Homilía: 16º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C
Hermanos y hermanas, si hay algún
modelo perfecto de cómo podemos acoger a Jesús, lo encontramos en la escena de
Marta y María. Marta se esmera en servir a Jesús, mientras María, sentada
delante de él, le hace compañía, le da conversación, le escucha y se muestra
receptiva a su mensaje. Ambas hermanas aportan los elementos de una buena
acogida a Jesús: Marta, el servicio amoroso y María, la apertura del corazón.
Veamos cada uno de ellas un poco más de cerca.
Primero, Marta. Marta es activa. Ella
se ocupa en un trabajo que efectivamente hay que hacer. Pero sus afanes de
orden, no la dejan ver el rostro de su huésped. En otras palabras, ella parece
no ver a Cristo, que es su huésped, sino más bien a un huésped, que bien podría
ser cualquiera, ya quien ella debe servir, independientemente. Quizá está
acostumbrada a que Cristo venga a su casa y su presencia ya no le dice lo mismo
que el primer día.
A nosotros nos puede ocurrir con
frecuencia, no? Vivimos muy pendientes de las cosas: la diversión, los
caprichos, las ilusiones, la atención a los demás. (y particularmente a cómo
nos perciben los demás). Pensamos que tenemos tiempo para todo y no sabemos
estar con nosotros mismos; buscamos las satisfacciones exteriores y somos
incapaces de disfrutar de la paz interior. Ocupados en el afán de tener, de
mejorar nuestra posición, de hacer cosas, perdemos la armonía interior, la paz
del espíritu, el silencio creador. El servicio de Marta es bueno, pero se ha
vuelto unidimensional y, por lo tanto, se ha convertido en un obstáculo para su
relación con los demás (específicamente, en este caso, con Jesús).
María, por el contrario, es
contemplativa. Prefiere estar al lado de Cristo escuchándolo, haciéndolo
descansar. Estaba tan feliz de estar en ese lugar que ni siquiera se le pasó
por la cabeza que había que preparar la mesa. Ella había elegido, como Jesús
indicó, la mejor parte: estar con el huésped conocido, pero único y especial;
lo atendería como si fuera el primer día que se encontraba con él. La mesa y la
comida la tenía todos los días, pero a Cristo lo tenía hoy.
Así debería ser nuestra actitud ante
Jesús que nos visita amorosamente: acoger su presencia por la fe, la confianza
y el amor; y luego, recibir su mensaje, hacer caso de su palabra y reflexionar
sobre cómo su palabra puede cambiarnos para ser como él. Para el crédito de su
hermana, Maria debe, en algún momento, elegir por participar en un servicio
amoroso; pero la “mejor parte” que ha elegido es reconocer que nuestro servicio
debe comenzar y continuar con una mirada contemplativa en Cristo, a quien
servimos.
La escena de nuestra primera lectura es
instructiva aquí. Encontramos a Abraham atento, es decir, alerta y dispuesto a
recibir, por lo que responde prontamente cuando los tres hombres se acercan a
su tienda. Era la hora del calor más fuerte del día y Abraham podría haber
buscado su propio refugio para encontrar alivio del calor. En cambio, se lo
encontró sentado a la entrada de su tienda, en un estado contemplativo y, por
lo tanto, listo para responder a la llegada de los extraños.
A su llegada, él responde rápidamente,
corriendo hacia ellos para honrarlos y ofrecerles un alivio del calor y sus
viajes. Fácilmente podría haberse escondido en su tienda para evitarlos y, si
los hombres acudían a su tienda a pedir un refrigerio, podría haber respondido
con lentitud, como si fuera una gran molestia. En cambio, los honra postrándose
ante ellos y se apresura (con la ayuda de Sara y los demás miembros de su casa)
a proporcionarles el refrigerio que necesitaban. Aun así, su servicio no se
volvió unidimensional: servicio por el servicio. Más bien, permaneció atento a
aquellos a quienes servía, eligiendo así primero la mejor parte.
La lección aquí, por supuesto, es
simple: estar con Cristo es lo que vale la pena escoger. Al registrarnos esta
escena, San Lucas registró una lección importante que Jesús nos enseña. Es
esta: En nuestra vida, hay muchas cosas importantes que debemos hacer, muchos
deberes que cumplir, pero estamos llamados a elegir la mejor parte: permanecer
con Cristo. Debemos comenzar allí para que, cuando seamos llamados al servicio,
no perdamos de vista a aquel a quien servimos.
Esposos y esposas, ¿consideran a su
cónyuge como otro Cristo y así contemplan el don que es tenerlo con ustedes en
su hogar? ¿Está dispuesto a satisfacer sus necesidades como un huésped de
bienvenida a quien tiene el honor de recibir? Padres, ¿ven a sus hijos como
otros Cristos, huéspedes enviados para ser atendidos con amor (incluso cuando
se comportan de manera desagradable)? Hijos, ¿ven a sus padres como Dios para
ustedes, la manifestación de la autoridad amorosa y el cuidado providencial de
Dios, quienes merecen su amorosa atención y obediencia? Hermanos y hermanas,
sin esto, nuestro servicio a los demás (si elegimos hacerlo) se vuelve, como el
de Marta, unidimensional y nada más que una carga. Cuando comenzamos por
contemplar a Cristo, como María, (y por contemplar a los más cercanos a
nosotros como otros Cristos), entonces nuestro servicio se vuelve infundido de
amor y, por lo tanto, ya no es una carga, sino una alegría.
Mis hermanos y hermanas, es necesario
tener el corazón de María y las manos de Marta. Por eso, seamos como María que
escucha atenta la palabra de Dios, la medita en su corazón, aprende a mirar las
cosas desde el punto de vista de la eternidad. Al mismo tiempo seamos como
Marta: diligentes, serviciales, generosos y alegres. La Misa, de hecho, nos
brinda la oportunidad perfecta para practicar esto. En cada Misa, escuchamos
atentamente la palabra de Dios y la meditamos en nuestro corazón. Entonces, le
ofrecemos nuestro servicio en forma de Eucaristía: nuestro sacrificio de acción
de gracias por el don de la vida y la salvación en Cristo.
Mientras nos esforzamos por hacer de
cada Misa una oportunidad para acoger a Cristo en nuestro corazón, escucharlo y
ofrecerle servicio, pidamos la gracia de hacer de los acontecimientos
cotidianos de nuestra vida oportunidades similares para acoger a otros Cristos:
aquellos más cercanos a nosotros y aquellos que, en la providencia de Dios,
vienen a nosotros. Para que, por nuestra respuesta entusiasta (aunque
imperfecta), el reino de Dios crezca entre nosotros: y podamos estar preparados
para recibir a Cristo con alegría cuando regrese en su gloria.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 16 de julio, 2022
Dado en la parroquia de
Nuestra Señora de los Lagos: Monticello, IN
17 de julio, 2022
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