Sunday, May 26, 2024

Recordar para unir y fortalecer


 
Homilía: La Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo B

         Hermanos, este fin de semana celebramos el Día de los Caídos aquí en Estados Unidos.  El Día de los Caídos es el día en el que recordamos a los hombres y mujeres que murieron mientras servían a este país en las fuerzas armadas.  Nos tomamos un día para recordarlos y honrarlos porque sus muertes mientras servían a este país demuestran un nivel particular de auto-sacrificio que no todos los miembros de este país están llamados (o son capaces) de dar.  Para hacer una analogía con nuestra fe cristiana, aquellos que murieron mientras prestaban servicio en las fuerzas armadas son como los “mártires” de este país: aquellos que dieron testimonio de su fe en este país y de los ideales que éste representa, hasta el punto de dar sus vidas.

         Como miembros de este país, es importante que celebremos días como este.  Este tipo de recuerdo es importante porque nos recuerda quiénes somos y qué defendemos.  Nos ayuda a permanecer unidos como pueblo y a volver a dedicarnos a nuestro propósito común: mantener un país en el que todos los hombres y mujeres puedan venir y perseguir los ideales de una buena vida en libertad y paz.

         Como cristianos, la importancia de recordar debería resultarnos muy familiar.  ¡Recordar, de hecho, es el fundamento mismo de nuestra adoración!  Aquí, en la Eucaristía, se nos proclama la Palabra de Dios para recordarnos cómo Dios trabajó a lo largo de la historia para crearnos y luego salvarnos cuando nos volvimos contra él.  Luego, re-presentamos el sacrificio de Jesús aquí en este altar para recordarnos y hacer presente de nuevo ese sacrificio que nos salvó del pecado y nos restauró a la comunión con Dios.  Semanalmente (de hecho, diariamente) la Eucaristía se celebra porque recordar lo que Dios ha hecho para salvarnos (y darle gracias por ello) es importante, tanto para nuestra adoración a Dios como para recordar quiénes somos como pueblo unido a él.

         En este día, en particular, la Iglesia nos llama a recordar quién es Dios en sí mismo: una comunión de Personas tan perfectamente unidas entre sí que no se puede hacer ninguna distinción en el fondo.  Dios, que se ha revelado como la Santísima Trinidad, nos muestra que el ideal para el cual fuimos creados es ser uno con esta comunión de Personas, y anticiparnos a ella formando una comunión de personas con nuestros hermanos aquí en la tierra.  Esto, sin duda es cierto, es lo que significa haber sido hecho a “imagen y semejanza de Dios”.

         Así como es bueno recordar y honrar a Dios por quien es, también es necesario recordar y honrar a Dios por lo que ha hecho por nosotros.  Dios ha obrado grandes milagros y se ha manifestado de maneras poderosas a lo largo de los siglos (más poderosamente en su encarnación en Jesucristo) para demostrarnos que él no desea estar separado de nosotros, sino cerca de nosotros (¡y nosotros de él!).   Cuando recordamos quién es Dios y lo que ha hecho por nosotros, recordamos y fortalecemos nuestra unidad como cristianos: porque recordamos que todos somos hijos e hijas del único Dios verdadero y, por lo tanto, hermanos y hermanas unos de otros.

         Este tipo de recuerdo es bastante antiguo.  En nuestra primera lectura, del Libro de Deuteronomio, escuchamos a Moisés advirtiendo al pueblo que piensen en lo sorprendente que es que el Dios del universo esté tan cerca de ellos, su pueblo elegido.  Al hacerlo, les advierte que recuerden todo lo que Dios había hecho por ellos: sacándolos de la esclavitud en Egipto obrando milagros poderosos y sosteniéndolos durante sus cuarenta años en el desierto para que ahora pudieran entrar en la tierra que él había prometió darlos como herencia perpetua.  El propósito de este recuerdo, dijo Moisés, es “reconoce, pues, y graba… en sus corazones que el Señor es el Dios del cielo y de la tierra y que no hay otro”.  En otras palabras, recuerdan para nunca olvidar quiénes son (el pueblo elegido de Dios) y los ideales para los cuales fueron creados (principalmente, para adorar sólo a Dios, el Señor).

         Hermanos, desde el comienzo del Adviento (sí, dije “Adviento” y quise decirlo), hemos estado recordando las obras poderosas que Dios ha hecho por nosotros para salvarnos y restaurarnos a su amistad.  Más poderosamente, la encarnación del Hijo de Dios, quien, asumiendo nuestra naturaleza humana, vivió como uno de nosotros, se mostró como el Mesías con sus enseñanzas, su forma de vida, y sus milagros.  Luego, tomando sobre sí todos nuestros pecados, ofreció su vida en la cruz como expiación de nuestros pecados y, habiendo muerto, resucitó para vencer la muerte de una vez por todas, para que cualquiera de nosotros que estamos unidos a él por el bautismo podría resucitar con él en el último día.  Celebrando, como hemos sido, nuestra nueva vida en Cristo, recordamos que somos enviados con una misión: hacer discípulos de todos los pueblos, uniéndolos a Cristo en un mismo bautismo para que todos los hijos de Dios vivan en Cristo por toda la eternidad.

         En resumen, recordamos todas estas cosas para recordarnos quiénes somos y para sanar, refrescar, y renovar nuestras fuerzas para continuar la misión que se nos ha encomendado: proclamar la soberanía de Cristo y acompañar a nuestros hermanos y hermanas en su camino para unirse a la Santísima Trinidad a través de él.

         Ya sabes, una de las mejores formas en que recordamos es contando historias.  Cuando contamos historias de cómo una persona u otra ha impactado nuestras vidas, no solo recordamos los hechos de los eventos, sino que también re-experimentamos las emociones de esos eventos: cómo nos sentimos cuando esa persona impactó nuestra vida.  Si esas experiencias fueron positivas, entonces nuestro recuerdo nos fortalece.  Si fueron negativos, nuestro recuerdo se convierte en una oportunidad para sanar.  En cualquier caso, cuando contamos las historias, los recuerdos vuelven a cobrar vida poderosamente y tienen el poder de conmovernos.

         Hoy, mientras honramos a la Santísima Trinidad, tomemos un tiempo para compartir unos con otros las formas en que Dios ha obrado en nuestras vidas durante estos últimos meses.  En nuestra rememoración, tal vez encontremos inspiración para aceptar una vez más esta gran comisión de Jesús y salir a nuestras comunidades a proclamarles a Cristo: primero siendo Cristo para ellos en un servicio amoroso, luego hablándoles de Cristo cuando sus corazones estén listos para recibirlo.

         El Espíritu Santo, cuya venida entre nosotros celebramos la semana pasada, habita poderosamente dentro de nosotros.  Con confianza en su poder obrando en nosotros, emprendamos esta buena obra.  Y en todo, demos gracias, como lo hacemos hoy aquí, porque el Todopoderoso se ha revelado a nosotros, nos ha hecho hijos suyos, y nos ha hecho posible vivir para siempre en perfecta alegría con él, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios por los siglos de los siglos, Amén.

Dado en la parroquia de San Jose: Rochester, IN – 26 de mayo, 2024

No comments:

Post a Comment