Monday, August 23, 2021

El Santísimo Sacramento es pan vivo

 Homilía: 21º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo B

          Hace algunos años, yo hice una peregrinación a la Tierra Santa. Hubo cosas asombrosas que yo vi y pude experimentar. Uno de los aspectos más destacados fue mi visita a la Basílica de la Anunciación en Nazaret, que fue construida sobre el lugar de la casa de la infancia de la Virgen María y fue el lugar en el que ella recibió el mensaje del arcángel Gabriel, anunciando que ella se convertiría en la madre del Hijo de Dios. Recuerdo haber reflexionado sobre mi experiencia allí. “En ese lugar”, me dije, “el Dios que creó todo, y cuya existencia no puede ser contenida ni siquiera en el vasto universo, de alguna manera se encapsuló en carne humana”. Para mí, entre todas las otras experiencias de ese viaje, estar en el lugar donde “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” fue un momento impresionante.

          Recuerdo haber reflexionado sobre lo absurdo de todo esto: que Dios, que no tiene límites, se sometería a los límites de su creación simplemente por amor a lo que había creado. No obstante, como hemos estado leyendo en el sexto capítulo del Evangelio de San Juan, a menudo me sorprende que este mismo Hijo de Dios llevara el absurdo aún más lejos al afirmar que, para que alguien tuviera la vida eterna, tenía que comer su carne y beber su sangre. En la superficie, es una declaración loca, ¿verdad? Quiero decir, Jesús está pidiendo a sus discípulos que sean caníbales: ¡que coman carne humana y beban sangre humana! Aunque nuestra familiaridad con él puede significar que ya no nos parece extraño, debemos lidiar con el hecho de que esta declaración de Jesús es polarizante: o él es quien dice ser (es decir, el Hijo de Dios) y, por lo tanto, tenemos que dar crédito a lo que dice, o no lo es (y, por lo tanto, es loco) y debemos huir de el de inmediato.

          Quizás no muchos de nosotros lo hemos pensado en estos términos, pero esta es una de esas cosas sobre las que, como cristianos, no podemos ser neutrales: más bien, debemos decidir de qué lado estamos. Si necesitan ayuda para decidir de qué lado está, les ofreceré estos criterios: que si Jesús está loco por una cosa, entonces está loco por todo; pero si no está loco por todo, entonces no está loco por nada. Creo que es seguro para mí decir que nosotros no creemos que Jesús esté loco por todo. Por lo tanto, él no debe estar loco por esta cosa, y por eso tenemos que darle crédito, no importa lo loco que suene.

          Y así, cuando Jesús dice: “Yo soy el pan vivo” y “el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”, tenemos que esforzarnos por creer que está hablando de la Eucaristía: por el pan que presentamos no es pan “vivo”, es decir, pan que vive, como si fuera algo sacado de una película de terror. No, no es pan “vivo” hasta que se le da vida cuando, a través de las palabras de consagración en el altar, su sustancia misma cambia y se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Aunque todavía parezca pan sin vida, en realidad es la carne de Jesús, que vive; así, se convierte en “pan que vive” y nos permite comer su carne sin convertirnos en caníbales.

          A primera vista, por supuesto, esto sigue siendo increíble y, francamente, no se puede aceptar de plano. Si alguna persona por lo demás racional se le acerca y le dice: “Te prometo que vivirás para siempre si comes mi carne y bebes mi sangre; y, por cierto, podrás hacer eso si comes esta cosa que parece pan y bebes esta copa llena de lo que parece vino", inmediatamente dudaría de todo lo que sabía sobre esa persona. Aceptar algo como esto, algo que lo empuja más allá de los límites de la comprensión, llega solo después de que se ha construido un puente de confianza con la persona que hace esta afirmación. Basta con mirar nuestra lectura del Evangelio de hoy: dice “Muchos discípulos de Jesús dijeron: ‘Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?’” Y luego continúa diciendo, “Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él”. Estos discípulos sólo habían estado conectados con Jesús de manera vaga y aún no habían construido un “puente de confianza” con él. Por lo tanto, cuando hizo esta afirmación aparentemente absurda, su frágil fe en él fue sacudida y se vino abajo. Llegaron a la conclusión de que debía estar loco y por eso le dieron la espalda.

          Los doce apóstoles, en cambio, se quedaron con Jesús. Habían experimentado mucho más de él y, por lo tanto, habían construido un puente de confianza que apoyaba su fe. Y así, incluso si no entendían de qué estaba hablando, se negaron a tacharlo de loco, sino que volvieron a comprometerse con él: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

          Entonces, ¿dónde vamos desde aquí? Para mí, estoy convencido de que los que abandonan la Iglesia Católica no deben ser personas que crean en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía. De lo contrario, ¿cómo podrían alejarse de él? Pedro y los otros apóstoles creían que Jesús era el Santo de Dios y, por lo tanto, no podían dejarse llevar por el abandono, incluso cuando enseñaba cosas tan increíbles. De la misma manera, no parece posible que alguien reconozca la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía y, sin embargo, sienta que puede ir a algún lugar donde no está.

          No obstante, muchos se han marchado. Ésta es una enorme tragedia. Una tragedia porque ellos se han apartado de la Eucaristía, que es el evento en el que literalmente estamos en comunión con Dios: ofreciéndole nuestro sacrificio de acción de gracias y alabanza, recordando la gran obra que ha hecho para llevarnos a la salvación, invocando al Espíritu Santo para fortalecernos para nuestra misión en la tierra y participando de una comida sagrada, que es un anticipo del banquete eterno en el cielo.

          Por lo tanto, mis hermanos y hermanas, yo oro para que, al concluir nuestras reflexiones sobre el hermoso capítulo seis del Evangelio de San Juan, hagamos nuestra tarea de buscar a nuestros hermanos y hermanas que necesitan esta gracia del Padre para creer que Jesús está verdaderamente presente en la Eucaristía y para ayudarlos, con nuestras oraciones y compañerismo, a abrir sus corazones a esta gracia, para que todos estemos reunidos en esta Santa Mesa, anticipo del banquete eterno preparado para nosotros en cielo, para deleitarse con el Pan de Vida: Nuestro Señor Jesucristo.

Dado en la parroquia de San Pablo: Marion, IN – 21 de agosto, 2021

Dado en la parroquia de San Lorenzo: Muncie, IN – 22 de agosto, 2021

Dado en español e inglés en la parroquia de la Inmaculada Concepción: Portland, IN – 22 de agosto, 2021

No comments:

Post a Comment