Homilía: 21º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo B
Hace algunos años, yo hice una
peregrinación a la Tierra Santa. Hubo cosas asombrosas que yo vi y pude
experimentar. Uno de los aspectos más destacados fue mi visita a la Basílica de
la Anunciación en Nazaret, que fue construida sobre el lugar de la casa de la
infancia de la Virgen María y fue el lugar en el que ella recibió el mensaje
del arcángel Gabriel, anunciando que ella se convertiría en la madre del Hijo
de Dios. Recuerdo haber reflexionado sobre mi experiencia allí. “En ese lugar”,
me dije, “el Dios que creó todo, y cuya existencia no puede ser contenida ni
siquiera en el vasto universo, de alguna manera se encapsuló en carne humana”.
Para mí, entre todas las otras experiencias de ese viaje, estar en el lugar
donde “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” fue un momento
impresionante.
Recuerdo haber reflexionado sobre lo
absurdo de todo esto: que Dios, que no tiene límites, se sometería a los
límites de su creación simplemente por amor a lo que había creado. No obstante,
como hemos estado leyendo en el sexto capítulo del Evangelio de San Juan, a
menudo me sorprende que este mismo Hijo de Dios llevara el absurdo aún más
lejos al afirmar que, para que alguien tuviera la vida eterna, tenía que comer
su carne y beber su sangre. En la superficie, es una declaración loca, ¿verdad?
Quiero decir, Jesús está pidiendo a sus discípulos que sean caníbales: ¡que
coman carne humana y beban sangre humana! Aunque nuestra familiaridad con él
puede significar que ya no nos parece extraño, debemos lidiar con el hecho de
que esta declaración de Jesús es polarizante: o él es quien dice ser (es decir,
el Hijo de Dios) y, por lo tanto, tenemos que dar crédito a lo que dice, o no
lo es (y, por lo tanto, es loco) y debemos huir de el de inmediato.
Quizás no muchos de nosotros lo hemos
pensado en estos términos, pero esta es una de esas cosas sobre las que, como
cristianos, no podemos ser neutrales: más bien, debemos decidir de qué lado
estamos. Si necesitan ayuda para decidir de qué lado está, les ofreceré estos
criterios: que si Jesús está loco por una cosa, entonces está loco por todo;
pero si no está loco por todo, entonces no está loco por nada. Creo que es
seguro para mí decir que nosotros no creemos que Jesús esté loco por todo. Por
lo tanto, él no debe estar loco por esta cosa, y por eso tenemos que darle
crédito, no importa lo loco que suene.
Y así, cuando Jesús dice: “Yo soy el
pan vivo” y “el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”,
tenemos que esforzarnos por creer que está hablando de la Eucaristía: por el
pan que presentamos no es pan “vivo”, es decir, pan que vive, como si fuera
algo sacado de una película de terror. No, no es pan “vivo” hasta que se le da
vida cuando, a través de las palabras de consagración en el altar, su sustancia
misma cambia y se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Aunque todavía
parezca pan sin vida, en realidad es la carne de Jesús, que vive; así, se
convierte en “pan que vive” y nos permite comer su carne sin convertirnos en
caníbales.
A primera vista, por supuesto, esto
sigue siendo increíble y, francamente, no se puede aceptar de plano. Si alguna
persona por lo demás racional se le acerca y le dice: “Te prometo que vivirás
para siempre si comes mi carne y bebes mi sangre; y, por cierto, podrás hacer
eso si comes esta cosa que parece pan y bebes esta copa llena de lo que parece
vino", inmediatamente dudaría de todo lo que sabía sobre esa persona.
Aceptar algo como esto, algo que lo empuja más allá de los límites de la
comprensión, llega solo después de que se ha construido un puente de confianza
con la persona que hace esta afirmación. Basta con mirar nuestra lectura del
Evangelio de hoy: dice “Muchos discípulos de Jesús dijeron: ‘Este modo de
hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?’” Y luego continúa diciendo, “Desde
entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar
con él”. Estos discípulos sólo habían estado conectados con Jesús de manera
vaga y aún no habían construido un “puente de confianza” con él. Por lo tanto,
cuando hizo esta afirmación aparentemente absurda, su frágil fe en él fue
sacudida y se vino abajo. Llegaron a la conclusión de que debía estar loco y
por eso le dieron la espalda.
Los doce apóstoles, en cambio, se
quedaron con Jesús. Habían experimentado mucho más de él y, por lo tanto,
habían construido un puente de confianza que apoyaba su fe. Y así, incluso si
no entendían de qué estaba hablando, se negaron a tacharlo de loco, sino que volvieron
a comprometerse con él: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida
eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Entonces, ¿dónde vamos desde aquí?
Para mí, estoy convencido de que los que abandonan la Iglesia Católica no deben
ser personas que crean en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía. De lo
contrario, ¿cómo podrían alejarse de él? Pedro y los otros apóstoles creían que
Jesús era el Santo de Dios y, por lo tanto, no podían dejarse llevar por el
abandono, incluso cuando enseñaba cosas tan increíbles. De la misma manera, no
parece posible que alguien reconozca la Presencia Real de Jesús en la
Eucaristía y, sin embargo, sienta que puede ir a algún lugar donde no está.
No obstante, muchos se han marchado.
Ésta es una enorme tragedia. Una tragedia porque ellos se han apartado de la
Eucaristía, que es el evento en el que literalmente estamos en comunión con
Dios: ofreciéndole nuestro sacrificio de acción de gracias y alabanza,
recordando la gran obra que ha hecho para llevarnos a la salvación, invocando
al Espíritu Santo para fortalecernos para nuestra misión en la tierra y
participando de una comida sagrada, que es un anticipo del banquete eterno en
el cielo.
Por lo tanto, mis hermanos y hermanas,
yo oro para que, al concluir nuestras reflexiones sobre el hermoso capítulo
seis del Evangelio de San Juan, hagamos nuestra tarea de buscar a nuestros
hermanos y hermanas que necesitan esta gracia del Padre para creer que Jesús
está verdaderamente presente en la Eucaristía y para ayudarlos, con nuestras
oraciones y compañerismo, a abrir sus corazones a esta gracia, para que todos
estemos reunidos en esta Santa Mesa, anticipo del banquete eterno preparado
para nosotros en cielo, para deleitarse con el Pan de Vida: Nuestro Señor
Jesucristo.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 21 de agosto, 2021
Dado en la parroquia de
San Lorenzo: Muncie, IN – 22 de agosto, 2021
Dado en español e
inglés en la parroquia de la Inmaculada Concepción: Portland, IN – 22 de
agosto, 2021
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