Hermanos, hoy nos hemos reunido para
celebrar la conclusión de la gran Octava de Pascua. A lo largo de estos ocho
días hemos estado celebrando el cumplimiento de nuestra salvación en la
resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Al mismo tiempo, nos hemos estado
regocijando en la renovación que el Señor ha obrado en nosotros a través de
nuestras disciplinas cuaresmales y la renovación de nuestras promesas
bautismales el Domingo de Pascua. Hoy, al terminar esta celebración de la
Octava, estamos invitados a celebrar la misericordia de Dios, es decir, la
Divina Misericordia, que ha hecho posible todo esto. Al hacerlo, la liturgia
nos recuerda uno de los temas más destacados de nuestro camino de Cuaresma, el
del encuentro con Cristo, y cómo ese tema continúa en la resurrección del Señor
y en la vida de la Iglesia.
Hoy, en nuestra lectura del Evangelio,
nos encontramos una vez más con esta gran historia de la aparición de Jesús a
los discípulos el día de la resurrección. En el evangelio de Juan se incluye el
detalle de que “Tomás, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús”.
Volvimos a escuchar la historia familiar de que, cuando los demás le dijeron a
Tomás que habían visto al Señor Resucitado, Tomás se negó a creer que Jesús
había resucitado y declaró que, a menos que viera a Jesús por sí mismo, no
creería. Nosotros, por supuesto, tenemos una visión retrospectiva y, por lo
tanto, podemos burlarnos rápidamente de Thomas por su falta de creencia
inicial. Sin embargo, si miramos esto desde la perspectiva del tema del
encuentro con Cristo que exploramos en Cuaresma, podemos ver cómo incluso esto
era parte del plan de Dios para revelarse y fortalecer la fe de sus creyentes.
Tomemos un momento para recordar los
tres encuentros con Cristo sobre los que reflexionamos en nuestro paso por el
corazón de la Cuaresma. Los encuentros de Jesús con la mujer samaritana en el
pozo, el ciego en Jerusalén, y con Marta y María después de la muerte de su
hermano Lázaro fueron todas oportunidades para que Jesús se revelara más completamente
y fortaleciera la fe de sus creyentes. Repasémoslos brevemente de nuevo para
que nos ayuden a comprender más profundamente el encuentro de Tomás con Cristo.
///
La mujer samaritana, que evitaba a la
gente del pueblo por la vergüenza que sentía por sus múltiples matrimonios
fallidos, se encontró inesperadamente con Cristo, quien se le reveló. Ella, a
su vez, se convirtió en una gran testigo para la gente de su pueblo: ¡la misma
gente a la que había estado tratando de evitar! La vergüenza de la mujer por
sus múltiples matrimonios fallidos, tan doloroso como fue para ella, se
convirtió en el medio por el cual se encontró con Cristo y así se convirtió en
un testimonio para él, inspirando la fe en los cientos de habitantes del pueblo
que acudieron a Jesús por ella.
El ciego de nacimiento sufrió muchos
años en su ceguera y se vio reducido a mendigar para el sustento, ya que su
ceguera le impedía cualquier trabajo con el cual pudiera ganarse la vida. Jesús
lo sana y rápidamente se convierte en testigo de Jesús ante los fariseos.
Cuando más tarde Jesús se le revela plenamente, se inclina en adoración ante
él. En el evangelio de Juan no escuchamos más lo que le pasó a este hombre,
pero seguramente siguió contando a otros su historia: “Yo era ciego y ahora
veo. Jesús el Nazareno me sanó. Él es el Cristo, el enviado de Dios”.
Marta y María, las hermanas de Lázaro,
mandaron a decir a Jesús que su hermano, el amigo de Jesús, estaba gravemente
enfermo para que viniera a curarlo. Jesús se demoró, sin embargo, y Lázaro
murió. Cuando llegó, tanto Marta como María dijeron: “Señor, si hubieras estado
aquí, no habría muerto nuestro hermano”. Jesús les aseguró que, si tenían fe,
verían resucitar a su hermano. Creen, y Jesús se revela más profundamente
cuando se muestra no sólo con poder para prevenir la muerte, sino también para
revertirla por completo. Este encuentro con Cristo y su poder, nos dicen las
Escrituras, llevó a muchos judíos a creer en él. Una vez más, las Escrituras no
nos dicen esto, pero ciertamente estas personas dieron testimonio de lo que
habían visto y oído antes que muchos otros.
Y así llegamos a Tomás y su
incredulidad inicial en la resurrección. Jesús, en su perfecto conocimiento,
sabía que Tomás no estaría con los otros discípulos cuando se les apareció ese
día, y que Tomás estaría incrédulo cuando se lo dijeran. Sin embargo, lo
permitió. ¿Y por qué? Para que, a través de su encuentro con Tomás ocho días
después, se revele más plenamente y fortalezca la fe de todos los creyentes.
Como en los otros encuentros, Jesús usa
este encuentro para revelar su insondable Misericordia Divina. En este caso, su
condescendencia misericordiosa con Tomás en sus dudas se convierte en un punto
de unión de la fe para todos los que encuentran preguntas dentro de sí mismos.
“Aquí están mis manos; acerca tu dedo”, le dice Jesús a Tomás. “Trae acá tu mano, métela en mi costado y no
sigas dudando, sino cree”. Tomás, como sabemos, expresa su creencia. Entonces
Jesús dice algo aún más misericordioso: “Tú crees porque me has visto; dichosos
los que creen sin haber visto.”
Tomás, por supuesto, llegaría a ser un
gran Apóstol, compartiendo esta historia de su encuentro con Cristo y su
misericordia dondequiera que fuera. Además, los discípulos de la Iglesia
primitiva encontrarían gran fortaleza en el testimonio de estas palabras de
Jesús: “dichosos los que creen sin haber visto”. Todo ello mostrando lo mismo
que vimos en los tres encuentros sobre los que reflexionamos durante la
Cuaresma: el encuentro con Cristo lleva al testimonio, y el testimonio lleva a
la fe. ///
Hermanos, la semana pasada les recordé
que somos testigos de la resurrección de Cristo, y que, como testigos, estamos
obligados a dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Mientras continuamos
disfrutando del gozo de celebrar la resurrección de Cristo, y mientras
reflexionamos nuevamente sobre el poder del kerygma—el testimonio—de aquellos
que se encontraron con Cristo, tomemos valor en nuestro propio llamado a ser
testigos de Cristo para quienes nos rodean—tanto individualmente como
colectivamente—para que muchos otros puedan llegar a la fe en Jesús y tener
vida en su nombre.
Como les dije durante la Cuaresma, este
es nuestro trabajo, y es un trabajo gozoso. Que la alegría de la Resurrección y
la gracia de esta Eucaristía nos sigan fortaleciendo para esto trabajo santo.
Dado en la parroquia de
Nuestra Señora de Monte Carmelo: Carmel, IN
16 de abril, 2023
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