Homilía: La Solemnidad de la Asunción de la Virgen Maria (Vigilia)
Hermanos, al entrar de nuevo en
nuestro reposo en este Día del Señor, tenemos la gran oportunidad de celebrar
la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María al cielo. Por lo general,
un día de obligación—una fiesta que es tan importante para nosotros celebrar
que la Iglesia nos obliga a celebrarla—esta fiesta no se omite ni se traslada a
otro día cuando cae el domingo, el día del Señor. Más bien, ocupa el lugar de
nuestra celebración dominical ordinaria de la Resurrección del Señor. Esto no
se debe a que sea más importante que la Resurrección del Señor, sino a que está
bien conectado con la Resurrección y, por lo tanto, sirve para resaltarla.
También es interesante para nosotros que esta fiesta interrumpe nuestra serie
de semanas reflexionando sobre el capítulo seis del Evangelio según san Juan
(¡una interrupción dentro de la interrupción!). Sin embargo, veremos que esta
interrupción no interrumpe el mensaje del discurso del "Pan de vida",
sino que lo apoya. Así que entremos en esta reflexión.
Nuestra primera lectura, del Primer
Libro de Crónicas, describe cómo el Rey David llevó el Arco de la Alianza a
Jerusalén para ser consagrado en la ciudad desde la cual gobernará sobre las
tribus de Israel. Aunque describe un hecho histórico, también es una imagen que
presagia el evento que celebramos hoy. David es el rey más grande del pueblo
israelita. Presagia a Jesús, el Rey del Universo. David había establecido su
trono en Jerusalén, la ciudad más grande de Judá, que se convertiría en un
símbolo de la gran "ciudad" en el cielo en la que algún día serían
bienvenidos todos los hijos de Dios. Habiendo establecido su trono, va a llevar
el Arco de la Alianza a un lugar que había preparado para él en Jerusalén. El
Arco de la Alianza era el sacramento de la presencia de Dios entre el pueblo.
En otras palabras, era el signo visible de la realidad invisible de la
presencia de Dios. El Arco presagia a María, que llevaría al mundo la presencia
encarnada de Dios cuando Jesús fuera concebido en su seno, convirtiéndose en la
presencia visible del Dios todavía invisible.
En resumen, David, el gran rey
victorioso de Israel, sube a la gran ciudad de Jerusalén para establecer su
trono, luego regresa para recuperar el Arco de la Alianza, el recipiente de la
presencia de Dios entre su pueblo, para llevarlo a la gran ciudad para ser
consagrada allí para que todo el pueblo de Dios pudiera venerarla. De la misma
manera, Jesús, el gran rey victorioso del Universo, ascendió al cielo para
establecer su trono. Una vez hecho esto, regresa para recuperar a María, el
Arco de la Nueva Alianza, el recipiente a través del cual la presencia
encarnada de Dios se estableció entre su pueblo, y la lleva al cielo para ser
consagrada allí para que todo el pueblo de Dios pueda venerarla.
Hermanos, por eso estas lecturas del
Antiguo Testamento son tan importantes para nosotros: nos muestran cómo Dios,
desde el primer pecado de Adán y Eva, nos había estado preparando para los
eventos que nos devolverían su amistad y nos permitirían vivir en perfecta
comunión con él en la vida eterna del cielo. Y muestran su gran ternura por
nosotros: Así como David regresó amorosamente para traer el amado Arco de la
Alianza para que fuera consagrado en el lugar de honor que él había preparado
para él, Jesús regresó para tomar a María, su amado Arco, a ser consagrada en
el lugar de honor que él había preparado para ella.
Más allá de ser un signo del
cumplimiento de los planes de Dios para nuestra redención y restauración a la
comunión con él, la asunción de María al cielo es también un prototipo de la
resurrección que experimentaremos en el juicio final. Todos sabemos y
celebramos que Jesús, a través de su vida, pasión, muerte, resurrección y
ascensión al cielo, ha abierto las puertas del cielo para que nosotros, en lo
que serán cuerpos humanos glorificados, también podamos entrar al cielo. En
otras palabras, sabemos que, gracias a la resurrección de Jesús, nuestra
resurrección fue posible. Con su asunción al cielo, María se convierte en el
prototipo y la seguridad de nuestra resurrección.
A través de la asunción de María, Dios
nos ha mostrado lo que aquellos que le han permanecido fieles pueden esperar
cuando Jesús regrese. Es decir, que las almas de los Justos que han muerto
serán restauradas a sus cuerpos, ahora glorificados, y que los Justos que
permanezcan vivos también tendrán sus cuerpos glorificados. Entonces todos los
Justos serán elevados al lugar de honor que el Rey les ha preparado en la ciudad
celestial. La asunción de María, por tanto, es el signo de lo que san Pablo
escribió a los corintios en nuestra segunda lectura de hoy: que "la muerte
ha sido aniquilada por la victoria".
Por eso, la pregunta para nosotros hoy
es, "¿Cómo nos preparamos para estar listos para recibir la resurrección
que Dios ha planeado para nosotros?" En una sola palabra: obediencia. Hoy
celebramos que la Santísima Virgen María, la Madre de Dios, fue llevada, en
cuerpo y alma, al cielo. Ciertamente, Dios la ama de una manera especial porque
ella fue el recipiente a través del cual su Hijo se hizo Hombre. Sin embargo,
ella fue llevada al cielo por su obediencia, es decir, su fidelidad a la
voluntad de Dios durante toda su vida en la tierra. Sí, fue concebida sin
pecado y, sí, estaba “llena de gracia” cuando concibió al Hijo de Dios por el
poder del Espíritu Santo, pero fue su fiel obediencia a Dios lo que la mantuvo
lista para recibir el regalo de ser asunta al cielo cuando el tiempo de su vida
terrenal hubiera terminado. Hermanos míos, ¡estas son buenas noticias! Buenas,
porque nos recuerdan que la vida del cielo no es solo para aquellos que, como
María, fueron especialmente elegidos por Dios para un propósito extraordinario,
sino que está disponible para todo aquel que elija “escuchar la palabra de Dios
y ponerla en práctica".
Este es el mensaje de Jesús en el
Evangelio de hoy. Un día, mientras Jesús estaba enseñando, un oyente,
esforzándose por honrar a Jesús, grita una palabra de alabanza sobre la madre
de Jesús. Esta mujer dijo una gran verdad: cuán bendita realmente es María por
haber llevado Jesús en su seno y haberlo amamantado de sus pechos. Jesús, sin
embargo, quería enseñarle a esta mujer y a todos los que estaban allí una
lección importante. Sí, María es bendecida por haber sido elegida y digna de
llevar al Hijo de Dios en su seno. La plenitud de su bienaventuranza, sin
embargo, proviene del hecho de que escuchó atentamente la palabra de Dios y la puso
en práctica. Esta es una bendición que todos podemos recibir, ya que a cada uno
de nosotros se le ha dado el poder de "escuchar la palabra de Dios y ponerla
en práctica".
Por tanto, como María, y guiados por
ella, también nosotros debemos escuchar atentamente la palabra de Dios y
hacernos obedientes a ella para conservar nuestra gracia bautismal hasta el
final de nuestro tiempo en esta vida. Esto significa que tenemos que leer las
Sagradas Escrituras a diario—no todas, sino una pequeña parte—y permitir que
hablen en nuestras vidas. Además, tenemos que permitir que la Iglesia nos
enseñe, porque la Iglesia preserva e interpreta con autenticidad las Escrituras
y la enseñanza de los apóstoles para cada generación. Estos son los dos
"pulmones" a través de los cuales se nos da a conocer la palabra de
Dios. Por lo tanto, debemos escucharlos con atención y hacernos obedientes a
ellos. Finalmente, debemos ser cada vez más conscientes de la presencia y la
obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Él es el poder de la vida divina que
vive dentro de nosotros y nos dará poder para superar cada obstáculo que
encontremos mientras nos esforzamos por ser obedientes a la voluntad de Dios.
Este poder se renueva en nosotros cada
vez que recibimos a Jesús en la Sagrada Eucaristía. No olvidemos que la misma
María recibió el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesús—el Pan de Vida—mientras
aún estaba presente en la tierra; y que, habiéndolo recibido, fue preservada
para la vida eterna. Por tanto, abramos hoy nuestro corazón a esta gracia una
vez más, dando gracias porque, a través de María, Dios ha mostrado la plenitud
de su misericordia para nosotros. Y pidamos a María que nos guíe por el resto
de nuestras vidas, para que estemos preparados para unirnos a ella para dar
gloria a Dios por toda la eternidad en el cielo.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 14 de agosto, 2021
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