Sunday, January 23, 2022

Sumergirnos continuamente en la Palabra de Dios

 Homilía: 3º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C

         Recuerdo muy claramente la experiencia de la primera Misa que celebramos con mis feligreses en la Catedral después de tres meses de estar encerrados fuera de la iglesia. Todo fue muy raro. Los que vinieron se sentaron separados unos de otros, todos llevaban máscaras y tuve que entrar en procesión desde el lado del altar en lugar de a través de la congregación, por el pasillo central. Sin embargo, cuando comencé la Misa con la Señal de la Cruz y saludé a la gente de la manera acostumbrada: “El Señor esté con ustedes”… “Y con tu espíritu”, hubo una poderosa oleada de emoción. Dije en voz alta que “fue tan bueno escuchar esa respuesta” mientras se me llenaban los ojos de lágrimas y podía ver las lágrimas en los ojos de muchos de los presentes. Habíamos estado separados unos de otros y de la Misa—exiliados, por así decirlo—pero ahora estábamos restaurados y no podíamos contener nuestras emociones.

         En nuestra primera lectura de hoy, lo que escuchamos debería sonar familiar. Eso es porque lo que allí se describe es una reunión litúrgica: algo no muy diferente de lo que hacemos en la primera parte de la Misa, la Liturgia de la Palabra. Y el escenario de esa liturgia antigua fue como cuando nos reunimos para Misa por primera vez después del encierro. Esta fue una de las primeras reuniones litúrgicas de la comunidad judía después de haber regresado del exilio en Babilonia: donde habían sido privados del culto del templo durante setenta años y donde la enseñanza de la Torá—es decir, la ley de Moisés—estaba casi perdida. Por lo tanto, la mayoría de las personas solo habían oído que se les describiera la ley—tal como les fue transmitida por sus padres y abuelos—pero nunca habían escuchado que se les leyera la ley en sí. Y así, cuando Esdras leyó el libro de la Ley misma, la gente aparentemente reaccionó exageradamente: ellos lloraron.

         Bueno, no hay ninguna descripción en la lectura misma acerca de por qué lloraron cuando escucharon que se les leyó la ley. Por lo tanto, tenemos que usar nuestra imaginación. Tal vez, ellos eran muy conscientes de haber fallado en seguir la Ley y lloraron de dolor por haber ofendido a Dios durante tanto tiempo. Quizás, sin embargo, eran un poco más como nosotros cuando volvimos a misa después de los meses de encierro: abrumados por lágrimas de alegría porque les había sido devuelto lo que habían anhelado.

         Avance rápido ahora a la lectura del Evangelio, donde leemos acerca de otra reunión litúrgica. Sin embargo, el marco para éste es mucho más parecido al que estamos celebrando hoy: porque era la reunión seminal del sábado en la sinagoga de Nazaret. Sin embargo, la experiencia de este sábado en particular sería muy diferente. Jesús, que había estado predicando y obrando milagros en otros pueblos y áreas, ahora regresó a Galilea y a su ciudad natal de Nazaret, donde las historias de lo que estaba logrando se difundieron rápidamente. Y así, cuando llegó a la sinagoga, todos los ojos estaban puestos en él. Si bien todos, estoy seguro, esperaban escuchar la prédica por la que se estaba haciendo famoso, lo que ellos recibieron fue mucho más asombroso.

         Jesús, después de haber leído una parte de las Escrituras referentes al Mesías, se sienta y les dice sucintamente: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. En otras palabras, lo que les está diciendo es: “Yo soy el Mesías”. Bueno, de nuevo la lectura no nos da la reacción de la gente en la sinagoga, así que nos queda imaginarlo por nosotros mismos. Quizás su reacción fue como la de aquellos que estaban reunidos en aquella antigua liturgia en Jerusalén, donde escucharon leerles por primera vez la Ley del Señor, o como la nuestra cuando volvimos a Misa después del encierro: es decir, que su reacción fue la de quien experimenta el cumplimiento de un anhelo largamente anhelado. De hecho, el siguiente versículo dice: “Y todos hablaban muy bien de él y estaban asombrados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca”. Ellos estaban asombrados: probablemente porque habían experimentado el cumplimiento de todo lo que les faltaba. ///

         Hermanos, hoy la Iglesia nos invita a celebrar la Palabra de Dios de manera especial. La Palabra de Dios es Dios revelado a nosotros en las Escrituras: las Sagradas Escrituras, inspiradas por Dios, que nos conservan el registro de cómo Dios se ha dado a conocer a lo largo de la historia. Estamos invitados a celebrarlo hoy como un recordatorio de que la Palabra de Dios es “viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos” (Hebreos 4:12). Porque nos revela a Dios, quien viva, la palabra de Dios también viva y, por tanto, hoy todavía puede formarnos e informarnos. Y así, al emprender esta celebración, e inspirados por las Escrituras que hemos leído hoy, quiero resaltar la importancia de la proclamación de la Palabra de Dios en una asamblea de personas, como aquí en la Misa.

         En nuestros tiempos modernos, nos hemos acostumbrado a la idea de que leer es algo que hacemos solos y en silencio. Una copia impresa de casi cualquier libro es fácil de obtener para cualquier persona, por lo que estamos acostumbrados a la idea de que cada uno puede leer las cosas por sí mismo. Sin embargo, todavía hay algo muy poderoso en estar en un grupo de personas en el que todos escuchamos que se nos lee algo. La experiencia compartida nos hace algo: nos informa, por supuesto, pero también nos une físicamente y emocionalmente. Parte de nuestra celebración de hoy es un recordatorio de cuán importante es que nos reunamos para escuchar la proclamación de la palabra de Dios. Cuando lo hacemos (como aquí en la Misa), estamos más profundamente unidos físicamente y emocionalmente: tanto a Dios (que se nos hace presente en la Palabra) como a unos y otros.

         El plan pastoral del obispo Doherty, Unidos en el Corazón, se trata de redescubrir y reforzar esta unidad como católicos en esta diócesis por el bien de nuestra misión: que es llevar a todos los que nos rodean a esa unidad. Sin embargo, para ver esto cumplido, tenemos que sumergirnos continuamente en la Palabra de Dios y permitir que nos convierta en los discípulos que Dios nos ha llamado a ser.

         Por lo tanto, lo desafío a encontrar una manera diaria de compartir la palabra de Dios con los demás. Por ejemplo, en su familia o con un grupo de amigos, reúnanse diariamente y léanse en voz alta un pasaje de las Sagradas Escrituras, reflexionando sobre lo que significa y sobre lo que se conecta en sus vidas. Tal vez podría hacer esto escuchando el podcast “La Biblia en un año” en grupo (nuevamente, con su familia o con un grupo de amigos). El punto de esto es escuchar la palabra de Dios cada día en una experiencia compartida con otros para que pueda unirle con otros (fortaleciendo así la comunidad) así como formar y dar forma a su manera de pensar, sentir y actuar (fortaleciendo así su discipulado). A través de este trabajo, creceremos en la plenitud del Cuerpo de Cristo que San Pablo imaginó y veremos el reino de Dios manifestarse entre nosotros.

         Que nuestra acción de gracias en esta Eucaristía nos inspire a comprometernos en esta buena obra. Y que la gracia que se derrama sobre nosotros de esta Eucaristía nos fortalezca para cumplirla.

Dado en la parroquia de San Pablo: Marion, IN – 22 de enero, 2022

Dado en la parroquia de San Jose: Delphi, IN – 23 de enero, 2022

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