más que ser un "experto en las cosas
espirituales", está destinado a ser un recordatorio de la presencia física
y la cercanía de Dios en el mundo y para ser su profeta. En el libro de Deuteronomio
el autor proclama, "¿Qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a
él como el Señor, nuestro Dios, es para nosotros cada vez que lo
invocamos?" Esta cercanía, por supuesto, se amplificó infinitamente cuando
Dios, a sí mismo, tomó forma humana para que pudiera caminar entre nosotros,
comer con nosotros, hablar sus palabras a nosotros directamente, y sufrir con y
para nosotros. Desde entonces Dios ha seguido siendo tan cerca de nosotros en
la forma de sus sacerdotes. Para ver a un hombre caminando en ropa de color
negro y un cuello blanco es un recordatorio de que Dios está siempre cerca. Y
un sacerdote siempre debe tener cuidado de las palabras que él le habla, porque
siempre habla como un profeta de Dios.
En segundo lugar, el sacerdote es
alguien que intercede a Dios en nombre de las personas. En otras palabras, él
es el que toma las oraciones, alabanzas, y las ofertas de las personas y los
presenta ante Dios. Esto es más evidente aquí en la misa cuando, en el
ofertorio, presentamos nuestros dones al Señor que se ofrecerán a él en este
altar. Todos ustedes traen sus dones a mí, uno elegido de entre ustedes, de
manera que puedan ser ofrecidos a Dios colectivamente, junto con nuestras
peticiones y nuestras alabanzas, en acción de gracias por las abundantes
bendiciones que derrama sobre nosotros. Esto sucede en otras situaciones,
también, sin embargo. Al igual que cuando una persona enferma y sufriendo
pedirá al sacerdote a rezar en su nombre, porque están en demasiado sufrimiento
para orar a sí mismo. El sacerdote está destinado a ser el uno a través de los cuales
podemos estar seguros que Dios escucha nuestras oraciones.
En tercer lugar, el sacerdote está
destinado a ser un conducto a través del cual las bendiciones de Dios vienen a
su pueblo. En otras palabras, el sacerdote no es un canal
"unidireccional", pasando oraciones, alabanzas, y las ofertas de la
gente a Dios solamente, sino más bien un "bidireccional" canal en el
que Dios envía sus bendiciones a su pueblo. Una vez más, esto se efectúa más
concretamente en los sacramentos, que son siete formas prácticas en que
recibimos la gracia de Dios; pero también sucede cuando recibimos una palabra
de consuelo o dirección de un sacerdote que nos recuerda que la gracia de Dios
está siempre disponible para nosotros cuando lo buscamos.
Estas características del sacerdocio
están respaldadas por las Escrituras, incluso las que hemos escuchado hoy. En
la primera lectura, hemos escuchado acerca de cómo el profeta Elías intercedió
con Dios en nombre de la viuda en cuya casa se hospedaba para revivir a su hijo
para que ella no estaría sola. Dios escuchó la oración del "hombre de
Dios" y respondió a restaurar el hijo de esta mujer a ella. En la segunda
lectura, hemos escuchado San Pablo diciendo que había sido "apartado desde
el vientre de su madre" para la tarea de proclamar la verdad de Dios para
el mundo—una verdad que había recibido en la revelación directa de Dios—no
debido a su excepcional mérito (él mismo admite que él era el mayor perseguidor
de la Iglesia), sino simplemente porque Dios lo había llamado. Por último, en
la lectura del Evangelio, hemos escuchado a Jesús mismo—Immanuel: Dios con
nosotros—actuando en su papel de sumo y eterno Sacerdote y trayendo bendición
de sanidad de Dios al restaurar a la vida el hijo de la viuda de Naín. /// El
sacerdote como la presencia y la voz profética de Dios, como uno que intercede
ante Dios en favor de su pueblo, y como alguien que trae las bendiciones de
Dios a su pueblo. Este es el sacerdocio que hoy en día continúa siendo vivido
por mí y mis hermanos sacerdotes.
Todos nosotros estamos muy
familiarizados, sospecho, con el tema temeroso sobre la escasez de sacerdotes
en la Iglesia. Desafortunadamente, creo que este tema temeroso tiende a
centrarse en el tema equivocado. A menudo se centra en "¿Tendremos un
sacerdote de mi parroquia?" Y "Si no, ¿Que vamos a tener que
cerrarla?" Estas son preocupaciones válidas, es cierto. Pero creo que la
preocupación más necesario debe ser una preocupación de que las tres cosas que
he mencionado faltarían para nosotros: que no habría nadie que sería un signo
de la presencia viva de Dios entre nosotros, que no habría nadie para ofrecer
nuestras oraciones, alabanzas y sacrificios a Dios en nuestro nombre, y que no
habría nadie para traer las bendiciones de Dios a nosotros en formas concretas.
Tal vez estas preocupaciones subyacen nuestra preocupación por nuestras
parroquias, pero es útil para decirlo en voz alta.
Mis hermanos y hermanas, este próximo
sábado nuestro Obispo ordenará a dos hombres al sacerdocio para nuestra
diócesis; para esto ¡debemos alegrarnos! Pero también debería estar activado
para promover las vocaciones al sacerdocio entre nuestros jóvenes. Yo les
garantizo que no es culpa de Dios que hay una escasez de sacerdotes, porque Él no
está fallando para llamar a los jóvenes a esta vocación, más bien que no
estamos haciendo lo suficiente para asegurar que los jóvenes están escuchando
esta llamada. Nuestro Señor quiere hacer muchos más milagros en nuestros días,
y él desea sacerdotes para ayudar a lograrlo. Y así, comprometámonos a promover
esto entre nuestros jóvenes; y comprometámonos a apoyar a los jóvenes ya
respondiendo a este llamado. Porque cuando lo hacemos, nos aseguramos de que la
poderosa presencia de Dios entre nosotros permanecerá visible y activa; y, a
través de su gracia derramada sobre nosotros, nuestro mundo será transformado
para prepararnos para la gloria que nos espera en la vida eterna: la gloria que
vemos débilmente ahora, aquí en esta Eucaristía.
Dado en la parroquia
Todos los Santos: Logansport, IN
5 de junio, 2016
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