Homilía: 5º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo A
Hermanos, mientras viajamos a través de
estas semanas del Tiempo Ordinario, tenemos el desafío de crecer en nuestro
discipulado de Jesús. En semanas anteriores, se nos ha animado a contemplar a
Jesús, el Cordero de Dios, en los diferentes momentos y encuentros de nuestra
vida diaria, a ver en la Palabra de Dios tanto un registro de las promesas de
Dios para nosotros como la evidencia de su cumplimiento, y ser humildes y puros
para que podamos ser dichosos al reconocer la presencia de Dios entre nosotros.
Esta semana, creo que la Misa nos mueve a recordar que se nos ha dado la misión
de evangelizar, y cómo es esa evangelización. Entonces, profundicemos para ver
cómo nos revela esto.
El obispo Robert Barron, un gran
evangelizador, a menudo habla de las dificultades de tratar de proclamar a
Jesús en un mundo que ha perdido mucho de su sentido religioso. Lo que quiere
decir con eso es esto: que dado que, en la cultura occidental, las personas han
perdido el sentido de quién es Dios—o que Dios incluso existe—acercarse a ellos
con una proclamación de Jesús es ineficaz, ya que no tendrían un contexto en el
que situarlo y así aceptarlo. Para contrarrestar esto, el obispo Barron a
menudo propone introducir a las personas a lo que se llama los
"trascendentales": es decir, la verdad, la belleza, y la bondad.
Éstas, argumenta, son cosas, no específicamente religiosas, que cualquier
persona puede experimentar y que le pueden llevar a reconocer realidades que
están más allá de sí mismo (es decir, realidades que “trascienden” las
propias). Cuando alguien es capaz de hacer esto, argumenta el obispo Barron,
entonces se le puede presentar la idea de Dios y de nuestra necesidad de un
salvador, que es Jesús. Bien, dicho esto, hagamos un vistazo a estos
trascendentales.
La verdad, argumenta el obispo Barron,
es difícil para empezar. Esto se debe a que nuestra cultura está tan plagada de
relativismo—es decir, la idea de que la verdad es relativa a la persona que la
percibe—que incluso cuando se le presenta una verdad universal, una persona
puede no estar abierta a experimentar su cualidad trascendente. La belleza,
dice, es un modo igualmente desafiante de evangelizar. Esto por un par de
razones: primero porque para encontrar verdaderamente la belleza uno tiene que
“levantar los ojos” por encima del mundo. En la cultura occidental, tan llena
de imágenes que hablan de nuestras pasiones y nuestros impulsos primarios, es
difícil apartar la vista para ver algo que es realmente hermoso en sí mismo.
Segundo, porque la idea de belleza también ha sido objeto de relativismo. “La
belleza está en el ojo de quien la mira”, dice el refrán. Pero esto no es
cierto. La belleza trascendente es algo que tiene una cualidad objetiva. Por
ejemplo, podrías decir que nuestra catedral en Lafayette no es de tu gusto en
cuanto a estilo, pero estarías equivocado si dijeras que no era bella.
Esto nos deja con la bondad. Esto,
argumenta el obispo Barron, es donde tenemos la mayor oportunidad. Esto se debe
a que muchos en la cultura occidental todavía creen que tenemos la
responsabilidad de cuidar a aquellos que son menos afortunados que nosotros.
Por lo tanto, cuando la gente ve a los cristianos sirviendo a los
pobres—especialmente si son cristianos pobres sirviendo a los pobres—reconocen
más fácilmente que hay algo valioso en la bondad y, por lo tanto, estarán
abiertos a saber qué es lo que nos motiva a servir; que, entonces, es nuestra
oportunidad de compartir el Evangelio. Este tercer trascendental como medio de
evangelización es exactamente hacia lo que apuntan nuestras escrituras hoy.
En la primera lectura del profeta
Isaías, escuchamos al Señor decir a los israelitas cómo es que serán
restaurados a la buena gracia de Dios y comenzarán de nuevo a cumplir su propósito
como pueblo de Dios, que es ser una luz que atraiga a personas de todas las
naciones hacia Dios ¿Y qué dice? Él dice, “comparte tu pan con el hambriento, abre
tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu propio
hermano”. Todavía más lejos dice, “renuncies a oprimir a los demás y destierres
de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva… compartas tu pan con el
hambriento y sacies la necesidad del humillado...” En otras palabras, “Haz el
bien y evita el mal y la luz que tienes recibido brillará intensamente en el
mundo, atrayendo a la gente a mi reino”. Hermanos, si leen el Antiguo
Testamento, verán que cada vez que los israelitas tienen problemas con Dios es
porque han fallado en ser la luz de la bondad de Dios en el mundo, alejando así
a la gente de Dios, en lugar de hacia él.
Luego, en la lectura del Evangelio,
escuchamos a Jesús en su Sermón de la Montaña compartiendo con nosotros las
metáforas de la sal y la luz. “Ustedes son la sal de la tierra”, les dice a sus
discípulos, queriendo decir que están destinados a tomar lo que hay de bueno en
el mundo y potenciarlo. “Ustedes son la luz del mundo”, les dice también,
haciéndose eco del propósito que Dios le dio al pueblo israelita de ser luz
para todos los pueblos para que se vuelvan a Dios. Continúa diciendo: “Que de
igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den
gloria a su Padre, que está en los cielos”. Ahí está, una vez más: al mostrar
bondad a los demás, los demás, a su vez, descubrirán y glorificarán a Dios. ///
No incluidas en la primera lectura de
hoy, pero implícitas por nuestro Señor en su sermón, están las consecuencias de
no evangelizar. El resultado de evangelizar, por supuesto, es que las cosas mejoren:
porque el reino de Dios crecerá y la fraternidad de la humanidad, unida a Dios
por medio de Jesús, traerá paz y armonía al mundo. La consecuencia de no
evangelizar, sin embargo, no es que las cosas sigan igual, sino que empeoren.
Como dice Jesús, la sal que pierde su sabor no sirve más que para tirarla.
Cuando se tira y se pisotea, deja el suelo estéril: es decir, incapaz de
soportar el crecimiento de las plantas. Una vela, que está oculta por una olla,
no seguirá ardiendo, sino que se apagará después de consumir todo el oxígeno
debajo de la olla. En ambos casos, cuando la cosa no se usa para su buen fin,
no mantiene las cosas en el mismo estado, sino que las empeora.
Y así, hermanos míos, parece que
nuestra Misa de hoy nos está animando a considerar nuestra misión como
discípulos de evangelizar y hacerlo a través del bien: es decir, haciendo el
bien para realzar el bien inherente en el mundo y ser luz que atraiga a los
hombres a conocer a Dios, que es la bondad misma, y así glorificarlo. Hacemos esto
en una miríada de maneras aquí en esta parroquia. Como parte de una diócesis
católica, nuestro alcance se extiende mucho más allá de los límites de nuestra
parroquia para tocar las vidas de muchos aquí en el centro-norte de Indiana y
más allá. Estos ministerios extendidos están financiados por la Apelación de
Ministerios Católicos, la campaña anual del obispo Doherty para apoyar los
ministerios pastorales y administrativos de evangelización de nuestra diócesis.
Como alguien que se beneficia directamente de estos recursos en mis ministerios
a los sacerdotes, diáconos y seminaristas, permítame decir "gracias"
por su generosidad y lo invito a unirse nuevamente a nosotros en esta gran obra
evangelizadora haciendo su donación o compromiso hoy a la Apelación de los
Ministerios Católicos de 2023.
Mientras lo hacemos, comprometámonos
también a pasar tiempo esta semana considerando las formas en que Dios nos está
llamando a evangelizar a través de buenas obras en nuestra vida diaria y a
buscar las formas que todavía están disponibles para nosotros para hacer más
bien (como, tal vez, eliminando las “palabras ofensivas” de nuestras vidas).
Todo para que podamos llegar a ser más fervientes discípulos de Cristo, y para
que el reino de Dios de armonía y paz se realice aquí y ahora.
Dado en ingles en la
parroquia de San Jose: Delphi, IN
4 de febrero, 2023
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