Homilía: La Solemnidad de Pentecostés – Ciclo B
En su ensayo de 2020, De la cristiandad a la misión apostólica:
estrategias pastorales para una era apostólica, monseñor John Shea,
presidente de la Universidad de Maria en North Dakota, plantea el argumento que
es casi obvio para nosotros hoy aquí: que la cultura occidental se ha movido
lejos de sus fundamentos cristianos, dejando a la Iglesia en un lugar en el que
debe reimaginar su misión apostólica. En él sostiene que la Iglesia debe
redescubrir (y redesplegar) el celo apostólico de los primeros Apóstoles. En
muchos sentidos, Monseñor Shea está reenvasando (y no lo digo de manera
negativa) el mensaje de los Papas desde el Concilio Vaticano II, quienes
pidieron una “nueva evangelización” para proponer de nuevo el Evangelio a una
cultura que parece haberlo olvidado.
Lo menciono hoy, en esta gran fiesta
del Espíritu Santo, porque tanto en la primera época apostólica como en ésta en
la que ahora nos encontramos, el Espíritu Santo es el protagonista de esta
misión apostólica. Como hemos visto en nuestras lecturas a lo largo de esta
temporada de Pascua, los 11 (finalmente restablecidos a 12 una vez que Matías
fue elegido) permanecieron separados, regocijándose en las apariciones de Jesús
resucitado, pero aún sin llevar este mensaje al mundo. Sin embargo, cuando el
Espíritu Santo descendió sobre ellos, inmediatamente comenzaron su misión
apostólica de evangelizar el mundo, comenzando con los judíos de todo el mundo
reunidos en Jerusalén en la fiesta de Pentecostés.
En cada paso del camino vemos cómo la
misión apostólica fue marcada por el Espíritu Santo. De hecho, en los momentos
críticos, fue la aparición del Espíritu Santo la que confirmó a los Apóstoles
los próximos pasos que darían. Por ejemplo, cuando Pedro explica a los demás
que el Espíritu Santo había descendido sobre el centurión Cornelio y los de su
casa, todos quedaron asombrados y luego se sometieron a la idea de que la
salvación en Jesús estaba disponible para todos, no sólo para los antepasados del
pueblo elegido de Dios. Fue el Espíritu Santo quien llevó a Felipe ante el
eunuco etíope para que le explicara las Escrituras y luego lo condujera a las
aguas bautismales. Fue el Espíritu Santo quien dirigió a Pablo en sus viajes
apostólicos, que impulsaron la difusión del Evangelio mucho más allá de los
límites del Antiguo Cercano Oriente. En cada época, el Espíritu Santo es una
fuerza unificadora y sustentadora fundamental. Sin embargo, en una época
apostólica, el Espíritu Santo es también la fuerza impulsora necesaria.
Bueno, si verdaderamente estamos en una
era apostólica (lo estamos) y si el Espíritu Santo es la fuerza impulsora
necesaria en esta era (lo es), la pregunta que tenemos frente a nosotros es:
“¿Qué nos está pidiendo el Espíritu Santo ahora?”
Queridos hermanos, sería absurdo por mi
parte sugerir que el Espíritu Santo les pide que abandonen su vida familiar
para ser misioneros itinerantes, yendo de un lugar a otro para predicar el
Evangelio, confiando únicamente en la generosidad de aquellos a quienes
predicar para satisfacer sus necesidades. (¡Puedo ver el terror en sus ojos con
solo pensarlo!) Sin embargo, el Espíritu Santo le está pidiendo algo en esta
era. Entonces, ¿qué podría ser eso?
Al principio, puedo decir ciertamente
(porque es común a todos nosotros) que el Espíritu Santo pide una apertura
radical a su obrar en sus vidas. Para ustedes, tal vez esto signifique una
apertura más profunda a la obra profética del Espíritu que obra en ustedes a
través del compañerismo y el acompañamiento de los demás. Por ejemplo, San
Pedro de Betancourt (Santo Hermano Pedro) se convirtió en profeta, en cierto
modo, a través de su radical apertura al Espíritu, cuya presencia en él lo
llevó a un acompañamiento radical de los pobres enfermos y discapacitados de
Antigua, Guatemala. Quizás el Espíritu haya elegido a alguno de ustedes para
que sea profeta, a través del cual acompañará a otros en su sufrimiento,
mostrándoles el amor de Jesús. Quizás esto ya esté sucediendo… ¡ciertamente no
lo sé! Y quizás esto no sea en absoluto lo que Él ha planeado para ustedes,
pero el punto es que, sin una apertura radical al Espíritu Santo, no hay manera
de saber con seguridad cómo el Espíritu les llama a participar en esta era
apostólica.
Sin embargo, un ejemplo positivo que se
manifiesta es el movimiento de Cursillos que está activo y está creciendo
rápidamente en las comunidades hispanas de nuestra diócesis. Para aquellos de
ustedes que son Cursillistas, sabrán que el principio central del movimiento es
el acompañamiento, resumido en el lema: “Haz un amigo. Se un amigo. Trae un
amigo a Cristo”. Este tipo de apertura es arriesgado. Te hace vulnerable a ser
herido por aquellos a quienes buscas acompañar. Sin embargo, es una apertura
que muchos de ustedes han adoptado, como lo demuestra el crecimiento continuo
de este movimiento.
Con el cambio de liderazgo aquí en su
parroquia, existe una oportunidad para un alcance y acompañamiento aún mayor.
Colaborando con su nuevo párroco y abierto al Espíritu, ¿será llamado a hacer
de esta parroquia un faro de luz más brillante para aquellos que han estado
viviendo durante demasiado tiempo en la oscuridad... para aquellos que
necesitan una sanación radical en el Espíritu... y a los que necesitan saber
que Dios no los ha abandonado? En esta gran fiesta del Espíritu Santo, les
invito a reflexionar y a compartir unos con otros los nuevos dones que esta
apertura radical ha traído y está trayendo a esta comunidad y a cada uno de ustedes,
para dar gracias a quien hizo posible e inspirarnos para una apertura continua
en el futuro.
Y todo esto es lo que nos ha sido
revelado en las Escrituras, ¿no? En el Evangelio, Jesús asegura a sus
discípulos que el Padre enviará al Paráclito que nos mantendrá en la verdad,
que por supuesto es el camino del Evangelio que todos estamos llamados a vivir
en nuestras circunstancias particulares. Y san Pablo nos recuerda que “en cada
uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. Así, podemos abrirnos con
confianza al Espíritu: confiando en que él producirá algún beneficio a través
de nosotros para el bien de todos (no importa como obvio u oculto que sea).
Queridos hermanos, el Espíritu de Dios
está dentro de nosotros y entre nosotros para impulsarnos hacia adelante en
esta era apostólica. Entreguémonos, por tanto, al Espíritu y, como los primeros
Apóstoles, observemos con asombro cómo Dios obra maravillas en y a través de
cada uno de nosotros. Y, al acercarnos a este altar, demos gracias a Dios por
su insondable misericordia—que se abajó para vivir como uno de nosotros, que
sufrió y murió para redimirnos, y que resucitó para que nosotros, en nuestra
humanidad, pueda resucitar con él a la vida eterna—para que la obra de su
Espíritu en nosotros siempre le dé gloria a él, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. ¡Aleluya!
Dado en la parroquia de
San Jose: Rochester, IN – 19 de mayo, 2024
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