Homilía: 1º Domingo en la Cuaresma – Ciclo A
¿Alguna vez has seguido un mal consejo,
solo para arrepentirte profundamente más tarde? Ya sabes, como cuando
estableces una regla para ti mismo, pero luego dejas que la sugerencia de otra
persona te lleve a romper esa regla y luego te encuentras sufriendo por eso. Un
ejemplo famoso para mí es este: cuando viajé a Guatemala para estudiar español,
me dijeron: “No comas comida de los vendedores ambulantes. Probablemente te
enfermarás por eso”. A todos los seminaristas nos dijeron eso. Sin embargo, uno
de los seminaristas de nuestro grupo, por sugerencia de otro turista, comió
comida de uno de los vendedores ambulantes y se enfermó gravemente. El
seminarista lo sabía mejor, pero en lugar de escuchar y seguir la regla sabía
que le había sido dada, escuchó una voz cuya sabiduría era cuestionable y
sufrió las consecuencias. (Por cierto, sobrevivió esta terrible experiencia.)
Al reflexionar sobre las Escrituras
hoy, vemos que se está desarrollando una dinámica similar. En la primera
lectura, la serpiente (“el más astuto de los animales del campo que había
creado el Señor Dios…”) prueba su astucia con la mujer, Eva, jugando con ella
un juego de palabras. “¿Es cierto que Dios les ha prohibido comer de todos los árboles del jardín?” Eva
conocía la regla y rápidamente respondió: “[En realidad,] podemos comer del
fruto de todos los árboles del jardín, pero del árbol que está en el centro,
dijo Dios: 'No comerán de él ni lo tocarán, porque de lo contrario, habrán de
morir'". Entonces, el animal astuto, la serpiente, trata de convencerla de
lo contrario, diciendo: “De ningún modo. No morirán. Bien sabe Dios que el día
que coman de los frutos de ese árbol, se les abrirán a ustedes los ojos y serán
como Dios, que conoce el bien y el mal". Este astuto animal estaba usando
una herramienta de marketing, “hablando con convicción”, para tratar de
convencer a la mujer de que la regla que Dios le había dado estaba mal. Vemos
que Eva “mordió el anzuelo”, por así decirlo.
Luego, el autor del libro de Génesis
nos da una idea del pensamiento de Eva: “La mujer vio que el árbol era bueno
para comer, agradable a la vista y codiciable, además, para alcanzar la sabiduría.
Tomó, pues, de su fruto…” Después de escuchar a la serpiente, Eva comenzó a
escuchar su propia voz, lo que la convenció de aún más razones por las que Dios
debe haberse equivocado acerca de las consecuencias de comer el fruto de este
árbol en particular. Así, “tomó, pues, de su fruto, comió y le dio a su marido,
que estaba junto a ella, el cual también comió.” Eva escuchó malos consejos (y Adán
con ella), solo para arrepentirse profundamente poco después.
Contraste esto con la lectura del
Evangelio. Jesús (que, por cierto, acababa de ser declarado “Hijo de Dios” por
el Padre en su bautismo en el río Jordán), va a un lugar desierto a ayunar y
orar durante 40 días con sus noches. Entonces, en la debilidad de Jesús, el
diablo se le acerca para tentarlo. Note que lo primero que hace el diablo es
desafiar lo que el Padre dijo acerca de él: “Si tú eres el Hijo de Dios, [haz esto…]” Jesús, imitando a Eva en
su respuesta a la serpiente, podría haber dicho: “¡Yo soy el Hijo de Dios, el
Padre lo dijo!” y luego usó tontamente su poder divino para probarlo
convirtiendo las piedras en pan. En cambio, Jesús volvió a la voz del Padre,
citando la Torá (es decir, la regla sabia dada a la gente) y dijo: “Está escrito: ‘No sólo de pan vive el
hombre...'” Jesús se compromete a escuchando la voz del Padre, cuya sabiduría
es bien conocida, en lugar de la voz del diablo, que carece de sabiduría.
En la segunda tentación, el diablo
trata de darle la vuelta a Jesús, usando las Escrituras como su argumento para
engañar a Jesús y probar tontamente que él es el Hijo de Dios. Jesús responde
de nuevo con las Escrituras: "También está
escrito: ‘No tentarás al Señor, tu Dios.'" Finalmente, al ver que
desafiar la identidad de Jesús no lleva a ninguna parte, el diablo tienta a
Jesús para que tome el poder y el prestigio mundanos por sí mismo aceptando un
trato en el que Jesús debe postrarse ante el diablo. Aquí, no obtenemos ninguna
idea de los pensamientos internos de Jesús. En otras palabras, el autor del
Evangelio no dice: “Jesús miró la grandeza de todos los reinos del mundo y vio
que eran ‘buenos para comer, agradables a la vista y codiciables, además, para
alcanzar la sabiduría...'” Más bien, escribe: “Pero Jesús le replicó: 'Retírate,
Satanás, porque está escrito: {Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás.}'”
Y así, al final, vemos que Jesús permaneció consciente de la voz de quién
estaba escuchando y nunca se permitió responder a cualquier voz que no sea la
del Padre.
Hermanos y hermanas, al entrar de lleno
en estos días santos de Cuaresma, nuestra liturgia nos presenta la pregunta:
"¿A quién escucho la voz?" Luego también propone la pregunta:
"¿A quién debo escuchar la voz?" Debido a que nuestra naturaleza
humana está dañada por el pecado, las respuestas a esas preguntas frecuentemente
son diferentes. Mientras nos preparamos para renovar nuestro bautismo en
Pascua, la Cuaresma nos invita a ralentizar y responder a estas preguntas. Entonces,
si (cuando) encontramos que nuestras respuestas son diferentes, la Cuaresma nos
da tiempo y espacio para comenzar a dejar de seguir las voces de los que no
tienen verdadera sabiduría (alejándose de los comportamientos destructivos que
nos sugieren) y hacia la voz del que tiene la verdadera sabiduría (que es la
Sabiduría misma), el Dios Padre.
Recuerda también que cuando Eva se
apartó de la voz de Dios, escuchó no solo la voz de la serpiente, sino también
su propia voz. La seminarista en Guatemala no solo escuchó la voz del otro
turista, sino también la suya propia. A medida que identificamos esas voces
externas que nos han estado desviando, no olvidemos reconocer cómo nuestras
propias voces internas pueden ser igualmente culpables de desviarnos. Por lo
tanto, es necesaria una sana desconfianza en nosotros mismos: una que nos
recuerde buscar siempre la guía divina.
Finalmente, al abrazar esta buena y
santa obra, no olvidemos la gran alegría que San Pablo comparte con nosotros en
la segunda lectura: que, aunque el pecado entró en el mundo por un hombre,
condenando así a todos a muerte, aun así, a través de un hombre, la gracia, de
una manera aún más abundante, vencería al pecado en sus ilimitadas multitudes
junto con sus consecuencias. Así, podemos abrazar valientemente esta obra,
confiando en que la gracia de Dios nos restaurará y renovará a través de ella.
Bien entonces. ¿Estamos listos para
arremangarnos y ponernos a trabajar este buen trabajo? ¿Qué dice el pueblo de
Dios? ¿Amén? ¿AMÉN? ¡Bueno! Que la gracia de esta Eucaristía nos sostenga en
esta buena obra y nos transforme en los hijos e hijas de Dios que somos.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 25 de febrero, 2023
Dado en la parroquia de
Nuestra Señora del Carmen: Carmel, IN
26 de febrero, 2023
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