Homilía: 3º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo A
Hace diez años, acababa de cumplir mis
primeros seis meses como sacerdote. Mi pastor, el Padre Mike, pensó que sería
una buena idea que regresara a Guatemala (donde estudié español por primera
vez) para evaluar cómo me estaba yendo en español y tomar algunas lecciones que
podrían mejorar mi español. Me encantó mi tiempo en Guatemala cuando visité por
primera vez y, por lo tanto, no hace falta decir que apoyé con entusiasmo esta
idea.
Cuando llegué a Guatemala, me sentía
bien acerca de cómo me iba en español. Sabía que todavía estaba tropezando con
muchas palabras y con las conjugaciones correctas, pero pensé que había
mejorado mucho y confiaba en que este viaje me ayudaría a pasar al siguiente
nivel. Los primeros días que pasé con mi maestra, sin embargo, revelaron algo
diferente.
En esos primeros días, hablé con
confianza con mi maestra. Sin embargo, rápidamente me frustré, ¡ya que parecía
que estaba corrigiendo casi todas las oraciones que traté de decir! Al final
del segundo día, estaba tan frustrado que me detuve y le dije: “¿Qué idioma he
estado hablando? ¡Obviamente, no era español!”. Con calma me aseguró que era
español lo que estaba tratando de hablar, pero que, en mi esfuerzo por
comunicarme sin una gran capacidad en el idioma, había desarrollado algunos
hábitos de hablar que eran incorrectos. Me aseguró que podría ayudar a corregir
estos hábitos en los próximos días.
Cuando me fui de Guatemala todavía
estaba frustrado y mucho menos confiado en mí habilidad para hablar español. Mi
maestra me había hecho muy consciente de cómo estaba hablando y así, después de
regresar a la parroquia, me encontré muy indeciso de hablar en español. Me
sentí abatido y durante los meses siguientes, consciente de todas las formas en
que había estado hablando incorrectamente, seguí encontrándome con mis malos
hábitos, en lugar de encontrar los nuevos hábitos correctos. Esto fue un gran
revés para mí y no estaba seguro de poder recuperarme.
Finalmente, alrededor del comienzo de
la Cuaresma de ese año, algo se abrió paso. Sin ningún cambio particular en mi
comportamiento, algo “cambió” en mi cerebro y comencé a usar más palabras y
conjugaciones correctas, en lugar de encontrarme con las barreras de mis malos
hábitos. Fue como si una nueva luz comenzara a brillar en la oscuridad que desbloqueó
mi capacidad para participar en el ministerio pastoral de una manera más
efectiva. Como todos saben, estoy seguro, todavía estoy lejos de ser perfecto,
y es probable que algunos de mis malos hábitos hayan regresado, pero no me he
sentido inseguro de mi capacidad para corregirme a mí mismo desde que ocurrió
ese avance. (¡Por esto, estoy agradecido ya que ha desbloqueado las bendiciones
de ministrarles a todos ustedes!)
Creo que, si alguno de nosotros
reflexiona sobre su vida, cada uno encontrará situaciones en las que nos
encontramos con alguna adversidad que amenazó nuestro logro o prosperidad, y
que nos hizo sentir abatidos o rechazados de alguna manera. Una reparación o
renovación en su casa que pensó que podría hacer usted mismo y que terminó llamando
a un profesional para que la terminara. Un ascenso en el trabajo que estaba
seguro de que le había ganado, solo para ver que se lo dieron a otra persona. Un
examen para la que creía estar preparado y acaba reprobado. Quizás lo que
también encontramos, sin embargo, es que a través de la humildad y la
aceptación de nuestras limitaciones pudimos desbloquear nuevos niveles de
confianza y capacidad que nos hicieron más resistentes a futuros encuentros con
la adversidad, como si una nueva luz estuviera brillando en nuestras vidas.
En la primera lectura de hoy,
escuchamos la profecía de Isaías de que una tierra que, en un momento, parecía
ser rechazada por Dios (las tierras de Zabulón y Neftalí), ahora sería
favorecida por él. Isaías describe este cambio en las bellas palabras poéticas
que recordamos de nuestra celebración de la Navidad: “El pueblo que habitaba en
tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz
resplandeció.” Por supuesto, en el contexto de nuestra Misa de hoy, Isaías está
anticipando la venida de Cristo a esas mismas tierras—el área de Galilea que
conocemos tan bien por los Evangelios—donde se manifestó como el Mesías tan
esperado, trayendo una gran luz a esa gente y a la gente de todos los tiempos.
Sin embargo, también podemos ver cómo Dios nos está mostrando cómo nos enseña:
que a menudo nos permitirá sufrir algún tipo de rechazo para enseñarnos la
humildad y la perseverancia, pero luego abre nuevas oportunidades para nosotros
que no podríamos haber realizado si no hubiéramos crecido primero en
resiliencia debido a la adversidad. En otras palabras, Dios nos permite
experimentar la oscuridad de la adversidad para que podamos experimentar un
mayor gozo y confianza cuando su luz atraviesa esa oscuridad para abrir nuevas
oportunidades para nosotros.
Reflexionando sobre el Evangelio de
hoy, me pregunto si Jesús “se retiró” a la tierra de Galilea porque se sintió
abatido por el arresto de Juan el Bautista. Me pregunto, entonces, si no se
hubiera retirado, ¿habría elegido a Pedro y Andrés, Santiago y Juan, o habría
elegido a otros? Ciertamente no podemos saberlo con certeza, pero ese momento
de adversidad ciertamente movió a Jesús en una nueva dirección que abrió para
él (y para sus primeros discípulos) nuevas oportunidades que quizás no haya
tenido.
Quizás no tengamos mejor ejemplo para
nosotros que lo que celebramos este fin de semana en nuestra nación. Durante
los últimos 49 años, hombres y mujeres de buena voluntad han marchado en
Washington D.C. para protestar por la protección legal del aborto en este país.
A lo largo de estos años, la mayoría de nosotras sentimos que la oscuridad del
aborto nunca nos dejaría. Sin embargo, perseveramos en la fe y la humildad y el
año pasado brilló una gran luz en nuestras tinieblas: ¡se eliminó la protección
absoluta del aborto en este país! A partir de esta luz, se ha desbloqueado en
nosotros una nueva confianza y capacidad para hacer más y más para proteger las
vidas de los niños por nacer y ayudar a sus madres. Sin ese tiempo de
oscuridad, no estoy seguro si estaríamos listos para hacer todo lo que se
necesita hoy.
Mis hermanos y hermanas, estas lecturas
y lo que nos revelan son para nosotros un signo de la gran riqueza de la
Palabra de Dios. Mientras reflexionamos este fin de semana sobre esta gran
riqueza, demos gracias a Dios porque se ha hecho cognoscible y conocido. Démosle
gracias también por las adversidades que hemos vivido (y, quizás, estamos
viviendo ahora) y por la luz nueva que ha traído (o está trayendo) a nuestra
vida a través de ellas. Finalmente, habiendo visto cómo, a lo largo de la
historia, ha llevado a su pueblo fiel a través de cada adversidad a su gloria,
comprometámonos a confiar en Dios y a caminar fielmente con él cada día
mientras nos conduce a través de esta oscuridad hacia la plenitud de su luz: el
reino de los cielos que, aun ahora, está aquí, presente entre nosotros.
Dado en español y
ingles en la parroquia de San Pablo: Marion, IN
21 de enero, 2023
Dado en la parroquia de
San Jose: Delphi, IN y Nuestra Señora del Carmen: Carmel, IN – 22 de enero,
2023
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