Homilía: 11º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo A
El Día del Padre, como el Día de la
Madre, es un gran día porque es un día de recuerdo: de recordar para honrar. Si
nos detenemos un momento y lo pensamos, veremos que esto es una cosa
hermosamente humana: es decir, que nos detenemos a reconocer que hay algo
honorable en la crianza de los hijos (y, en concreto, este fin de semana, en la
paternidad). Un aspecto importante de la paternidad se destaca en las lecturas
de hoy: que un padre reconoce las necesidades de sus hijos y luego se dedica a
obtener los recursos para satisfacer esas necesidades. Echemos un vistazo a las
lecturas para ver a qué me refiero.
En la primera lectura, conectamos con
el pueblo israelita en su éxodo de Egipto. Ya han viajado unos meses y han
llegado a la zona al pie del monte Sinaí (también conocida como “Montaña de
Dios” ya que es allí donde Dios le daría a Moisés los Diez Mandamientos). Dios
ya ha provisto para el pueblo el agua que fluía milagrosamente de la roca y el
maná, el pan que aparecía milagrosamente cada mañana sobre la tierra. Aquí,
Dios le revelará implícitamente a Moisés que él está preocupado por la
restauración de todas las personas a él. Para hacer esto, Dios necesitará que
el pueblo israelita sea apartado y santificado—es decir, que sea santo—para que
sea el instrumento a través del cual todas las demás personas serán restauradas
a una relación buena con él.
Bueno, al principio, podrían decir:
“Esto no suena muy paternal. Más bien, esto suena como un gerente que contrata
empleados para hacer el trabajo de su negocio”. Ciertamente, desde un punto de
vista funcional, podría interpretarse de esa manera. Sin embargo, las
Escrituras no apoyan esta idea. Dios desea que todas las personas sean
restauradas a sí mismo y comenzó eligiendo a cierto pueblo, los israelitas,
para que le sean restaurados a fin de que puedan dar testimonio del Padre en el
mundo y, en última instancia, guiar de regreso a la gran multitud de otros a
Dios. Dios le revela esto a Moisés cuando le da este mensaje para transmitir a
los israelitas: “Ustedes han visto cómo castigué a los egipcios y de qué manera
los he levantado a ustedes sobre alas de águila y los he traído a mí. Ahora
bien, si escuchan mi voz y guardan mi alianza, serán mi especial tesoro entre
todos los pueblos… Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación
consagrada”.
"Los he traído a mí... serán mi
especial tesoro entre todos los pueblos". Con estas palabras, Dios está
mostrando el amor de un padre que desea que sus amados hijos estén cerca de él.
Si son hijos fieles, revela, Dios les dice que “serán un reino de sacerdotes y
una nación consagrada”. Los sacerdotes son los que median entre Dios y los
hombres. Por lo tanto, Dios está revelando a los israelitas que, como su “tesoro
especial”, desea que sean ellos los que salgan y den testimonio de su amor a
las demás naciones (es decir, salir a los hombres en nombre de Dios) y luego
presentarlos a Dios para ser recibidos y restaurados como hijos suyos (es
decir, subir a Dios en nombre de los hombres).
Así vemos que, como Padre, Dios
reconoce las necesidades de sus hijos y obtiene los recursos para
satisfacerlas. Primero, reconoció las necesidades de sus hijos, los israelitas,
en el desierto y les proveyó. Entonces, reconoció las necesidades de todos sus
hijos en el resto del mundo y apartó a un pueblo especial para que, a través de
ellos, pudieran ser restaurados a él. Una y otra vez a través de las
generaciones, los israelitas fallaron en cumplir este propósito para el cual
fueron apartados. Así, Dios envió a su Hijo para que por medio de él se
cumplieran sus buenos propósitos.
Sabemos, por supuesto, que el propósito
principal de Jesús era convertirse en el “Cordero de Dios”, es decir, el
cordero sin mancha cuyo sacrificio nos redimiría del pecado. Esto en sí mismo
es una respuesta del Padre viendo las necesidades de sus hijos y obteniendo los
recursos para satisfacerlas: porque necesitamos ser redimidos y no podemos obtenerlo
por nosotros mismos. Así, el Padre envió a su Hijo para que fuera por nosotros
el sacrificio que necesitábamos para ser restituidos a él. Aún más, sin
embargo, como vemos en el Evangelio de hoy, Jesús continuó la obra del Padre
para organizar los recursos necesarios para asegurar que las noticias de esta
obra salvadora se dieran a conocer en todo el mundo para que todos los hijos de
Dios pudieran ser restaurados a él.
En la lectura, encontramos a Jesús
predicando a una gran multitud y sanando a muchos de ellos de enfermedades o
posesiones. Los mira y reconoce que, en su naturaleza humana limitada, no puede
satisfacer todas sus necesidades. Exhala un suspiro de frustración y declara a
sus discípulos, “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo
tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. ¿Qué hace
después? Dice el Evangelio que, “después, llamó a sus doce discípulos…” y “a
estos doce los envió…” Como el Padre, Jesús reconoce la gran necesidad (“ovejas
sin pastor”) y les obtiene lo que necesitan (“trabajadores a sus campos”).
Estos doce, como sabemos, se convertirían en los primeros sacerdotes de
Jesucristo: los encargados de ser mediadores entre Dios y el pueblo para
restaurarlos a él.
Hermanos, como cristianos bautizados,
debemos vernos como aquellos antiguos israelitas y como esos Apóstoles: hombres
y mujeres restaurados para Dios y apartados por él para ayudar a restaurar a
otros a él. Como miembros del Cuerpo de Cristo, compartimos su sacerdocio
común, por el cual podemos ser mediadores entre Dios y los hombres para
testimoniarles el deseo de Dios de que le sean restaurados y luego presentarlos
a Dios para que sean restaurados. Habiéndonos alimentado del “pan vivo, baja
del cielo”, podemos confiar en esta misión que nos ha dado el Padre y así
gastarnos en cumplirla sin contar el costo. Cuando lo hacemos con gozo, sin
preocuparnos por nuestras limitaciones, sino confiados en el poder de Dios
obrando en nosotros, seremos más efectivos.
Sería negligente si no aprovechara esta
oportunidad para recordarnos la necesidad de que los hombres jóvenes escuchen y
respondan al llamado al sacerdocio. Aunque, como "pueblo elegido" de
Dios, todos estamos llamados a ser sus testigos en el mundo, Dios todavía llama
a los hombres a ser apartados para ser conformados especialmente a Cristo para
ser el medio por el cual los sacramentos de Dios se ponen a nuestra disposición.
Mientras honramos la paternidad este fin de semana, renuevo mi llamado a todos
los jóvenes para que consideren este alto llamado: ser padre de familia o de
una comunidad de fe es un alto y honorable llamado. Si Dios te llama a ello, sé
valiente con tu “sí” a Dios.
Hermanos y hermanas, mientras damos
gracias a Dios por su cuidado paternal hacia nosotros, renovemos nuestro
compromiso de ser sus apóstoles en el mundo: testimoniando su llamado a todos a
ser restaurados a la amistad con él y conduciendo a los que responden a esa
amistad en la Iglesia. Y animémonos unos a otros, confiando en que Dios nos ve
a nosotros y a nuestras necesidades y que siempre está trabajando para
proveernos de lo que necesitamos para cumplir fielmente la obra que nos ha
encomendado. Así Dios será glorificado a través de nosotros, y así se renovará
la Iglesia entre nosotros. Que Dios nos bendiga en esta buena obra. ¡Amén!
Dado en español e inglés
a la parroquia de San Pablo: Marion, IN
17 de junio, 2023
Dado en la parroquia de
Nuestra Señora de Monte Carmelo: Carmel, IN
18 de junio, 2023
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