Monday, July 18, 2022

Las manos de Marta y el corazón de María

 Homilía: 16º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C

         Hermanos y hermanas, si hay algún modelo perfecto de cómo podemos acoger a Jesús, lo encontramos en la escena de Marta y María. Marta se esmera en servir a Jesús, mientras María, sentada delante de él, le hace compañía, le da conversación, le escucha y se muestra receptiva a su mensaje. Ambas hermanas aportan los elementos de una buena acogida a Jesús: Marta, el servicio amoroso y María, la apertura del corazón. Veamos cada uno de ellas un poco más de cerca.

         Primero, Marta. Marta es activa. Ella se ocupa en un trabajo que efectivamente hay que hacer. Pero sus afanes de orden, no la dejan ver el rostro de su huésped. En otras palabras, ella parece no ver a Cristo, que es su huésped, sino más bien a un huésped, que bien podría ser cualquiera, ya quien ella debe servir, independientemente. Quizá está acostumbrada a que Cristo venga a su casa y su presencia ya no le dice lo mismo que el primer día.

         A nosotros nos puede ocurrir con frecuencia, no? Vivimos muy pendientes de las cosas: la diversión, los caprichos, las ilusiones, la atención a los demás. (y particularmente a cómo nos perciben los demás). Pensamos que tenemos tiempo para todo y no sabemos estar con nosotros mismos; buscamos las satisfacciones exteriores y somos incapaces de disfrutar de la paz interior. Ocupados en el afán de tener, de mejorar nuestra posición, de hacer cosas, perdemos la armonía interior, la paz del espíritu, el silencio creador. El servicio de Marta es bueno, pero se ha vuelto unidimensional y, por lo tanto, se ha convertido en un obstáculo para su relación con los demás (específicamente, en este caso, con Jesús).

         María, por el contrario, es contemplativa. Prefiere estar al lado de Cristo escuchándolo, haciéndolo descansar. Estaba tan feliz de estar en ese lugar que ni siquiera se le pasó por la cabeza que había que preparar la mesa. Ella había elegido, como Jesús indicó, la mejor parte: estar con el huésped conocido, pero único y especial; lo atendería como si fuera el primer día que se encontraba con él. La mesa y la comida la tenía todos los días, pero a Cristo lo tenía hoy.

         Así debería ser nuestra actitud ante Jesús que nos visita amorosamente: acoger su presencia por la fe, la confianza y el amor; y luego, recibir su mensaje, hacer caso de su palabra y reflexionar sobre cómo su palabra puede cambiarnos para ser como él. Para el crédito de su hermana, Maria debe, en algún momento, elegir por participar en un servicio amoroso; pero la “mejor parte” que ha elegido es reconocer que nuestro servicio debe comenzar y continuar con una mirada contemplativa en Cristo, a quien servimos.

         La escena de nuestra primera lectura es instructiva aquí. Encontramos a Abraham atento, es decir, alerta y dispuesto a recibir, por lo que responde prontamente cuando los tres hombres se acercan a su tienda. Era la hora del calor más fuerte del día y Abraham podría haber buscado su propio refugio para encontrar alivio del calor. En cambio, se lo encontró sentado a la entrada de su tienda, en un estado contemplativo y, por lo tanto, listo para responder a la llegada de los extraños.

         A su llegada, él responde rápidamente, corriendo hacia ellos para honrarlos y ofrecerles un alivio del calor y sus viajes. Fácilmente podría haberse escondido en su tienda para evitarlos y, si los hombres acudían a su tienda a pedir un refrigerio, podría haber respondido con lentitud, como si fuera una gran molestia. En cambio, los honra postrándose ante ellos y se apresura (con la ayuda de Sara y los demás miembros de su casa) a proporcionarles el refrigerio que necesitaban. Aun así, su servicio no se volvió unidimensional: servicio por el servicio. Más bien, permaneció atento a aquellos a quienes servía, eligiendo así primero la mejor parte.

         La lección aquí, por supuesto, es simple: estar con Cristo es lo que vale la pena escoger. Al registrarnos esta escena, San Lucas registró una lección importante que Jesús nos enseña. Es esta: En nuestra vida, hay muchas cosas importantes que debemos hacer, muchos deberes que cumplir, pero estamos llamados a elegir la mejor parte: permanecer con Cristo. Debemos comenzar allí para que, cuando seamos llamados al servicio, no perdamos de vista a aquel a quien servimos.

         Esposos y esposas, ¿consideran a su cónyuge como otro Cristo y así contemplan el don que es tenerlo con ustedes en su hogar? ¿Está dispuesto a satisfacer sus necesidades como un huésped de bienvenida a quien tiene el honor de recibir? Padres, ¿ven a sus hijos como otros Cristos, huéspedes enviados para ser atendidos con amor (incluso cuando se comportan de manera desagradable)? Hijos, ¿ven a sus padres como Dios para ustedes, la manifestación de la autoridad amorosa y el cuidado providencial de Dios, quienes merecen su amorosa atención y obediencia? Hermanos y hermanas, sin esto, nuestro servicio a los demás (si elegimos hacerlo) se vuelve, como el de Marta, unidimensional y nada más que una carga. Cuando comenzamos por contemplar a Cristo, como María, (y por contemplar a los más cercanos a nosotros como otros Cristos), entonces nuestro servicio se vuelve infundido de amor y, por lo tanto, ya no es una carga, sino una alegría.

         Mis hermanos y hermanas, es necesario tener el corazón de María y las manos de Marta. Por eso, seamos como María que escucha atenta la palabra de Dios, la medita en su corazón, aprende a mirar las cosas desde el punto de vista de la eternidad. Al mismo tiempo seamos como Marta: diligentes, serviciales, generosos y alegres. La Misa, de hecho, nos brinda la oportunidad perfecta para practicar esto. En cada Misa, escuchamos atentamente la palabra de Dios y la meditamos en nuestro corazón. Entonces, le ofrecemos nuestro servicio en forma de Eucaristía: nuestro sacrificio de acción de gracias por el don de la vida y la salvación en Cristo.

         Mientras nos esforzamos por hacer de cada Misa una oportunidad para acoger a Cristo en nuestro corazón, escucharlo y ofrecerle servicio, pidamos la gracia de hacer de los acontecimientos cotidianos de nuestra vida oportunidades similares para acoger a otros Cristos: aquellos más cercanos a nosotros y aquellos que, en la providencia de Dios, vienen a nosotros. Para que, por nuestra respuesta entusiasta (aunque imperfecta), el reino de Dios crezca entre nosotros: y podamos estar preparados para recibir a Cristo con alegría cuando regrese en su gloria.

Dado en la parroquia de San Pablo: Marion, IN – 16 de julio, 2022

Dado en la parroquia de Nuestra Señora de los Lagos: Monticello, IN

17 de julio, 2022

 

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