Homilía: La Fiesta del Bautizo del Señor – Ciclo C
Como hemos celebrado la gran fiesta de
la Navidad, probablemente cada uno de nosotros haya recibido una serie de
regalos de nuestros seres queridos. Esto es parte de la alegría de la Navidad,
¿verdad? La alegría de dar y recibir regalos y la emoción que esas cosas nuevas
traen a nuestra vida. Nos encantan las cosas nuevas, ¿no? Gadgets nuevos, carros
nuevos, ropa nueva, etc. Sin embargo, si lo pensamos bien, todas esas cosas que
pensamos que son “nuevas” son simplemente variaciones de algo antiguo, ¿verdad?
La nueva versión del iPhone no es muy diferente de la anterior. Los carros no
cambian tanto de un año a otro (tal vez un carro eléctrico nuevo sea realmente
diferente). Los estilos de ropa no aportan una novedad radical a su guardarropa
de un año para otro (la ropa sigue siendo solo ropa, ¿no?).
Pero, ¿y si hubiera algo que cambiara
radicalmente nuestras vidas? ¿Qué pasaría si sucediera algo que trajera una
novedad a nuestras vidas que nunca habíamos imaginado: una novedad que afectara
nuestras vidas de manera positiva para siempre? ¿No querríamos eso?
La segunda lectura de hoy nos recuerda
que algo ha sucedido. San Pablo escribió a San Tito (uno de los primeros
obispos en la isla de Creta): “[Dios] nos salvó… mediante el bautismo, que nos
regenera y nos renueva, por la acción del Espíritu Santo, a quien Dios derramó
abundantemente sobre nosotros, por Cristo, nuestro salvador.” San Pablo está
hablando aquí del bautismo: el mismo bautismo que ustedes y yo recibimos.
Recordemos, por tanto, que el bautismo hace 3 cosas: 1) Nos libera del Pecado
Original. El pecado original significa que nacemos en un estado sin amistad con
Dios. El bautismo, al liberarnos del Pecado Original, nos devuelve a esa
amistad. 2) Si hemos cometido pecados personales, Dios los perdona a través del
bautismo (nuevamente, como parte de la restauración de nuestra amistad con
Dios). 3) Nos convertimos en miembros de la Iglesia Católica y podemos recibir
los demás sacramentos.
Esto significa que, a través del
bautismo, somos una nueva creación: estamos en una nueva relación con Dios. ¿Qué
tipo de relación? El evangelio que acabamos de leer nos lo dice. Después del
bautismo de Jesús, los cielos se abren y Dios Padre le dice: “Tú eres mi Hijo,
el predilecto; en ti me complazco”. Estas palabras están dirigidas a todos los
que han sido bautizados: “Tú eres mi hijo predilecto… Tú eres mi hija predilecta”.
El nombre de Dios para nosotros es “Predilectos”, que es otra señal de que el
bautismo nos hace una nueva creación. A través de él, se nos da una nueva vida
y, por tanto, una nueva relación con Dios que da un nuevo sentido a cada
momento de nuestra vida. ///
Hay una historia en los Hechos de los
Apóstoles que subraya el don del bautismo. En el capítulo 9, el Apóstol Felipe
se encuentra con un oficial de Etiopía que ha estado visitando Jerusalén. El
oficial le pide a Felipe que le explique un pasaje de la Biblia y Felipe accede.
De hecho, Felipe le habla de Jesucristo y de la nueva vida que vino a traernos.
Esto tiene un efecto notable en el oficial etíope. Él quiere aprender más.
Quiere saber cómo puede entrar en esta nueva vida. Y Felipe le dice que el
bautismo es lo que trae esta nueva vida.
La mayoría de nosotros somos bautizados
cuando somos bebés y no nos damos cuenta de lo que está pasando. Pero si
fuéramos conscientes del tremendo regalo que recibimos a través del bautismo,
nuestra respuesta probablemente sería similar a la del oficial etíope. Al
escuchar esta buena nueva de vida nueva a través del bautismo, le dice a
Felipe: “Mira, hay un poco de agua al lado del camino. ¿Qué me impide ser
bautizado en este momento?” En otras palabras, habiendo oído hablar de la
novedad radical que el bautismo puede traer a su vida, dice: “¡Quiero esto!”.
Felipe no se demora. Lo bautiza, y la Biblia nos dice que el hombre siguió su
camino gozoso. ¿Y quién no se alegraría de recibir esta amistad con Dios? A
través de nuestro bautismo, entramos en una relación nueva e íntima con Dios.
Él se convierte en parte de nuestra historia y nosotros en la suya. Se nos da
nueva vida. ///
En su mito de la cueva, el filósofo griego Platón habla de las personas
que viven en una cueva: su único contacto con el mundo exterior es a través de
las sombras de las cosas que suceden fuera de la cueva que se proyectan en la
pared frente a ellos. Sin embargo, solo conocen las sombras, por lo que creen que
las sombras son la realidad (en lugar de las personas/cosas reales que causan
las sombras). A veces podemos ser así, ¿no? Estamos ocupados, cansados,
ansiosos y preocupados por muchas cosas. En lugar de vivir en la realidad de la
vida vibrante del Espíritu que está en nosotros, vivimos como si las sombras de
las cosas pasajeras de este mundo fueran la única realidad que existe.
¿Realmente queremos vivir así—en un
mundo de sombras pasajeras—o queremos una verdadera novedad? Para vivir en una
verdadera novedad, tenemos que dejar que Dios nos abra los ojos. Cuando lo
hacemos, reconocemos lo que ya se nos ha dado: la poderosa realidad de ser un
hijo/hija de Dios y el poder del Espíritu que vive en nosotros a través del
bautismo. Entonces, ¿cómo podemos recordar esto en nuestra vida cotidiana para
vivirlo plenamente? Una forma excelente (y muy sencilla) es hacer la Señal de
la Cruz.
Recuerdan las palabras del bautismo:
“Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. El
sacerdote dice esas palabras mientras vierte agua sobre la cabeza de la
persona. Este ritual simple efectúa la poderosa realidad de limpiarnos del
pecado, marcándonos indeleblemente como hijo/hija de Dios y (literalmente)
ahogándonos en el poder del Espíritu Santo. Esto significa que cada vez que
hacemos la Señal de la Cruz y decimos las palabras “En el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo”, estamos recordando nuestro bautismo y la
novedad radical que se manifestó en nuestras vidas. En otras palabras, la Señal
de la Cruz es como una canción que nos recuerda un evento o momento especial en
nuestras vidas. Cada vez que escuchamos esa canción, revivimos el momento como
si volviera a suceder por primera vez.
Por eso, comencemos en la Misa de hoy.
Al final de la Misa, les bendeciré y van a hacer la Señal de la Cruz. Hagámoslo
intencionalmente. Recordemos nuestro bautismo, el regalo de una relación viva
con Dios, que está cerca de nosotros. Entonces, busquemos momentos durante cada
día para hacer la Señal de la Cruz. Ayudará a mantener nuestro bautismo fresco
en nuestra mente y nuestro corazón para que podamos vivir en el poder del
Espíritu durante toda nuestra vida. Así, daremos testimonio de esta novedad
radical para que otros, en busca de tal novedad, sean atraídos a las aguas del
bautismo y reciban la plenitud de esta gracia por la misericordia de Dios.
De hecho, comencemos ahora mientras
oramos para que el poder de Dios se manifieste en nosotros: En el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, ¡amén!
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 8 de enero, 2022
Dado en la parroquia de
San Jose: Delphi, IN – 9 de enero, 2022
Dado en la parroquia de
Nuestra Señora del Carmen: Carmel, IN – 9 de enero, 2022
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