Sunday, October 23, 2022

El poder para permanacer fiel

 Homilía: 30º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C

         Hermanos, hoy nuestras Escrituras nos presentan estas maravillosas palabras de consuelo: que Dios es un Dios de justicia y que escucha el clamor de los oprimidos. Él escucha de buen grado al que le sirve y “no está lejos de sus fieles”. De hecho, la Escritura dice (en un lenguaje maravillosamente poético), “La oración del humilde atraviesa las nubes, y mientras él no obtiene lo que pide, permanece sin descanso y no desiste, hasta que el Altísimo lo atiende y el justo juez le hace justicia”. Curiosamente, sin embargo, lo que este pasaje no afirma directamente es ¿cómo atiende el Altísimo la oración del humilde? En otras palabras, ¿cómo lo hace?

         Esta es una pregunta importante porque la respuesta que le demos tendrá un impacto profundo en cómo pensamos acerca de Dios. Lo que quiero decir es esto: muchas personas creen que Dios es bueno y que, por lo tanto, cuando a las personas buenas les suceden cosas malas, Dios debe responder y restaurar a esa persona buena lo que se había perdido. Estas mismas personas también creen que un Dios bueno no debe permitir que les sucedan cosas malas a las personas buenas y que debe hacer que sea imposible ser injusto. Debido a que estas personas esperan todas estas cosas, pierden la fe en Dios cuando parece que él no responde de esta manera. Todos conocemos personas que han hecho este argumento, ¿verdad? “No puedo creer en un dios que dice ser bueno y todopoderoso y, sin embargo, permite que sucedan cosas tan malas, especialmente cuando les suceden a las personas buenas”. Sin embargo, lo que estas personas no preguntan es: “¿Qué pasa si me equivoco acerca de lo que espero que Dios haga?” Entonces, es importante que nos preguntemos: “Cuando Dios ‘atiende la oración del humilde’, ¿cómo lo hace?”

         Hermanos, la respuesta que Dios parece mostrarnos es esta: Dios “atiende la oración del humilde” cuando nos da poder para permanecer fieles a pesar de la oposición y la tentación de la depravación de los demás. Quizás, en la superficie, esto no suena como una buena respuesta. “Dios, quien es todopoderoso y ama la justicia, va a usar su omnipotente poder para vencer la injusticia dándonos el poder de perseverar en actuar con justicia en el mundo, incluso mientras los que no creen en él continúan perpetuando injusticia." Incluso mientras digo estas palabras, no suenan muy convincentes. Sin embargo, creo que cuando miramos un poco más profundo, podemos ver que esta es en realidad una respuesta mejor.

         Tomemos un momento para recordar que Dios no solo es todopoderoso, sino que también lo sabe todo. Esto significa, por supuesto, que no solo sabe todo lo que ha sucedido y está sucediendo en todo el universo (incluso nuestros pensamientos más secretos), sino que sabe todo lo que sucederá. Esto significa que él ve el fin último de todos nuestros pensamientos y acciones en el mundo. También sabe que creó este mundo como un medio para que lo conozcamos, lo amemos y lo sirvamos en preparación para la vida eterna con él. Por lo tanto, su objetivo al actuar en este mundo no es eliminar la injusticia (aunque él sí lo quiere), sino que cada uno de nosotros persevere en servirlo para que ninguno de nosotros pierda el don de la vida eterna. Sabe que, si todos en el mundo perseveraran en servirlo (es decir, actuando con justicia), esa injusticia sería eliminada; pero ese no es el objetivo: el objetivo es que todos reciban el don de la vida eterna.

         Bajo esta luz, parece tener más sentido que Dios nos dé poder para permanecer fieles frente a la oposición y la tentación de la depravación de los demás. Más evidencia de esto está en nuestra segunda lectura de hoy. San Pablo, escribiendo a san Timoteo, exalta la gracia de Dios que le ha hecho posible perseverar en el anuncio del Evangelio de Jesucristo a pesar de la gran oposición. Él escribió: “El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos”. Ahora, al final de su vida, confía en que recibirá de Dios la “corona merecida”, es decir, la recompensa por la fidelidad, que es la vida eterna. /// Dios nos escucha cuando clamamos a él en nuestra necesidad; y él responde dándonos la gracia (es decir, el poder) para permanecer fieles para que no perdamos la recompensa de la vida eterna. ///

         Bien, reconociendo que “los caminos de Dios no son mis caminos” y aceptando que la gracia de permanecer fiel es una respuesta sabia a la injusticia que experimentamos, ¿cuál debería ser nuestra respuesta? La parábola del evangelio de hoy nos muestra que nuestra respuesta debe ser la “humildad”.

         En la parábola, Jesús nos muestra que el peligro de recibir la gracia de permanecer fieles es que nos volvamos orgullosos y santurrones. El fariseo reconoce la gracia de Dios que le permitió obedecer los mandamientos y todos los preceptos de la Ley de Moisés. Sin embargo, menospreciaba a los que todavía luchaban contra el pecado como si Dios lo hubiera privilegiado sobre los demás y, por lo tanto, esos otros fueran personas menores a los ojos de Dios. Por el contrario, el publicano reconoce su fracaso en vivir en la gracia de Dios y suplica por su misericordia. No trata de excusar su pecado o de acusar a los fariseos de tenerlo “más fácil” que él. Así, según Jesús, el que es justo a los ojos del mundo se va a casa condenado por su soberbia, mientras que el que es injusto a los ojos del mundo se va a casa justificado por su humildad.

         Por tanto, mientras clamamos a Dios para ser librados de toda la injusticia del mundo y especialmente de las injusticias que sufrimos, y mientras recibimos de Dios la gracia de permanecer fieles en medio de la opresión y la tentación de participar en conductas pecaminosas, debemos permanecer vigilantes contra la tentación del orgullo y la arrogancia. Una señal de que estamos cayendo en la arrogancia es cuando empezamos a distanciarnos de los demás. El fariseo, en su oración, daba gracias porque “no era como él” (es decir, el publicano). Se identificó a sí mismo como fundamentalmente diferente al publicano, distanciándose así de él. Lo que el fariseo debería haber hecho era orar por él, acercándolo así espiritualmente, ya que reconoce en el publicano la debilidad fundamental de la naturaleza humana que él mismo comparte.

         Bien, dicho todo esto, ¿hay alguna lección simple que podamos aprender hoy? Creo que la respuesta es “sí”. Al dar gracias hoy porque Dios escucha las oraciones de aquellos que se esfuerzan por servirlo, nuestra tarea es doble: orar y amar. “Orar” es obvio. Si creemos que Dios escucha nuestras oraciones, nunca debemos dejar de acudir a él en oración. “Amar” también es obvio, pero su aplicación tiene matices. En particular, estamos llamados a amar al justo y al injusto, al fiel y al que todavía está sumido en el pecado (y a todos los que están en el medio). Esta segunda parte nos mantiene humildes al empujarnos a estar cerca de todos y a orar por aquellos que luchan por permanecer fieles (o que han renunciado por completo a la fidelidad), reconociendo en ellos nuestra propia debilidad e incapacidad para servir fielmente a Dios sin su gracia.

         Por tanto, volvamos a comprometernos hoy a vivir esta sencilla fórmula de santidad: orar y amar. Al hacerlo, también nosotros podemos llegar al final de nuestra vida y poder decir, con san Pablo, que hemos “luchado bien”, “corrido hasta la meta” y “perseverado en la fe”. Y demos gracias por la gracia de permanecer fieles, puesta a nuestra disposición por el sacrificio de Jesús, que ofrecemos a Dios aquí en este altar.

Dado en la parroquia de San Pablo: Marion, IN – 22 de octubre, 2022

Dado en la parroquia de Nuestra Señora de los Lagos: Monticello, IN y la parroquia de Nuestra Señora del Carmen: Carmel, IN – 23 de octubre, 2022

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