Homilía: 26º Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Hermanos, la historia del Evangelio de
hoy nos invita a examinar cómo tratamos a los pobres en medio de nosotros. Hago hincapié en medio de nosotros, para separarlo de nuestra obligación de
preocuparnos por los pobres por todo el mundo. Es cierto que, en demasiados
lugares del mundo—algunos, tal vez, donde ustedes o sus familias son
originarios—la mayoría de la gente vive en la pobreza. Nuestro amor a Dios,
quien, como nos revela la Biblia, mantiene una especial cercanía a los pobres,
nos impulsa a preocuparnos por las personas, aunque vivan lejos de nosotros,
que sufren por faltar las necesidades más elementales. Esto es bueno, pero esto
no es lo que esta lectura del Evangelio nos invita a considerar hoy. Más bien,
nos está invitando a considerar cómo tratamos a los pobres que están más cerca
de nosotros: los que están en medio de
nosotros.
Esto es evidente desde el principio de
la historia. Después de describir la decadencia en la que vivía el hombre rico,
Jesús nota que un hombre bien lastimoso, Lázaro, yacía a la entrada de su casa. Jesús podría haber dicho que este hombre
rico escuchaba diariamente informes de personas en países distantes que sufrían
de pobreza debido a la corrupción y la violencia y, sin embargo, no hizo nada
para tratar de ayudarlos, pero no lo hizo. Más bien, Jesús notó que había un
hombre pobre a la entrada de su casa
con quien no compartiría ni siquiera las sobras de comida que negligentemente
permitió que cayeran de su mesa (¡tan despreocupado estaba él de que nunca se
quedaría sin nada!). Es por esta negligencia total de los pobres en medio de él que el hombre rico está
condenado al lugar del sufrimiento eterno.
Este es un punto importante a tener en
cuenta, ¿verdad? Al contar la historia, Jesús no muestra al rico como condenado
a sufrir por ser rico. Tampoco hay
ninguna implicación de que el hombre rico es rico por medios deshonestos. Ser
rico y disfrutar de las comodidades de este mundo no es lo que se condena aquí.
Más bien, lo que se condena es la falta de preocupación por los pobres,
especialmente los pobres en medio de nosotros.
También me parece importante señalar lo
que no se dice de Lázaro, el pobre. Jesús no dice que Lázaro sea un buen hombre, sino que es un hombre pobre. No tenemos ninguna
indicación de los antecedentes de Lázaro o de por qué él es pobre: solo que él
es pobre. Al hacerlo, Jesús enfatiza que los pobres en medio de nosotros exigen
nuestra atención y compasión, independientemente de las circunstancias que los
llevaron a la pobreza.
El punto número tres que creo que es
importante resaltar es que Jesús no sugiere lo que el rico debería haber hecho
para ayudar al pobre, con una excepción. Cuando dice que Lázaro estaba
“ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico”, Jesús sugiere
una manera en la que pudo haber mostrado preocupación por Lázaro: podría haber
tenido cuidado de no permitir que la comida se cayera de la mesa y así guardar
las sobras para compartirlas con el pobre hombre que yacía a la entrada de su casa. Esto muestra que el hombre rico no es
condenado por dejar de hacer algo
específico; más bien, está condenado por no haber hecho nada en absoluto para ayudar al hombre pobre.
Habiendo notado estas cosas, oro para
que podamos ver tanto la lección simple que Jesús está enseñando como la
radicalidad de la enseñanza. La lección simple es esta: debemos permitirnos ver
a los pobres “yaciendo a nuestras entradas” (es decir, “en medio de nosotros”)
y, habiéndolos visto, debemos hacer algo para ayudar a aliviar su pobreza. La
radicalidad de esta enseñanza es que estamos llamados a hacerlo a pesar de las
circunstancias que llevaron al pobre a su pobreza o a nosotros a disfrutar de
las comodidades mundanas.
Este debería ser un punto de reflexión
regular para nosotros, pero más aún esta semana al reflexionar sobre este
pasaje: Si abro los ojos, ¿dónde veo a los pobres en medio de mí? ¿Y no sólo
los pobres materialmente, sino también los pobres emocional y espiritualmente?
Habiendo visto al pobre hombre/mujer a la entrada de mi casa, ¿qué puedo hacer
para ayudar a aliviar su pobreza? Recuerde, no tiene que ser todo, solo tiene
que ser algo: incluso algo tan simple como tomar lo que de otro modo podría
haber desechado y compartirlo con él/ella. Muchos de ustedes ya hicieron esto
(¡y mucho más!). ¡Por esto, damos gracias! En este caso, la reflexión se
convierte en "¿Todavía hay algo más que pueda hacer?"
Esta última pregunta es importante para
que no nos volvamos complacientes en disfrutar del fruto de nuestro trabajo y,
por ende, de las comodidades que nos pueden brindar. Esto puede llevarnos a una
dureza de corazón que puede apartar nuestra mirada de los pobres y de nuestra
solidaridad con ellos. En la historia del Evangelio, el rico está tan endurecido
de corazón hacia Lázaro—a quien nunca
sirvió—que tiene la audacia, aun estando atormentado en las llamas del
infierno, de pedir ¡que Lázaro lo sirva!
Tan grande es su dureza de corazón que Abraham tiene que llamarlo para recordar
que las tablas se habían invertido: “recuerda que en tu vida recibiste bienes y
Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú
sufres tormentos.” Para mí, esta es una advertencia escalofriante: ¿Está cómodo
ahora? Tenga cuidado de no quedarse con estas comodidades para no perder las
verdaderas comodidades en la vida venidera.
Hermanos, para juntar todo esto, vuelvo
a algo que dije al comienzo de la homilía: que, a través de las Escrituras,
Dios nos ha revelado que mantiene una cercanía especial con los pobres. Él los
ama y desea bendecirlos por los sufrimientos que soportan en esta vida. El
auténtico amor de Dios nos insta a amar lo que él ama. Por tanto, nuestro amor
a Dios debe impulsarnos a desear esa misma cercanía con los pobres, especialmente
con los pobres que están a nuestras puertas. Santa Teresa de Calcuta recordaba
con frecuencia a la gente que su motivación para servir a los pobres era la
enseñanza de Jesús: que hacer el bien al pobre y al que sufre era hacérselo a
Jesús. Su amor a Jesús la llevó a amar a los pobres, en quienes encontró a
Jesús.
Si encuentra que su amor por Dios
carece de este fuerte impulso de servir a los pobres en medio de usted,
entonces lo animo a reflexionar sobre su propia pobreza: los momentos en que,
tal vez, estaba en necesidad material, pero también cuando estaba en necesidad emocional
y espiritual. ¿Quién, en su pobreza, se acercó a usted? Estos fueron signos de
la cercanía de Dios con usted. Quizá esta gratitud por la cercanía de Dios
hacia usted lo suscite un nuevo deseo de acercarse a los pobres que están cerca
de usted para que, sirviendo a los que no tienen cómo pagarle, podía
experimentar el amor de Dios de una manera nueva—una experiencia de amar como
Dios ama—y así profundizar su comunión con él.
Este amor de Dios que se acerca a los
pobres se experimenta más profundamente aquí en la Eucaristía. Que nuestra
participación en ella hoy nos llene de un amor valiente que nos acerque a los
pobres en medio de nosotros y nos
prepare así para entrar en las comodidades pacíficas de la vida eterna en el
cielo.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 24 de septiembre, 2022
Dado en la parroquia de
Nuestra Señora de los Lagos: Monticello, IN
25 de septiembre, 2022
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