Monday, April 25, 2016

El Amor Súper-natural

Gracias por todas sus oraciones la semana pasada! Yo tenía un retiro muy bendito.

Homilía: 5º Domingo de la Pascua – Ciclo C
          Me atrevería a decir que la mayoría de ustedes saben cómo se parece el amor sacrificial. Esto es porque la mayoría de nosotros hemos tenido la oportunidad de ejercer este tipo de amor en nuestras vidas. Los padres saben que, para dar a sus hijos las mejores oportunidades en este mundo, que tienen que hacer sacrificio después del sacrificio: tanto en lo pequeño y en lo grande. Hombres y mujeres casados saben que, para dar a su esposa o esposo la felicidad que se merecen, ellos también tienen que hacer sacrificio después del sacrificio: de nuevo, tanto en las cosas pequeñas y en lo grande. Mejores amigos, también, saben que demuestran su amor al máximo cuando hacen sacrificios por sí.
          Estos sacrificios de uno mismo se llaman amor porque se hacen por el bien de la otra y no por el bien de él que está haciendo el sacrificio—simplemente porque el que está haciendo el sacrificio quiere el bien del otro. Aunque a menudo miramos en este tipo de amor como heroica, el quid de la cuestión es que es muy natural para nosotros. Cuando sentimos una afinidad por o con alguien, nos volvemos dispuestos a sufrir muchas cosas para ellos.
          Como cristianos, sin embargo, estamos llamados a tomar este tipo de amor al siguiente nivel. Se nos pide amar a todos—incluso a aquellos con los que es posible que no tengan ninguna relación—y estamos llamados a amarlos como si fueran nuestra esposa, nuestro hijo o nuestro mejor amigo. Este es un nuevo tipo de amor—un amor que va más allá de nuestras inclinaciones naturales: más allá de, al menos, nuestras inclinaciones naturales debilitada por el pecado. Un amor, por lo tanto, que es súper-natural.
          Los apóstoles Pablo y Bernabé nos muestran un ejemplo de este tipo de amor súper-natural en nuestra primera lectura de hoy. Para ver esto primero tenemos que echar un vistazo más cerca de una parte de la lectura que podemos simplemente ignorar si no conocemos el contexto. La lectura comienza diciendo: "En aquellos días, volvieron Pablo y Bernabé a Listra, Iconio y Antioquía." Volvieron de la ciudad de Derbe, que es el lugar que Pablo y Bernabé fueron a después de que habían sido expulsadas de Listra, que era la ciudad a la que se fueron después de que habían sido expulsados de Iconio. Las Escrituras nos dicen que los Judíos y gentiles en Iconio trazada apedrear Pablo y Bernabé, sino que descubrieron la trama y huyeron a Listra. Mientras que anunciaban la Buena Nueva allí, Judíos de Iconio se presentaron, se agitó a la multitud, y de hecho logrado apedreamiento Pablo; después de lo cual lo arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto. No estaba muerto, pero al día siguiente, dejando a Listra a Derbe a anunciar la Buena Nueva allá.
          Ahora, ¿no parece que la primera línea de la lectura tiene mucho más significativo? "Ellos volvieron a Listra y a Iconio..." ¡Volvieron al mismo lugar donde la gente los quería muertos! ¿Y por qué? Las Escrituras no dicen claramente, pero creo que es por el amor que tenían para la gente de esas ciudades. Estos no eran personas que conocían. Más bien, eran personas que necesitaban recibir la Buena Nueva de la salvación a través de Jesucristo y Pablo y Bernabé no estaría parado hasta que la gente de estas ciudades recibieron esta buena nueva. Sus esfuerzos eran de ningún beneficio para ellos mismos—las Escrituras nos muestran que los trajo nada más que amenazas de muerte. Más bien, eran puramente para el beneficio de los que lo recibieron: el signo del verdadero amor sacrificial en el nivel súper-natural.
          Este tipo de amor súper-natural es la clase de amor que Jesús manda a sus discípulos cuando les da el "mandamiento nuevo": que se amen los unos a los otros. Y para estar seguro de que sus discípulos sabían que este significaba algo más que nuestra capacidad natural para amarnos unos a otros, él siguió este mandato, diciendo: "como yo los he amado". Y ¿cuál era el acto súper-natural de amor de Jesús? La cruz, por supuesto. Allá, él entregó su vida por completo para todo el mundo—todos los que alguna vez existió, todos los que existía entonces ni existe ahora, y todo el que existirá siempre—independientemente de si lo aceptan o no. Y lo hizo no por cualquier beneficio que se obtendría por sí mismo—él es el Hijo de Dios, no tiene necesidad de nada—sino más bien en beneficio de todos los demás, simplemente porque él lo deseaba para ellos... para nosotros. Este es el mismo amor súper-natural que llevó a Pablo y Bernabé, lleno del Espíritu Santo, de nuevo en Listra y en Iconio; y este es el mismo amor súper-natural que todavía estamos llamados a ofrecer en nuestras vidas hoy en día.
          Hace un par de años, un comediante, que también es un ateo declarado, grabó un pequeño video que describe cómo un hombre se le acercó después de un show y le dio un pequeño libro del Nuevo Testamento y Salmos. Dijo que lo apreciaba. Como ateo, estaba promocionando proselitismo porque, según dice, parece ser una consecuencia lógica de la creencia y de ser una buena persona. "¿Cuánto tiene que odiar a alguien", dijo, "para creer que la vida eterna es posible y luego no les dijo [al respecto]?" Me atrevo a decir que es una pregunta difícil para todos nosotros.
          Tal vez podemos estirar un poco lo que dijo para decir que, si realmente cree que Jesús es el Hijo de Dios y que murió por nuestros pecados, pero ahora vive eternamente y que los que creen en él, tenga vida eterna, entonces todavía no tiene el amor súper-natural dentro de ti—el amor que Jesús mandó a sus discípulos tener—si no se esfuerza por compartir esta buena noticia con todo el mundo que se encuentra con que todavía no lo había escuchado, o, había escuchado, que aún no cree. Mis hermanos y hermanas, me acuso a mí mismo con estas palabras.
          Y creo que esta es la verdad. Estoy contento de que estas lecturas vienen a nosotros hoy, durante este tiempo de Pascua, porque nos recuerdan que la Pascua no se trata sólo de "aleluyas", sino que se trata también de inspirar nuestro apostolado: es decir, la forma en que vivo como apóstoles, aquellos enviados a anunciar esta buena nueva. Aquí, en la Eucaristía, nos encontramos con el amor súper-natural de Jesús—la re-presentación del sacrificio de su cuerpo y su sangre por nosotros—y en la despedida al final de la misa, se nos envía para ir desde aquí y para dar ese amor a todo el mundo que nos rodea.
          Por lo tanto, no permitamos que nuestra celebración aquí sea vacío. Más bien pidamos en esta Eucaristía por la gracia de ir adelante de aquí con el corazón lleno de amor—el verdadero amor súper-natural—dispuestos a sacrificar nuestra propia vida para que otros puedan recibir esta buena nueva y vivir, también.
Dado en la parroquia de Todos los Santos: Logansport, IN
24 de abril, 2016

Super-natural Love

Thank you for all of your prayers last week!  I had a very blessed retreat.

Homily: 5th Sunday of Easter – Cycle C
          I would dare to say that most of you know what self-sacrificial love looks like.  This is because most of us have had opportunities to exercise this type of love in our lives.  Parents know that, to give their children the best opportunities in this world, they have to make sacrifice after sacrifice: both in little things and in big things.  Married men and women know that, to give their wife or husband the happiness they deserve, they, too, have to make sacrifice after sacrifice: again, both in little things and in big things (and they recognize it even when they fail to do it… and sometimes especially when they fail to do it… am I right?).  Best friends, too, know that they show their love the most when they make sacrifices for each other.
          Now these sacrifices of self are called love because they are made for the good of the other and not for the good of the one making the sacrifice —purely because the one making the sacrifice desires the good of the other.  Although we often look at this type of love as heroic, the fact of the matter is that it is quite natural for us.  When we feel an affinity for or with someone, we become willing to suffer many things for them.
          As Christians, however, we are called to take this kind of love to the next level.  We are asked to love everyone—including those with whom we may have no connection—and we’re called to love them as if they were our wife, our son, or our best friend.  This is a new kind of love: a love that goes beyond our natural inclinations—beyond, at least, our natural inclinations weakened by sin.  A love, therefore, that is super-natural.
          The apostles Paul and Barnabas show us an example of this kind of super-natural love in our first reading today.  To see this we must first take a closer look at a part of the reading that we might just ignore if we didn’t know the context.  The reading opens by saying: “After Paul and Barnabas had proclaimed the good news to that city and made a considerable number of disciples, they returned to Lystra and to Iconium and to Antioch.”  “That city” is Derbe, which is the place that Paul and Barnabas went to after they had been driven from Lystra, which was the city to which they went after they had been driven out of Iconium.  The Scriptures tell us that the Jews and Gentiles in Iconium plotted to stone Paul and Barnabas, but that they discovered the plot and fled to Lystra.  While they proclaimed the Good News there, Jews from Iconium showed up, stirred up the crowds, and actually succeeded in stoning Paul; after which they dragged him out of the city, supposing he was dead.  He wasn’t dead, but the next day they left Lystra for Derbe to proclaim the Good News there.
          Now, doesn’t that first line seem much more significant?  “They returned to Lystra and to Iconium…”  They returned to the very place where the people wanted them dead!  And why?  The Scriptures don’t say it plainly, but I believe it is because of the love that they had for the people of those cities.  These were not people that they knew.  Rather, they were people who needed to receive the Good News of salvation through Jesus Christ and Paul and Barnabas would not be stopped until the people of these cities received this Good News.  Their efforts were of no benefit to themselves—the Scriptures show us that it brought them nothing but death threats.  Rather, they were purely for the benefit of those who received them: the sign of true self-sacrificial love on the super-natural level.
          This kind of super-natural love is kind of love that Jesus commands for his disciples when he gives them the “new commandment” to love one another.  And just to be sure that his disciples knew that he meant something more than our natural ability to love one another, he followed this command by saying “As I have loved you, so you also should love one another”.  And what was Jesus’ super-natural act of love?  The cross, of course.  There, he handed over his life completely for everyone—everyone who ever existed, everyone who existed then or exists now, and everyone who will ever exist—regardless of whether they accept him or not.  And he did it not for any benefit that he would gain for himself—he is the Son of God, he has no need of anything—but rather for the benefit of everyone else, simply because he desired it for them… for us.  This is the same super-natural love that led Paul and Barnabas, filled with the Holy Spirit, back into Lystra and Iconium; and this is the same super-natural love that we are still called to offer in our own lives today.
          A couple of years ago, Penn Jillette (one half of the comedy duo “Penn & Teller” and an avowed atheist) recorded a little video describing how a man approached him after a show and gave him a little book of the New Testement and Psalms.  He said that he appreciated it.  As an atheist, he was promoting proselytizing because, he says, it seems to be a logical consequence of belief and of being a good person.  “How much do you have to hate somebody,” he said, “to believe that everlasting life is possible and then not tell them [about it]?”  I dare say that it is a challenging question to us all.  Perhaps we can stretch what he is saying a bit to say that, if you truly believe that Jesus is the Son of God and that he died for our sins but now lives eternally and that those who believe in him will have eternal life, then you do not yet have super-natural love within you—the love that Jesus commanded his disciples to have—if you do not strive to share this Good News with everyone you encounter who has either not yet heard it or has heard it but does not yet believe.
          And I think that this is true.  I’m glad that these readings come to us today, during this Easter season, because they remind us that Easter isn’t just about “alleluias”, but that it’s also about inspiring our apostolate: that is, how we live as apostles—those sent to proclaim this Good News.  Here in the Eucharist, we encounter the super-natural love of Jesus—the re-presentation of the sacrifice of his body and blood for us—and in the dismissal at the end of Mass, we are sent to go from here and to give that love to everyone around us.  Therefore, let us not allow our celebration here to be empty.  Rather, let us ask in this Eucharist for the grace to go forth from here with hearts full of love—true super-natural love—ready to sacrifice our own lives so that others may receive this Good News and live.

Given at All Saints Parish: Logansport, IN – April 24th, 2016

Sunday, April 17, 2016

De Vaqueros y Pastores

          Espero que les guste y son edificados por mi homilía del domingo pasado. Por favor oren por mí esta semana, ya que voy a estar en retiro. Muchas bendiciones a todos!





Homilía: 4º Domingo de la Pascua – Ciclo C
          Sé que muchos de ustedes crecieron o trabajaban en ranchos antes de venir aquí a los Estados Unidos, y por lo que sé que ustedes saben algo acerca de los vaqueros y ganaderos.  Tal vez muchos de nosotros nunca han estado en un rancho de ganado, pero la imagen del vaquero y ganadero es tan común en nuestro folclore cultural que me atrevería a decir que muy pocos de nosotros sabemos nada de ellos.
          Dicho esto, una de las imágenes más destacadas de los vaqueros y ganaderos es la imagen de los vaqueros conduciendo del rebaño de ganado. Todos ustedes sabrían mejor que yo, pero entiendo que se necesita una gran cantidad de vaqueros para conducir un rebaño de ganado. Se necesita una línea de vaqueros que empujan desde atrás sólo para ponerlos en movimiento y una serie de vaqueros a uno y otro lado para mantener a todos juntos. Se necesita una gran cantidad de energía para conducir un rebaño de ganado y no es un trabajo suave.
          Pastoreo, sin embargo, es muy diferente a esto. Tal vez, para muchos de nosotros, las únicas cosas que sabemos acerca de pastoreo son lo que nos dice Jesús en los Evangelios. En contraste con el vaquero conduciendo el rebaño desde atrás, el pastor camina delante de las ovejas, silbando, hablando o cantando, y las ovejas siguen detrás. Siempre que se puedan oír la voz del pastor que mantendrán siguiente. Esto, por supuesto, significa que tienen que estar cerca del pastor; porque, si están muy lejos, no serán capaz de oír su voz y, por lo tanto, pueden separarse del rebaño y perderse. Esto es, quizás, por qué siempre parece que las ovejas son una encima de la otra: ¡ellos no quieren correr el riesgo de llegar demasiado lejos del pastor! Esto ayuda para la protección, también, como los depredadores no se atacan las ovejas si el pastor está cerca. Y así vemos que el trabajo del pastor es muy diferente al trabajo del vaquero, aunque el resultado es el mismo: el rebaño se mueve de un lugar a otro.
          ¿No es interesante, pues, que Dios ha optado por utilizar la imagen del pastor para describir a sí mismo? Entre las religiones antiguas, incluso los que adoraban muchos dioses, que casi siempre reconocen un dios que es supremo por encima de todos ellos. Este dios se asocia a menudo con el sol ni al mar ni un volcán: un fenómeno natural del que depende su cultura. Nunca, sin embargo, que ven este dios supremo cómo un pastor divina de la humanidad. Al comparar a Dios con un buen pastor sólo puede ocurrir en una religión que reconoce una conexión especial entre el ser humano y Dios: tal como, por ejemplo, cuando el libro del Génesis describe que el hombre fue creado a imagen de Dios. Sólo con esto tiene sentido la comparación, porque un Dios que es un buen pastor es un Dios que camina con su pueblo, guiándolos y protegiéndolos de cualquier daño.
          Por lo tanto, cuando Jesús dice: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen" que invoca esta imagen del pastor divina de la humanidad. Él nos recuerda que Dios no es alguien que está lejos de nosotros, sino más bien alguien que está cerca de nosotros y quien nos quiere permanecer cerca de él. Con demasiada frecuencia, tal vez, pensamos en Dios como un vaquero conduciendo el rebaño, utilizando la fuerza para movernos en la dirección que él quiere que nos movemos. Las Escrituras de hoy nos recuerdan, sin embargo, que Dios es como un pastor que nos lleva por el sonido de su voz. En esta imagen, tenemos una responsabilidad, ¿verdad? Una responsabilidad para estar suficientemente cerca para escuchar su voz.
          Por desgracia, la vida en el mundo de hoy es ruidoso, y no es fácil de oír la voz de nuestro buen pastor. Nos bombardean con tantas otras voces, tantas imágenes, y tantas ideas. Cristo sabe esto, y todavía nos dice: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen." ¿Que da Cristo tanta confianza en nuestra capacidad de permanecer cerca de él y evitar las trampas de los depredadores? Es la oración, uno de los más grandes regalos de Dios para nosotros, y uno que a menudo damos por sentado. Cristo está siempre prestando atención a nosotros, así como un buen pastor presta atención a sus ovejas. Él siempre nos está hablando, al igual que un buen pastor camina delante de su rebaño hablando y cantando así que ellos pueden escucharle y seguirle. No importa lo ruidoso, oscuro, o tormentoso se pone, Jesús sabe cómo hacer que su voz se escuche en nuestros corazones; pero hay que sintonizar. Entonces, ¿cómo hacemos esto?
          En primer lugar, por supuesto, es permanecer cerca de él en los sacramentos. Nuestra participación semanal en la misa y el uso frecuente del sacramento de la Reconciliación son medios tangibles de la gracia que nos mantienen cerca del pastor para que podamos escuchar su voz. Más allá de eso es nuestro tiempo de oración privada, sobre todo de pasar tiempo con las Sagradas Escrituras. Las Escrituras son la Palabra viva de Dios y así de pasar tiempo orando con ellos nos ayuda a saber cómo suena su voz para saber cuándo se está hablando. Por último, las enseñanzas del Papa, nuestro obispo, sus sacerdotes y líderes laicos son formas adicionales que podemos oír la voz del Buen Pastor hablando directamente en nuestras vidas.
          Para escuchar a la voz del buen pastor es también la manera de descubrir su vocación. Todos sabemos que hay una necesidad constante de más hombres y mujeres jóvenes a descubrir y seguir la llamada de Dios al sacerdocio ya la vida religiosa. Cada uno de nosotros tiene el deber de ayudar a nuestros jóvenes a escuchar el llamado del Buen Pastor. Dios sigue llamando, pero tiene que haber un ambiente ferviente cristiano entre las familias, las parroquias deben promover actividades formativas y apostólicas que se abren los corazones de los jóvenes a la llamada del Señor, y los jóvenes necesitan que se les enseñe la generosidad a fin de no negar a Dios nada que Él pide.
          Tenemos que orar por nuestros jóvenes y para animarles a escuchar la voz del buen pastor para ver si él los está llamando a una vocación al sacerdocio o a la vida religiosa. También es providencial que este Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones llega solo una semana después de que el Papa Francisco publicó su exhortación apostólica "Sobre el amor en la familia", porque realmente es el fomento de una renovación de la vida familiar cristiana que fomente la renovación de discernimiento vocacional entre los jóvenes.
          Mis hermanos y hermanas, con todas las voces competidoras que nos rodea, sin duda es un trabajo duro para escuchar la voz de Jesús; pero es un trabajo que debemos tomar si queremos ser uno de la muchedumbre de pie delante del trono del Cordero que va a beber de las fuentes del agua de la vida por toda la eternidad. Tomemos este buen trabajo para que nunca podemos perder nuestro camino y para que podamos disfrutar del cuidado cariñoso del Buen Pastor siempre en el cielo.
Dando en la parroquia de Todos los Santos: Logansport, IN

17 de abril, 2016

Of Cowboys and Shepherds

          I hope that you enjoy and are edified by my homily from this past Sunday.  Please pray for me this week as I will be on retreat.  Many blessings to you all!



Homily: 4th Sunday of Easter – Cycle C
          If you’ve grown up here in the United States, then you probably know something about cowboys and cattle ranchers.  Perhaps many of us have never been on a cattle ranch, but the image of the cowboy and cattle rancher is so ubiquitous in our cultural folklore that I would dare to say that very few of us know nothing about them.  Even for our friends who have come to us from south of our borders, even if they have never seen the countless films and television shows about cowboys and cattle ranchers, they would know something about them because many of them have come from rural areas where they either owned or worked on ranches.
          That said, one of the most prominent images of cowboys and cattle ranchers is the image of the cowboys driving the herd of cattle: either from one area to another or to market for sale.  It takes a lot of cowboys to drive a herd of cattle.  You need a line of cowboys pushing from behind just to get them moving and a number of cowboys on either side to keep them all together.  It takes a lot of energy to drive a herd of cattle and there’s nothing gentle about it.
          Shepherding, however, is very different than this.  Perhaps, for many of us, the only things that we know about shepherding are what Jesus tells us in the Gospels.  The shepherd, in contrast to the cowboy driving the herd from behind, walks ahead of the sheep, whistling, speaking, or singing, and the sheep follow behind.  As long as they can hear the shepherd’s voice, they will keep following.  This, of course, means that they have to stay close to the shepherd; because, if they get too far away, they won’t be able to hear his voice and, thus, may get separated from the flock and become lost.  This is, perhaps, why it always looks like sheep are walking on top of each other: they don’t want to risk getting too far away from the shepherd!  This helps for protection, too, as predators won’t attack the sheep if the shepherd is close.  And so we see that the work of the shepherd is much different than the work of the cowboy, though the result is the same: the herd/flock moves from one place to another.
          Isn’t it interesting, then, that God has chosen to use the image of the shepherd to describe himself?  Among ancient religions, even those that worshiped many gods, they almost always acknowledge one god that is supreme above them all.  This god is often associated with the sun or the sea or a volcano—some natural phenomenon on which their culture depends.  Never, however, do they see this supreme god as a divine shepherd of humankind.  Comparing God to a good shepherd can only happen in a religion that recognizes a special connection between the human person and God—such as, for instance, when the book of Genesis describes that man was created in the image of God.  Only then does the comparison make sense, because a God who is a good shepherd is a God who walks with his people, guiding them and protecting them from harm.
          Thus, when Jesus says “My sheep hear my voice; I know them and they follow me” he is invoking this image of the divine shepherd of humankind.  He is reminding us that God is not someone who is distant from us, but rather someone who is close to us and who wants us to remain close to him.  Too often, perhaps, we think of God as a cowboy driving the herd, using force to move us in the direction that he wants us to move.  The Scriptures today remind us, however, that God is like a shepherd who leads us by the sound of his voice.  In this image, we have a responsibility, don’t we?  A responsibility to stay close enough to hear his voice.
          Unfortunately, life in today's world is noisy, and it is not always easy for us to hear the voice of our good shepherd.  We are bombarded with so many other voices, so many images, so many ideas.  Christ knows this, yet he still tells us, "My sheep hear my voice; I know them, and they follow me."  What gives Christ so much confidence in our ability to stay close to him and avoid the traps set by poachers and wolves?  It is prayer, one of God's greatest gifts to us, and one that we often take for granted.  Christ is always paying attention to us, just as a good shepherd pays attention to his sheep.  He is always speaking to us, just as a good shepherd walks ahead of his flock talking and singing, so they can hear him and follow.  No matter how noisy, dark, or stormy it gets, Jesus knows how to make his voice heard in our hearts; but we have to tune in.  So how do we do this?
          First, of course, is to stay close to him in the sacraments.  Our weekly participation in the Mass and the frequent use of the sacrament of Reconciliation are tangible means of grace that keep us close to the Shepherd so that we can hear his voice.  Beyond that is our time of private prayer, particularly spending time with the Holy Scriptures.  The Scriptures are the living Word of God and so spending time praying with them helps us to know what his voice sounds like so as to know when he is speaking to us.  Finally, the teachings of the pope, our bishop, your priests and lay leaders are additional ways that we can hear the voice of the Good Shepherd speaking directly into our lives. 
          Listening for the voice of the Good Shepherd is also the way for one to discover his or her vocation.  We all know that there is a constant need for more young men and women to discover and to follow God’s call to the priesthood and religious life.  Every one of us has the duty to help our young people to hear the call of the Good Shepherd.  God keeps calling, but there must be a fervent Christian environment among families, parishes need to promote formative and apostolic activities that open young people’s hearts to the call of the Lord, and young people need to be taught generosity so as not to deny God anything He asks for. We need to pray for our young people and to encourage them to listen for the voice of the Good Shepherd to see if he is calling them to a vocation to the priesthood or religious life.  It is also providential that this World Day of Prayer for Vocations comes just one week after Pope Francis released his apostolic exhortation “On Love in the Family”, because it is truly the fostering of a renewal of Christian family life that will foster a renewal of vocational discernment among our young people.
          My brothers and sisters, with all of the competing voices surrounding us, it surely is hard work to listen for the voice of Jesus; but it is a work we must take up if we hope to be one of the great multitude standing before the throne of the Lamb who will drink from the springs of life-giving water for all eternity.  Let us take up this good work so that we may never lose our way and so that we might enjoy the loving care of the Good Shepherd forever in heaven.

Given at All Saints Parish: Logansport, IN – April 16th, 2016

Monday, April 11, 2016

Rock concerts and living fully alive



Homily: 3rd Sunday of Easter – Cycle C
          For many of us, when we were in our most formative years, a certain style of music or perhaps one band in particular, had a profound influence on how we came to understand ourselves, that is, who we are, and how we approach and deal with life.  When I was in high school, the alternative rock band Pearl Jam was that band for me.  In spite of being a fervent follower of the band, and in spite of the fact that I lived near Chicago, which meant that on each of their tours there was a stop close enough for me to have a chance to go to it, I had never been to a Pearl Jam concert.
          A couple of years ago Pearl Jam came to Chicago to play a special concert at Wrigley Field.  A few of my friends from high school, who still lived in the Chicago area, called me and invited me to go.  I had stopped following Pearl Jam some years before, so I didn’t feel like this was something I had to do, but the chance for a “reunion” of sorts with some of my high school friends was enough for me to agree to go.
          Now, I hadn’t been to a rock concert in many years—since before I entered the seminary, really—and so there were a lot of things about this experience that were kind of shocking to me.  The most surprising of them all to me was what I observed after the concert started.  It was nothing that I hadn’t seen before, but in the light of my “conversion” to follow the Lord and my seminary formation, it was very striking to me.
          What struck me was how the people responded when the band came out to play.  There was a lot of applause, of course, which was to be expected, but a great majority of people spontaneously thrust their hands into the air and began to scream at the top of their lungs.  And what struck me at that moment was the thought: “Oh my, these people are worshiping!  They are worshiping these men on stage!”
          If you’ve never thought of it before, perhaps now you will, but this motion (thrusting your hands in the air and crying out in the direction of some object or being) is an act of prayer: either adoration (in which we are trying to “throw” our praise towards the object of our prayer) or petition (in which we are trying to “pull” help and favor from the one to whom we are praying).  Thus, when I saw this at the concert, I was immediately struck that this act of fervent prayer was being directed to these men playing music on a stage.
          Now, my purpose here is not to condemn these people for idol worship (it would be presumptuous of me to accuse them of that); but rather to highlight something about what heaven might be like, in light of our experience of something as inspiring of our passions as a rock concert, and to invite us to imagine how our lives here on earth can draw us into that experience until the day that we experience it fully.
          In our second reading today, we read from the revelations given to the apostle John while he was exiled on the Greek island of Patmos.  His exile came during a time when the early Church was experiencing increasing persecution from the Roman authorities.  These visions were given to John as a way to bolster the faith of Christians in the face of these persecutions.  The vision comes in fantastical imagery, which included symbols that Christians would understand, but that their persecutors wouldn’t necessarily understand.  The vision we read from today is a vision of the ultimate victory of the Lamb (that is, the Lamb of God, who is Jesus), seated on the throne of heaven (that is, the highest throne of the universe), and who is worshiped by all the beings in heaven and all of the creatures of the universe (that is, everything that exists).
          This is a very powerful image!  In a time when the active worship of God was part and parcel of people’s daily lives—and when kings and rulers often claimed that their people should worship them (as Caesar did)—an image of the one that you acknowledged as king and God being worshiped by every creature of the universe would be powerful and inspiring.
          Unfortunately, however, we seem to have accepted an image of heaven as a place where we lounge around on clouds, listening to gentle music from harps, and where everything is colored in light pastels: in other words, we’ve accepted an image in which heaven is a place in which none of our passions are excited, but rather where everything is artificially sweet and calm.  The image presented to us in this reading, however, seems to indicate that heaven is much more like a rock concert than a serenity garden.
          And so, what should we take from that?  That heaven will be like a rock concert and, if we don’t like rock concerts, then too bad?  No, of course not.  I think what we can take from this image of heaven, however, is that heaven will be a place in which we are fully alive, passions and all; and that this experience of the fullness of life will be very dynamic, joy-filled, and never-ending.  When people leave a concert, they are often full of energy: still screaming, laughing, and often immediately reliving the best moments from it.  In other words, it is an experience that stays with them and gives them a fuller sense of living as they return to their daily lives.  Imagine that kind of experience never ending and you’ll begin to have an idea of what it means to be in heaven, before the throne of the Lamb, worshiping him for all eternity.  It’s like a never-ending Pearl Jam concert. (I just ruined it for most of you, didn’t I?)
          Why is this important for us to realize?  Well, for starters, perhaps it can give us an awareness of where we have been worshiping false idols in our lives, right?  I mean, if we find ourselves responding to things that aren’t God with gestures and acclamations of adoration and praise, then perhaps we need to review where those things are on our list of “most-important things” in our lives.  More than that, however, when we realize that heaven won’t be a place in which, it seems, we will be barely alive, but rather a place in which we will be fully alive, we can choose to begin to approach that experience by striving to live as fully-alive as we can in this life, giving God adoration and praise by being the fullest and most alive versions of ourselves, using all of our gifts and talents for our good and the good of everyone around us.
          Saint Irenaeus of Lyons wrote in one of his defenses of the Christian faith that “The glory of God is a living man; and the life of man consists in beholding God.”  Thus, to give God glory in this life we must be fully alive, or living, so as to move us towards that for which we are alive: to behold God, the Lamb of God on the throne of heaven.
          This, my brothers and sisters, is what the Easter season calls us to do: to live fully alive in this world in anticipation of the true fullness of life we will experience in the next: the fullness of life made possible for us by the death and resurrection of Jesus our Lord.  The temptation is to think that the Lord has abandoned us, having gone back to heaven; and to respond, like the apostles did, going back out into the boat without Jesus, just trying to make something of our lives.  The joy of Easter reminds us that it is for God that we live and so our lives must always move in response to God; and when they do, like when Jesus intervened for the apostles, they will be abundantly fruitful.
          Let us, then, my brothers and sisters, commit ourselves to the proper worship of God: the full living of our lives for him in this world in anticipation of the fullness of life that we hope to enjoy in his presence in heaven; a glimpse of which we receive when we re-present to him this perfect sacrifice of thanksgiving: the Lamb of God who has taken away our sins and who now sits on the throne in heaven to rule for all eternity.  Come, now, let us adore him.

Given at All Saints Parish: Logansport, IN – April 9th & 10th, 2016

Monday, April 4, 2016

Cara a cara con la Misericordia Divina


Homilía: 2º Domingo de Pascua (de la Divina Misericordia) – Ciclo C
          El 30 de abril del año 2000, dos cosas importantes sucedieron que han afectado directamente a nuestra celebración de hoy. En primer lugar, el Papa Juan Pablo II canonizó a Hermana María Faustina Kowalska, una monja polaca que fue bendecido por haber recibido revelaciones de Jesús pidiéndole que difundir la devoción a la Divina Misericordia. En segundo lugar, el Papa Juan Pablo II declaró que el segundo domingo de Pascua sería conocido a partir de ahora como "Domingo de la Divina Misericordia". La primera fue importante como la autenticación de las revelaciones hechas a Hermana Faustina, por lo que es posible promover la devoción a la Divina Misericordia en todo el mundo. El segundo era importante, ya que cumple una de las peticiones que Jesús hizo a Hermana Faustina: es decir, que la totalidad de la Iglesia reserva el segundo domingo de Pascua para honrar y conmemorar la infinita misericordia de Dios. Y así, hoy en día, es apropiado que pasar algún tiempo en esta misa meditando sobre la misericordia de Dios.
          En las Escrituras, vemos la misericordia de Dios que se muestra. En el Evangelio, rebobinar de nuevo a Domingo de Pascua, donde los discípulos de Jesús estaban reunidos y sin embargo no sabían de la resurrección de Jesús. Entonces el Jesús resucitado se aparece delante de ellos, a pesar de que las puertas del lugar estaban cerradas—lo cual fue un despliegue de grande y temeroso poder—y ¿qué es lo que dice a ellos? Qué dice: "¿Cómo pudiste? ¡Todos ustedes me abandonaron en mi hora de necesidad! A continuación, ¡se apiñan en el miedo como si nunca les dije que esta es la forma en que tenía que ser! ¡Es como si no estuviera aun escuchando!" No, él no dice eso, ¿verdad? ¿Qué dijo? Él dice: "La paz este con ustedes" y él se hace disponible para ellos: mostrándoles las manos y los pies para que ellos sabrán que es él en la carne y no un fantasma. Él no los castigo; más bien, él tuvo piedad de ellos, a pesar de que lo habían abandonado.
          No sólo eso, sino que el próximo movimiento de Jesús es darles una comisión para ir a compartir este mensaje de alegría con los demás. Observe que esta comisión, "Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo", no tiene límites en él. Por lo tanto Jesús extiende su misericordia incluso a aquellos que le mató mientras envía a sus discípulos a anunciar que ha resucitado y que la redención puede ser disfrutada por todos los que ponen su fe en él.
          Para estar seguros de que no hay duda acerca de si una persona ha recibido la misericordia de Dios, Jesús hace algo aún más increíble: él da a sus discípulos el poder de perdonar los pecados. Por lo tanto, cada vez que se encuentran con nadie, que no tienen que depender de un vago "Estoy seguro de que Dios te va a perdonar", sino que pueden anunciar con valentía "Yo sé que Dios te perdona, porque se me ha dado la autoridad para anunciar su perdón, y yo lo proclamo”. Esto, por supuesto, es la institución del Sacramento de la Reconciliación: el sacramento de la misericordia de Dios extendido a los pecadores.
          Sin embargo, llega un momento de drama en la lectura de hoy, ¿verdad? Tomás, uno de los doce discípulos más cercanos a Jesús, no estaba con ellos cuando Jesús se les apareció en la primera noche de Pascua. Cuando regresa a ellos y le dicen que habían visto a Jesús vivo, Tomás lo niega. Él está tan herida por la aparente derrota de Jesús—el que pensó que sería su nuevo rey—que no va a aceptar el testimonio de los demás, sino que insiste en una reconciliación cara a cara con él.
          Durante una semana entera Tomás rumiaba sobre el hecho de que Jesús supuestamente se apareció a los otros discípulos sin que él estuviera presente hasta el domingo siguiente cuando, presente esta vez con los otros discípulos, Tomás, también, ve al Señor resucitado. Una vez más, misericordiosamente, Jesús no condena Tomás, sino que lo invita cerca. En cierto modo, Jesús está diciendo a él: "No permita que su dolor se interponga en el camino de poner su fe en mí. Ven, toca las marcas de los clavos y mi lado abierto y saber que soy yo, ¡vivo incluso después de la muerte!" Tomás, después de haber encontrado cara a cara con el hombre que estaba muerto, pero ahora vive, confiesa la verdad de que su corazón probablemente sabía todo a lo largo: "¡Señor mío y Dios mío!"
          Esto, mis hermanos y hermanas, es la naturaleza sin límites de la misericordia de Dios: no sólo que él nos perdona nuestros pecados, sino que vendría cerca de nosotros; nunca permitiéndonos estar lejos de él, sino que nos persigue porque desea tanto que estaríamos reconciliados con él. Y ¿piensa que fue un accidente que Jesús se apareció a los discípulos cuando Tomás no estaba con ellos el domingo de Pascua? ¡Por supuesto no! Al hacer esto, Jesús quería demostrar a nosotros que, incluso en nuestra duda, él no nos abandonará. De este modo, se permite a Tomás a perder su primera aparición para que él nos podría mostrar que la duda—¡incluso si es grande!—no es suficiente para ahuyentar u ofenderlo. Más bien, él viene a nosotros otra vez... y otra vez... y otra vez, si es necesario hasta que permitimos su mirada tierna que caiga sobre nosotros y así confesamos nuestra fe en él.
          Cada uno de nosotros, estoy seguro, ha experimentado las angustias, frustraciones y dudas que Tomás experimentó cuando vio a su Señor sufrir y morir. Sospecho que es seguro decir que cada uno de nosotros, como Tomás, ha resistido a creer que Dios realmente ha superado lo que parecía ser nuestra derrota. Lo que esta lectura del Evangelio de hoy hace por nosotros—y lo que nuestra celebración de la Divina Misericordia hoy hace por nosotros—es recordarnos que Dios nunca nos abandona en nuestras angustias, frustraciones y dudas, pero que vuelve a nosotros, siempre dispuesto a encontrarnos, las manos expuestas y diciendo “La paz este con ustedes.” Que es la paz que nos ofrece, la paz de creer que la bondad de Dios nunca puede ser agotado y que no hay oscuridad en el mundo que puede extinguir su luz: la luz misma que se rompió a través de la oscuridad de la muerte para que podamos experimentar la vida eterna.
          Cada domingo, mis hermanos y hermanas, cuando nos acercamos a comulgarnos, nos encontramos cara a cara una vez más con la misericordia de Dios. Hoy en día, el día en el que sobre todo celebra la Divina Misericordia, abrimos nuestros corazones para permitir que las palabras de Jesús a ser habladas en nuestras vidas una vez más: "La paz este con ustedes". Y entonces, como nuestro "Amén" proclama las palabras de Santo Tomás—"¡Señor mío y Dios mío!"—hablemos también las palabras que Jesús enseñó Santa María Faustina decir cuando estaba cara a cara con su misericordia: "Jesús, confío en ti." Con estas palabras en nuestros corazones, entonces estaríamos listos para salir de aquí para ser la cara de la misericordia de Dios a los demás; para que ellos, también, podrían anunciar la verdad más importante de todas: que Jesús, el Hijo de Dios, el crucificado, vive... ¡que él ha resucitado!
Dado en la parroquia de Todos los Santos: Logansport, IN
3 de abril, 2016

Face to face with Divine Mercy


Homily: 2nd Sunday of Easter (Divine Mercy Sunday) – Cycle C
          On April 30th of the year 2000, two important things happened that have directly affected our celebration today.  First, Pope John Paul II canonized Sr. Maria Faustina Kowalska, a Polish nun who was blessed to have received revelations from Jesus asking her to spread devotion to Divine Mercy.  Second, Pope John Paul II declared that the second Sunday of Easter would be known from now on as “Divine Mercy Sunday”.  The first was important as an authentication of the revelations made to Sr. Faustina, thus making it possible to promote devotion to Divine Mercy throughout the whole world.  The second was important as it fulfilled one of the requests that Jesus made to Sr. Faustina: that is, that the entire Church reserve the second Sunday of Easter to honor and commemorate God’s infinite mercy.  And so, today, it is appropriate that we spend some time in this Mass reflecting on God’s mercy.
          In the Scriptures, we see God’s mercy on display.  In the Gospel, we rewind back to Easter Sunday, where the disciples of Jesus had gathered together and did not yet know of Jesus’ resurrection.  The risen Jesus then appears before them, even though the doors to the place were locked—which was a display of great and fearful power—and what does he say to them?  Does he say, “How could you?  You all abandoned me in my hour of need!  Then, you huddle away in fear as if I never told you that this is how it had to be!  It’s like you weren’t even listening!”  No, he doesn’t say that, does he?  What does he say?  He says, “Peace be with you” and he makes himself available to them: showing them his hands and his feet so that they will know it’s him in the flesh and not a ghost.  He didn’t chastise them; rather, he had mercy on them, even though they had abandoned him.
          Not only that, but Jesus’ next move is to give them a commission to go and share this joyful message with others.  Notice that this commission, “As the Father has sent me, so I send you”, has no limits on it.  Thus Jesus is extending his mercy even to those who put him to death as he sends his disciples to proclaim that he is risen and that redemption can be enjoyed by all who put their faith in him.
          To be sure that there is no doubt about whether or not a person has received God’s mercy, Jesus does something even more incredible: he gives his disciples the authority to forgive sins.  Therefore, whenever they encounter anyone, they don’t have to rely on a vague “I’m sure that God forgives you”, but rather they can boldly proclaim “I know that God forgives you, because I have been given the authority to proclaim his forgiveness, and I proclaim it”.  This, of course, is the institution of the Sacrament of Reconciliation: the sacrament of God’s mercy extended to sinners.
          Yet, there comes a moment of drama in today’s reading, doesn’t there?  Thomas, one of Jesus’ twelve closest disciples, wasn’t with them when Jesus appeared to them on that first Easter evening.  When he returns to them and they tell him that they had seen Jesus alive, Thomas denies it.  He is so hurt by the seeming defeat of Jesus—the one who he thought would be his new king—that he will not accept the testimony of others, but instead insists on a face-to-face reconciliation with him.
          For a whole week Thomas broods over the fact that Jesus allegedly appeared to the other disciples without him being present until the following Sunday when, present this time with the other disciples, Thomas, too, sees the risen Lord.  Again, mercifully, Jesus does not condemn Thomas, but rather he invites him close.  In a way, Jesus is saying to him, “Do not let your hurt get in the way of placing your faith in me.  Come, touch the nail marks and my open side and know that it is me, alive even after death!”  Thomas, having come face to face with the man who was dead, but now lives, confesses the truth that his heart probably knew all along: “My Lord and my God!”
          This, my brothers and sisters, is the unbounded nature of God’s mercy: not just that he would forgive us our sins, but rather that he would come close to us, never allowing us to stay far from him, but rather pursuing us because he desires so much that we would be reconciled to him.  And do you think that it was an accident that Jesus appeared to the disciples when Thomas wasn’t with them on Easter Sunday?  Of course not!  In doing so, Jesus wanted to prove to us that, even in our doubt, he would not abandon us.  Thus, he allows Thomas to miss his first appearance so that he might show us all that doubt—even if it is significant!—is not enough to scare him away or offend him.  Rather, he comes to us again… and again… and again, if necessary until we allow his tender gaze to fall upon us and so confess our faith in him.
          Each of us, I’m sure, has experienced the anxieties, frustrations, and doubts that Thomas experienced when he watched his Lord suffer and die.  I suspect that it is safe to say that each of us, like Thomas, has resisted believing that God really has overcome what seemed to be our defeat.  What this Gospel reading today does for us—and what our commemoration of Divine Mercy today does for us—is remind us that God never abandons us in our anxieties, frustrations, and doubts, but that he comes back to us, ever ready to meet us, hands exposed and saying “Peace be with you.”  It is peace that he offers us, the peace of believing that God’s goodness can never be exhausted and that no darkness in the world can ever extinguish his light: the very light that broke through the darkness of death so that we might experience eternal life.
          Each Sunday, my brothers and sisters, when we approach Holy Communion, we come face-to-face once again with God’s mercy.  Today, on the day in which we particularly celebrate the Divine Mercy, let’s open our hearts to allow Jesus’ words to be spoken into our lives once again: “Peace be with you.”  And then, as our “Amen” proclaims the words of St. Thomas—“My Lord and my God!”—let us also speak the words that Jesus taught St. Maria Faustina to say when she was face-to-face with his mercy: “Jesus, I trust in you.”  With these words in our hearts, we will then be ready to go forth from here to be the face of God’s mercy to others so that they, too, might proclaim the most important truth of them all: that Jesus, the Son of God, the crucified one, is alive… that he is truly risen!

Given at All Saints Parish: Logansport, IN – April 3rd, 2016