Sunday, December 19, 2021

Sorprendido por la presencia

 Homilía: 4º Domingo de Adviento – Ciclo C

         Hermanos, nuestras escrituras de este cuarto domingo de Adviento nos brindan una continuación del tema del domingo pasado, en el que fuimos llamados a regocijarnos porque reconocemos que no estamos solos, sino que el Dios todopoderoso está con nosotros. El domingo pasado, nuestra celebración se coordinó con la celebración de la aparición de María, Nuestra Señora de Guadalupe, y de cómo esa aparición señaló que Dios está con nosotros aquí en las Américas. Nos regocijamos porque esta hermosa y noble madre nos ha recibido como a sus hijos y ella ha prometido permanecer con nosotros para que estemos siempre cerca de su Hijo.

         Este domingo recordamos la primera “aparición misionera” de María, cuando llevó la presencia del Señor a su prima mayor, Isabel. La respuesta de Isabel fue la misma que la nuestra: se regocijó de la presencia de María y de la presencia del Señor, a quien llevó en su seno. Incluso Juan el Bautista, el infante en el vientre de Isabel, se regocijó con la presencia de María y el Dios Encarnado, viviendo dentro de ella. Las palabras de Isabel, "¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?", son la señal de que ella y su hijo se regocijaron porque se dieron cuenta de que no estaban solos, sino que Dios estaba con ellos. Su alegría fue espontánea, pero fue posible gracias a la esperanza de la llegada, aunque no sabían cuándo sucedería. ///

         Cuando todavía estaba en la universidad en Michigan, antes de mi tiempo como seminarista, tenía una novia que vivía en Michigan, cerca de la universidad. Cuando regresaba a Illinois al final de cada período académico, estábamos separados por un tiempo. Nos manteníamos en contacto, por supuesto, y a menudo hablábamos de lo ansiosos que estábamos de que yo regresara a la universidad para que podemos estar juntos de nuevo.

         Durante uno de estos descansos, un buen amigo mío y yo tuvimos la oportunidad de asistir a un evento en Michigan. Aunque el evento no estuvo muy cerca del lugar donde vivía mi novia, decidí aprovechar esa oportunidad para sorprender a mi novia con una visita. Así que mi amigo y yo hicimos nuestros planes: asistiríamos al evento y luego conduciríamos inmediatamente hacia el norte para sorprender a mi novia. ¡El plan funcionó a la perfección! Ella trabajaba en una tienda minorista de ropa y yo llegué casi al final de su turno. Entré por la puerta y comencé a hojear la ropa. Ella se fijó en mí y vino a ofrecerme ayuda. Rápidamente, ella me reconoció. Sus ojos se iluminaron con sorpresa, soltó un chillido de alegría y me dio un abrazo fuerte. No hace falta decir que ella estaba feliz de verme (y yo estaba feliz de verla). ¡Sin duda, esto fue lo mejor que he hecho como novio!

         Sin embargo, la razón por la que mi exnovia se llenó de alegría tan espontáneamente fue porque estaba ansiosamente anticipando la próxima vez que pudiera verme. En otras palabras, vivió con la esperanza de que volviéramos a estar juntos y que ella ya no se sintiera sola. Por lo tanto, aunque aparecí inesperadamente, ella estaba lista para regocijarse de que yo estuviera allí con ella.

         Isabel era una judía fiel. Desde que era joven, se le enseñó a esperar la venida del Mesías—el Señor, su Dios—y a estar lista para regocijarse cuando él viniera. A lo largo de sus años, nunca perdió este sentido de expectativa. Quizás los eventos milagrosos que rodearon la concepción de su hijo—la aparición del ángel Gabriel a su esposo, Zacarías, su silencio debido a su incredulidad y su concepción de un hijo en cumplimiento de la proclamación del ángel—quizás estos eventos le indicaron a Isabel que pronto sucedería la venida de Aquel por quien le habían enseñado a esperar. Sin embargo, le sorprendió la llegada de María, que llevaba consigo al Dios Encarnado en su seno. Todavía, debido a que vivió con la expectativa esperanzada de esta venida, aunque no podía saber cuándo llegaría, ella (y el infante en su vientre) se regocijaron de inmediato.

         Hermanos, esta temporada de Adviento nos ha estado recordando que cada uno de nosotros que nos llamamos “cristianos” deberíamos vivir con la esperanza de la venida de nuestro Señor. Esto, no solo durante el tiempo de Adviento, sino a lo largo de nuestra vida, para que, cuando él venga, nos regocijemos de inmediato y estemos listos para correr hacia él, como se regocijó Isabel cuando él llegó al vientre de María, y como se regocijó mi exnovia cuando la sorprendí con mi visita. Necesitamos que el Adviento nos recuerde porque, como se nos recordó el primer domingo de Adviento, nuestros “mentes se han entorpecidos” de las angustias de nuestra vida diaria.

         Esta expectativa esperanzada se ve reforzada por el hecho de que él ya ha venido a nosotros, por lo que terminamos nuestra celebración del Adviento con la gran solemnidad de la Navidad. Isabel y los demás judíos fieles de su tiempo solo tenían la promesa de los profetas de la cual fortalecían su esperanza: Dios aún no había caminado con ellos como uno de ellos. Nosotros, sin embargo, vivimos con la alegría de saber que el Dios todopoderoso se ha convertido en uno de nosotros—es decir, uno con nosotros—para salvarnos del sufrimiento incesante de este mundo abriéndonos un camino para entrar en la vida con él en paz eterna. No solo esto, sino que él mismo prometió que volvería y que se quedaría con nosotros hasta que regrese. Por lo tanto, tenemos todas las razones para vivir con esperanza, listos para regocijarnos cuando él venga.

         Escuche, sé—y la Iglesia lo sabe—que las cargas y los dolores de nuestra vida pueden abrumarnos. El mensaje de Adviento de ninguna manera trata de descartar las dificultades reales que todos experimentamos en nuestra vida diaria. Más bien, el mensaje de Adviento es un recordatorio para que levantemos los ojos del mundo oscuro y lúgubre para mirar esa luz, que brilla en esos lugares oscuros, que nos recuerda que hay una vida más allá de las cargas y los dolores que estamos experimentando: una vida que nos fue posible cuando Dios mismo se convirtió en un ser humano, nacido en una cueva en las afueras de Belén.

         Hermanos, los últimos días de Adviento están sobre nosotros. Seguro que todos tenemos muchas cosas que hacer para estar preparados para celebrar la Navidad. Sin embargo, en todo lo que hagamos a lo largo de estos próximos días, volvamos nuestros ojos a Jesús y llenemos de alegría estas actividades mientras anticipamos su venida. Estemos preparados para dejarnos sorprender por Jesús y las formas en que nos muestra que está con nosotros mientras esperamos su venida. De esta manera, nos prepararemos para celebrar su venida y compartir esta alegre noticia con todos los que nos rodean.

         Que la Virgencita, Nuestra Señora de Guadalupe, que prometió permanecer cerca de nosotros aquí en esta tierra, nos guíe e inspire en esta obra gozosa.

Dado en la parroquia de San Pablo: Marion, IN – 18 de diciembre, 2021

Dado en la parroquia de Nuestra Senora de los Lagos: Monticello, IN – 19 de diciembre, 2021

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