Monday, October 23, 2023

Somos todos misioneros

 Homilía: 29º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C

         Ser misionero es difícil. Supongo que la mayoría de ustedes aquí estarían de acuerdo con esa afirmación. Pensemos por un momento en la vida de un misionero: él o ella es enviado a una tierra extranjera—es decir, un lugar desconocido—donde es probable que las personas que viven allí no hablen el mismo idioma que él o ella; probablemente también tengan prácticas culturales bastante singulares y vivan según algunas normas morales que le resultan extrañas, posiblemente incluso ofensivas. Sin embargo, en medio de todo esto, el misionero tiene que encontrar maneras de comunicar el mensaje del Evangelio a las personas a las que ha sido enviado. Al hacerlo, probablemente se enfrentará a una amplia gama de reacciones: desde los extremos de aceptación total y rechazo firme (¡incluso, posiblemente, hasta el punto de ser ejecutado!) e incluyendo todos los matices de apatía que surgen entre. Sí, la vida de un misionero puede ser muy difícil.

         Y debería saberlo. He sido uno durante los últimos once años. Si un misionero es alguien que ha sido enviado a comunicar el mensaje del Evangelio, entonces creo que califico como misionero. En julio de 2012 me enviaron entre esta diócesis para continuar la obra de llevar las Buenas Nuevas de Jesucristo in parte a la gente que habla español en esta diócesis. Tenía que aprender un idioma diferente. También descubrí que había prácticas culturales singulares entre ustedes y que había ciertas normas morales a las que tendría que acostumbrarme. A través de todas estas cosas, he tenido que ajustarme, adaptarme, y continuar encontrando maneras de comunicarles la Buena Nueva de Jesucristo a ustedes, la buena gente de la comunidad hispana de esta diócesis, mientras experimentaba toda la gama de reacciones: principalmente aceptación (gracias a Dios) pero con algo de rechazo y muchos matices diferentes de apatía mezclados.

         Quizás no solemos pensar en él de esta manera, pero Jesús también fue un misionero. Solo piénsalo por un momento. Desde toda la eternidad el Hijo de Dios habitó en perfecta comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Participó en la creación del universo. Y, cuando la creación más grande de Dios—el hombre—usó su propia voluntad para separarse de Dios, el Hijo de Dios aceptó la misión de salir del Padre y del Espíritu Santo para asumir la naturaleza humana y así completar la obra de redimir al hombre del pecado que lo separó de Dios. Al hacerlo, Jesús—la persona divina en la naturaleza humana—tuvo que ajustarse, adaptarse, y constantemente buscar maneras de comunicar la Buena Nueva de que finalmente había llegado el momento de la redención. Al hacerlo, Jesús también experimentó toda la gama de reacciones: fue a la vez aceptado con entusiasmo y opuesto ferozmente, incluidos todos los matices de apatía que se encuentran en el medio.

         Sin embargo, imagino que la mayoría de ustedes aquí no se consideran misioneros. No, todos ustedes son madres y padres, esposos y esposas, médicos, enfermeras, maestros, trabajadores, agricultores, amas de casa, socorristas, etc., etc. No, no son misioneros, porque no han sido enviado a algún lugar desconocido para comunicar la Buena Nueva de Jesucristo. Me imagino que los fariseos (y sus discípulos), e incluso los herodianos (que eran leales al rey Herodes), probablemente pensaron lo mismo. Cada uno de estos grupos estaba más preocupado por mantener el statu quo de acuerdo con sus principios y por eso cada uno fue desafiado por las enseñanzas y las obras de Jesús. Sin embargo, todos ellos eran judíos, por lo que la reacción de Jesús hacia ellos fue un intento de despertarlos a la misión que habían estado descuidando. “Todos ustedes son el pueblo elegido de Dios”, parece decir Jesús, “llamados a esperar al Mesías, sí, pero llamados, no obstante, a una misión de proclamar a los pueblos del mundo–desde dondequiera que están–la Buena Nueva que Yahvé, el Dios de Israel, es soberano sobre el mundo entero; y, por tanto, que a ellos también les espera la salvación”. En otras palabras, los fariseos y los herodianos quedaron demasiado atrapados en cuestiones que eran totalmente de este mundo (por ejemplo, si debían pagar los impuestos al César). Por lo tanto, el objetivo de la declaración de Jesús: “Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” era decirles: “Aunque deben estar en el mundo, no sean del mundo. Más bien, sean de la obra de Dios mientras estén en el mundo”.

         Este, por supuesto, es el mensaje que también nos llega a nosotros. Sí, somos todas esas cosas mencionadas anteriormente con las que nos identificamos. Pero, sobre todo, somos misioneros: es decir, aquellos llamados a comunicar la Buena Nueva de Jesucristo y a hacer conocer y realizar la soberanía de Dios en el mundo. Miran, está aquí en la Liturgia, ¿no? Al final de la Misa, el sacerdote dice (entre otras opciones) “Vayan y anuncien el Evangelio del Señor”. ¡Es un mandato misionero! Y si hemos experimentado el gozo del Evangelio, entonces este debería ser un mandato bienvenido a recibir; porque a ninguno de nosotros le resulta difícil compartir las alegrías de nuestra vida, ¿verdad? Por ejemplo, no tenemos ningún problema en mostrar fotografías de nuestros hijos y nietos, porque sentimos tanta alegría de que sean, en cierto modo, nuestros. Así es como debemos ser al compartir el Evangelio. Entonces, si esta alegría de compartir el Evangelio no está en ti, busca a alguien que la tenga y aférrate a él o ella hasta que tú también la sientas. Entonces estarás listo (y lleno de energía) para cumplir la misión que te ha sido encomendada.

         Mis hermanos y hermanas, este es el mensaje del Domingo Mundial de las Misiones: que todos juntos estamos llamados a llevar la Buena Nueva de Jesucristo al mundo, dondequiera que nos encontremos. Debido a esto, también estamos llamados a apoyarnos unos a otros en la misión con nuestras oraciones y nuestros sacrificios materiales, ya sea aquí en nuestros esfuerzos de evangelización en nuestro pastorado como parte de Unidos en el Corazón, o en los esfuerzos que se están realizando en muchos lugares distantes, como Mongolia. Entonces, volvamos a comprometernos con esta “misión de Dios”—es decir, llevar la alegría del Evangelio a todos los que nos rodean—para que pronto se haga realidad el amoroso plan de salvación universal de Dios.

Dado en la parroquia de San Jose: Rochester, IN – 22 de octubre, 2023

No comments:

Post a Comment