Sunday, November 22, 2020

¡Viva Cristo Rey!

 Homilía: Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

"¡Viva Cristo Rey!" Este fue el grito de guerra de la rebelión cristera, que luchó por restaurar la libertad religiosa en México en la década de 1920. Después de la revolución de 1910, México promulgó una constitución que imponía limitaciones estrictas a la Iglesia y sus sacerdotes. Al principio, estas limitaciones no se aplicaron enérgicamente. Sin embargo, bajo el mandato del presidente mexicano Plutarco Elías Calles, se implementó una estricta aplicación de estas limitaciones, a menudo utilizando la violencia como medio para hacerlas cumplir.

En respuesta, los obispos de México suspendieron todo el culto público, con la esperanza de que despertara los corazones del pueblo mexicano para responder a las acciones injustas de su gobierno federal. Esto, junto con la creciente violencia contra los católicos, condujo al levantamiento que se conoció como La Cristiada. Esta rebelión luchó contra las fuerzas del gobierno para proteger a los fieles de su violencia y restaurar la justicia por restaurar la libertad de religión en su país.

El Beato Miguel Agustín Pro fue un joven sacerdote jesuita que fue asesinado durante esta persecución a la Iglesia bajo el presidente Calles. En 1911, cuando Miguel tenía 20 años, fue expulsado de México por haber ingresado al noviciado jesuita. Completó su formación en Bélgica y fue ordenado sacerdote en 1925. Sin embargo, padecía una grave dolencia de estómago.  Por eso, no pudiera ir en misión a otros países para los jesuitas.  Al final, sus superiores le permitieron regresar a su tierra natal, a pesar de las persecuciones.

A ese tiempo, las iglesias estaban cerradas y los sacerdotes estaban escondidos. Por lo tanto, el padre Pro pasó el resto de su vida en un ministerio secreto para los católicos mexicanos. Además de satisfacer sus necesidades espirituales, también realizó obras de misericordia al ayudar a los pobres de la Ciudad de México con sus necesidades temporales. Adoptó muchos disfraces para llevar a cabo su ministerio secreto. En todo lo que hizo, permaneció lleno del gozo de servir a Cristo y obediente a sus superiores.

En 1927, el padre Pro fue acusado falsamente de haber participado en un atentado con bomba contra el presidente electo y se convirtió en un hombre buscado. Fue traicionado ante la policía y condenado a muerte sin el beneficio de ningún proceso legal. El día de su muerte, 23 de noviembre de 1927, el padre Pro perdonó a sus verdugos, oró, rechazó valientemente la venda de los ojos y murió con los brazos extendidos proclamando "¡Viva Cristo Rey!" ///

Hermanos y hermanas, las persecuciones siempre tienen el efecto de polarizar a las personas. Las persecuciones violentas a menudo revelarán la profundidad de la fe de una persona, porque obligan a la persona a elegir un bando. Por lo tanto, nadie se queda al margen. Esto es cierto para la persecución en México durante el último siglo y para todas las demás persecuciones religiosas que han ocurrido a lo largo de la historia.

Sin embargo, hay otras persecuciones más sutiles que no polarizan a la gente de manera tan absoluta. Estos, en cierto modo, son igualmente siniestros, porque en lugar de tratar de matar al creyente con un golpe de espada, este tipo de persecución desangra lentamente a una persona hasta la muerte haciendo miles de pequeños cortes. Ni uno solo es suficiente para obligar a la persona a tomar una posición y por lo tanto él o ella se ve obligada a someterse a menudo sin darse cuenta de que lo que estaba ocurriendo.

Este tipo de persecución no afecta a la persona de convicción, sin embargo. Al primer corte pequeño, estos hombres y mujeres responden de inmediato. La persona a la que más afecta este tipo de persecución, más bien, es la persona tibia: es decir, la persona que no está profundamente convencida por sus creencias y, por lo tanto, está congelada por el miedo a elegir el lado equivocado, o indiferente porque de la apatía. Es este grupo tibiol que Jesús está apuntando con su parábola hoy.

La imagen que Jesús nos da es apocalíptica: es el fin de los tiempos y Jesús ha venido a sentarse en su trono para juzgar, es decir, para polarizar a todos los pueblos. Los separa en dos grupos: un grupo a su derecha, el otro a su izquierda. El grupo de su derecha está compuesto por quienes vivieron lo que proclamaron: es decir, que Cristo es Rey y que servirle es atender las necesidades de su pueblo. Sin embargo, tenga en cuenta que el grupo de la izquierda no está formado de perseguidores. Más bien está hecho de los tibios: aquellos que, tal vez, proclamaron a Cristo como Rey, pero que no vivieron lo que proclamaron, eligiendo más bien disfrutar de sus vidas cómodas en lugar de atender las necesidades del pueblo de su Rey.

El Beato Miguel Pro vivió como si lo que decía fuera cierto. Proclamó a Cristo como Rey y entregó su vida al servicio de su Rey: primero haciéndose sacerdote, luego sirviendo las necesidades del pueblo de su Rey por servir las necesidades de los pobres, y finalmente entregando su vida en resistencia a las fuerzas que estaban tratando de convencer a la gente de que Cristo no era Rey. A él, y a hombres y mujeres como él, Jesús le da el nombre de "oveja".

¿Cuántos de nosotros, sin embargo, vivimos como el grupo de la izquierda de Jesús: llamándonos "cristianos católicos", pero luego resistiéndonos al servicio que demuestra nuestras convicciones; prefiriendo en cambio nuestras vidas cómodas? Si hemos venido aquí hoy para proclamar que Jesucristo es Nuestro Señor y Rey del Universo, pero luego regresamos a casa y vivimos como si eso no exigiera ciertas cosas de nosotros, específicamente, el servicio a las necesidades del pueblo de nuestro Rey, entonces Jesús también tiene un nombre para nosotros: “cabritos”.

Como sabemos en otras partes de los Evangelios, Jesús no ama a los hipócritas. Fíjense, él casi nunca condena a los perseguidores y pecadores públicos; más bien, condena a los hipócritas: es decir, a los que profesan fe en Dios, pero luego no viven de acuerdo con esa fe. Por eso, hermanos míos, debemos ser sinceros. Si llamamos a Cristo Rey del Universo, entonces debemos vivir esa convicción: proclamando su nombre, a pesar de las dificultades que nos puedan causar, y viviendo desapegados de las cosas materiales al servicio de quienes sufren por falta de ellas. Si lo hacemos, Nuestro Rey nos dará la bienvenida a la vida eterna. Si no lo hacemos, nos dejará sufrir el castigo eterno.

Mis hermanos y hermanas, la sangre del Beato Miguel Agustín Pro y miles más fue derramada para proclamar la verdad de que Jesucristo es el Rey del Universo. Si nuestro corazón está convencido de lo mismo, vivamos como ellos vivieron, para que su sangre no haya sido derramada en vano y para acelerar la venida de nuestro Rey y la vida bendita que nos ha prometido. Por tanto, hagamos nuestro el grito de los mártires mexicanos y proclamemos con nuestras palabras y nuestras acciones, ¡Viva Cristo Rey!

Dado en la parroquia de San Pablo: Marion, IN – 21 de noviembre, 2020

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