Homilía: El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo A
Hermanos, mientras celebramos esta gran
fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Jesús, y mientras lamentamos la
oportunidad perdida en nuestra procesión eucarística de hoy, recuerdo una de
las procesiones más memorables en las que participé mientras estudiaba español en
Antigua Guatemala.
La mayoría de ustedes probablemente
saben cómo se realizan estas procesiones en América Latina: con adornos en las
casas y negocios a lo largo de las calles y coloridos alfombras en las calles,
creando una alfombra sobre la cual pasará la procesión con el Santísimo
Sacramento. Los músicos tocan cantos de devoción eucarística y los fieles rezan
rosarios u otras devociones en el camino. Y hay fuegos artificiales, por
supuesto. ¡Esto fue lo más sorprendente para mí! Durante la consagración en la
Misa y a lo largo de la procesión, nunca había pensado en los fuegos
artificiales como una expresión de devoción eucarística, ¡pero ciertamente me
enfrenté a ellos ese día!
A pesar del hecho de que todas estas
demostraciones ruidosas asaltaron mi sentido cultural de reverencia—es decir,
que las demostraciones de devoción tranquilas y reservadas son las más
apropiadas—llegué a reconocer un hecho importante: ¡Nadie en esa ciudad tenía
dudas de quién caminaba por las calles ese día! ///
Hoy escuchamos en nuestra primera
lectura estas palabras del libro de Deuteronomio: “No sea que te olvides del
Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto y de la esclavitud; que te hizo recorrer
aquel desierto inmenso y terrible… y que te alimentó en el desierto con un maná…”
Y así, celebramos esta fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Jesús para
recordar la sagrada humanidad de Jesús, el Hijo de Dios, a través de la cual
fuimos redimidos de nuestros pecados y restaurados a la amistad con Dios, y el
Santísimo Sacramento, la Presencia Real del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Jesús, por el cual “comemos su carne y bebemos su sangre”—el pan vivo bajado
del cielo—y así tenemos vida dentro de nosotros. Hacemos esto para recordar—o,
mejor dicho, para que nunca olvidemos—que el Señor, nuestro Dios, nos ha sacado
de ese lugar de esclavitud y nos ha alimentado con pan milagroso para
sustentarnos en nuestro camino hacia la vida eterna. Recordamos, no solo porque
es una doctrina importante—que, por supuesto, lo es—sino también porque tiene
implicaciones para todo en nuestra vida.
Hermanos, el desafío de Jesús a sus
discípulos (y a sus escépticos) en el Evangelio es uno que no puede ser
ignorado. Uno tiene que aceptar la enseñanza o negarla. Ignorarlo no es una
opción. Más bien, como dijo el padre Luigi Giusani, es un problema que debe
resolverse. Lo compara con un derrumbe que te encuentras mientras conduces por
una carretera de camino a tu destino: simplemente no puedes ignorarlo. Más
bien, es un problema que debe resolverse si deseas continuar tu camino hacia tu
destino, incluso si la solución afectará el camino que tomes hacia él.
Lo mismo es cierto para la encarnación
y la revelación de Jesús en el evangelio de hoy: no podemos simplemente
ignorarlo. Dios ha entrado en la historia humana y ha dicho: “Si no comen la
carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes”.
Si tu destino es “la vida”, entonces esta revelación se convierte en un
derrumbe en el camino: debes averiguar cómo navegar a través de él o alrededor
de él, y la solución afectará el camino por el que continúas. Muchos de los que
escucharon estas palabras de Jesús volvieron al camino (y, por lo tanto, se
alejaron de su destino). Muchos, sin embargo, por confusos que estuvieran,
continuaron siguiéndolo por el camino que dictaba esta revelación y entraron en
la vida que él les había prometido.
Mis hermanos y hermanas, nuestro
Avivamiento Eucarístico Nacional y nuestra Misa y las procesiones que se están
llevando a cabo en muchos otros lugares hoy, son nuestro llamado a enfrentar
este problema una vez más y empujar a otros a hacerlo. Cuando celebramos
cualquier Misa, y más aún cuando sacamos el Santísimo Sacramento a la calle,
estamos realizando un profundo acto de fe de que lo que hemos encontrado y lo
que creemos es verdad—es decir, que seguir a Jesús y comer su carne y beber su
sangre en el Santísimo Sacramento es la solución al “problema” que presenta la
encarnación de Dios. Nuestra tarea es hacer de nuestra vida un encuentro
continuo con este “problema”, para que aquellos que nunca se encontrarán con
una Misa o una procesión eucarística, puedan, sin embargo, encontrar al Dios Encarnado
de manera personal y, así, tener la oportunidad de elegir la vida, la vida que
su Cuerpo y su Sangre nos hacen posible. Independientemente de cómo cada uno de
nosotros elija hacer esto, me gustaría recordarles que los fuegos artificiales
siempre son una opción disponible 😉.
No importa cómo Dios nos llame a dar
testimonio de esta verdad en nuestras vidas, nuestra primera tarea es siempre
esta: adorar a Dios “con todo nuestro corazón, y con todo nuestro ser, y con
todas nuestras fuerzas” (Dt 6:5), que comienza y termina siempre aquí, en la
Misa. Que nuestra adoración de hoy y nuestros esfuerzos por dar testimonio de
estas verdades en nuestras vidas traigan gloria a Dios y salvación a todos los
que nos rodean.
Dado en inglés y español
en la parroquia de Santa Maria Goretti: Westfield, IN
11 de junio, 2023
No comments:
Post a Comment