Homilía: 3º Domingo en la Cuaresma – Ciclo B
Hermanos, al entrar en esta tercera
semana de esta temporada santa, nuestra segunda lectura nos señala el propósito
para el cual estamos haciendo esta preparación: nuestra celebración anual de la
pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Tanto nuestra preparación
como nuestra celebración son un signo contracultural, que se hace eco de la
afirmación de San Pablo sobre el cristianismo: que “predicamos a Cristo
crucificado”. Este es hoy un signo contracultural, porque declara que el poder
se expresa en la indefensión y que somos más libres cuando somos capaces de
entregarnos a otro (en contraste con la mentalidad secular, que dice que el poder
se expresa en la dominación y que la libertad se alcanza cuando superamos toda
resistencia).
Más aún, sin embargo, lo que expresa la
frase “predicamos a Cristo crucificado” es una verdad sobre la humanidad,
debilitada por su caída en desgracia, que es ésta: el sufrimiento es
inevitable. Cuando aceptamos el sufrimiento que nos llega mientras nos
esforzamos por vivir una vida correctamente ordenada, abrazamos nuestra
humanidad. Cuando abrazamos nuestra humanidad, vivimos de una manera más
plenamente humana; conformarnos así a Cristo, cuyo sufrimiento en nuestra
naturaleza humana nos ha ganado la oportunidad de vivir en el paraíso, el lugar
libre de sufrimiento.
Con demasiada frecuencia, en esta era
moderna y tecnológicamente avanzada, la gente cree que tenemos el poder en
nosotros mismos para aliviar el sufrimiento del mundo. Es cierto que los
grandes avances tecnológicos han permitido aliviar mucho sufrimiento en el
mundo. Sin embargo, lo que no ha resuelto es la naturaleza humana. La
naturaleza humana todavía está manchada por el pecado, y los seres humanos
todavía actúan de manera egoísta y dañina en el mundo, y la naturaleza misma
sigue siendo dura y difícil para vivir, perpetuando así el sufrimiento con cada
nueva generación.
Nosotros mismos podemos caer en esta
trampa, ¿no? ¿Con qué frecuencia hemos discutido, entre nosotros o como
parroquia, que “si pudiéramos empaquetar el Evangelio de una manera nueva y
emocionante, la gente se sentiría atraída hacia él nuevamente”? Las soluciones
tecnológicas no son la respuesta. San Pablo tiene la respuesta: “predicamos a
Cristo crucificado”. “Cristo crucificado” es la respuesta a la pregunta que
surge en el corazón de cada persona: “¿Cuál es el sentido de la vida?” Una
persona encuentra sentido cuando decide tomar la cruz del sufrimiento mientras
se esfuerza por ordenar correctamente su vida y su entorno según el plan de Dios.
Esta es una “entrega” de los deseos egoístas de uno para mejorar el conjunto
para todos, ¡lo cual incluye a la persona! De ahí la verdad que Jesús proclamó:
“El que quiera conservar su vida, la perderá, y el que pierda su vida, la
salvará”.
Sé que muchos de ustedes aquí creen
fervientemente en estas verdades y están desesperados por rescatar a muchas
personas en sus entornos (familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc.) que
nunca han escuchado estas verdades, que han comenzado a creer distorsiones de estas
verdades, o que se han alejado de estas verdades en sus vidas. Si es así
¡gracias a Dios! Mi mensaje para usted hoy es este: no permita que programas
extravagantes lo distraigan de predicar a Cristo crucificado en su vida diaria,
porque Cristo es “la fuerza y la sabiduría de Dios” que es mayor que cualquier
programa. Los programas son buenos, pero sólo si el primer testimonio que damos
es la predicación de Cristo crucificado en nuestra vida diaria. Y no deje que
la falta de respuesta positiva lo desanime: porque “para los llamados”, “Cristo
crucificado” es la respuesta que eventualmente recibirán sus corazones, si la
proclamamos continuamente con la vida.
Para ustedes, este tiempo de Cuaresma
es un continuo examen de conciencia, buscando el modo en que habían dejado sus
cruces por egoísmo o por soberbia y volverlas a tomar para ser un testimonio
auténtico de Cristo crucificado mientras nos preparamos para celebrar con
valentía esta verdad en la Pascua. ///
Algunos de ustedes, sin embargo, no
están seguros de todo esto. Quizás esté confundido sobre cómo darle sentido al
mundo y a esta predicación de Cristo crucificado. Está aquí porque sienta familiar
y seguro, pero no está seguro de si esta es la respuesta a las preguntas de su
corazón. Quizás sea algo tan simple como la complacencia: todo esto sienta tan
familiar que ha perdido la noción de para qué sirve. De cualquier manera, está
bien. Dios está consigo en este momento, aunque no le dé cuenta, y está listo
para ayudarle a superar sus dudas, confusión, apatía, lo que sea.
Para ustedes, este tiempo de Cuaresma
debe ser una meditación sobre el misterio de la vida de Cristo. Reflexionar
sobre cómo vivió y sobre lo que enseñó, reflexionando especialmente sobre los
acontecimientos que condujeron a su pasión y muerte, puede ayudarle a ver cómo
Cristo crucificado es el modelo de vida humana que, cuando se vive, da sentido
y dirección a nuestras vidas. Abrazando esta verdad, será mucho más fructífero
el examen de conciencia, ya que podrá ver las cosas que le desvían de este
camino, para apartarle de ellas y emprender el camino de predicar a Cristo
crucificado con su vida. La celebración de la Pascua, por tanto, será aún más
gozosa al ver cómo el sufrimiento, correctamente ordenado, conduce al gozo de
la resurrección. ///
Hermanos, el mundo está llorando y
busca consuelo en el poder y la sabiduría mundanos, que es la tecnología y las ideologías
políticas. Sin embargo, lo que necesita es “Cristo, la fuerza y la sabiduría de
Dios”… y nosotros también necesitamos esto. Por lo tanto, mientras avanzamos en
estos días de Cuaresma, respondamos generosamente al llamado de Dios a
alejarnos de nuestro egoísmo y orgullo, para predicar auténticamente una vez
más a Cristo crucificado. Para que, al hacerlo, podamos prepararnos para
celebrar la victoria de Cristo sobre la cruz cuando celebremos su resurrección
en la Pascua.
La Virgen María, nuestra Madre
amabilísima, nos acompaña en esta obra. Que ella nos consuele en nuestras
luchas y nos inspire en nuestros esfuerzos, incluso mientras está hoy con
nosotros, dando gracias al Padre aquí en esta Santa Misa.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Kokomo, IN – 3 de marzo, 2024
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