Homilía: 4º Domingo de la Pascua – Ciclo A
Hermanos, este domingo, el cuarto
domingo de Pascua, también se conoce comúnmente como el “Domingo del Buen
Pastor” porque la lectura del Evangelio para cada uno de los tres años del
ciclo de lecturas es del discurso del “Buen Pastor” en el Evangelio de Juan. En
este pasaje, Jesús se presenta en la imagen de un pastor que conduce a su
rebaño a pastos fértiles y a corrientes de agua donde puede saciar su hambre y
saciar su sed, y que los protege de todo peligro para que experimenten una vida
de alegría completa.
Este domingo, por tanto, se ha celebrado
también como la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones al Sacerdocio
porque los sacerdotes, que por su ordenación están in persona Christi, es decir, “en la persona de Cristo”, están
llamados a pastorear el rebaño de Jesús en su nombre aquí en la tierra. Así,
mientras celebramos a Jesús el Buen Pastor este domingo, también oramos por los
hombres que ya han respondido al llamado de Dios al sacerdocio, y también que
muchos más hombres respondan a ese mismo llamado para que el pastoreo de Cristo
continúe y crezca en los años venideros.
Con esto en mente, pensé en tomarme un
tiempo hoy para compartir sobre mi propio llamado al sacerdocio a la luz de las
Escrituras que hemos escuchado proclamar. Particularmente quiero que nuestros
jóvenes (incluyendo a Paola, nuestra Quinceañera) presten atención, porque Dios
los está llamando a cada uno de ustedes a algún servicio en su Iglesia y pueden
encontrar en mi ejemplo una señal (o un eco) de su propio llamado y una forma
de discernir aún más quién es que Dios los está llamando a ser en sus vidas.
Comienzo con la lectura de los Hechos
de los Apóstoles, en la que escuchamos el final del discurso de San Pedro en
Pentecostés. Después de proclamarles la verdad de quién es Jesús, tanto “Señor
y Mesías… a quien ustedes han crucificado”, leemos que “Estas palabras les
llegaron al corazón” a aquellos que lo oyeron: es decir, fueron iluminados de
su error y sintieron una gran culpa por lo que habían hecho. Con sencillez
preguntan: “¿Qué tenemos que hacer?” Pedro les da una respuesta igualmente sencilla:
“Arrepiéntanse y bautícense en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus
pecados”.
Cuando era joven, me gradué de la
universidad con un título en ingeniería y comencé a trabajar. Católico de
“cuna”, sin embargo, vivía un estilo de vida muy materialista y algo hedonista:
lo que significaba que estaba principalmente preocupado por ganar dinero,
comprar cosas bonitas y disfrutar de una vida de ocio tanto como fuera posible
mientras hacía algún tipo de trabajo que satisficiera mis pasiones. Después de
unos años, me desilusioné de esta búsqueda, ya que estaba demostrando no ser
muy satisfactoria e incluso perjudicial para algunas de mis relaciones. Fue
entonces cuando comencé a analizar detenidamente las elecciones que había hecho
y a preguntarme si las elecciones que había hecho realmente me estaban
conduciendo a la auténtica felicidad.
En medio de todo esto, estaba
cuestionando la fe en la que me habían criado. Durante esto, esta parroquia albergo
una misión dada por el Padre Larry Richards. En la primera noche, el Padre
Larry dio su famosa charla sobre “La Verdad”. En él, nos desafió a preguntarnos
si alguna vez realmente le hemos preguntado a Dios qué quiere que hagamos con
nuestras vidas. “Porque”, dijo, “un día tendremos que presentarnos ante él y
responder por lo que hicimos con nuestras vidas: las vidas que él nos había
dado”. Sus palabras y su presentación apasionada (su kerygma), “llegaron a mi
corazón”. En otras palabras, reconocí cuán egoístamente había estado viviendo
mi vida y sentí una gran culpa por ello. Antes de que pudiera preguntar
"¿Qué tengo hacer?", el Padre Larry nos dijo que habría la
oportunidad de Confesiones la noche siguiente y supe que tenía que confesarle a
Dios todos los pecados de mi vida egoísta y pedirle perdón.
Sin embargo, no fue suficiente que pida
y reciba perdón. Más bien, también tuve que empezar a buscar la voluntad de
Dios para mi vida. Afortunadamente, el Padre Larry también me brindó
orientación para esto: la vida de oración y estudio, la recepción frecuente de
los sacramentos de la Sagrada Comunión y la Confesión, y dedicarme a vivir para
los demás a través de las obras de misericordia. Esto comencé a hacer, todo el
tiempo haciendo que fuera mi oración constante que Dios me revelara su
vocación. Después de unos 3 meses, ¡lo escuché hablarme! Sin embargo, como
suele hacer Dios, no era una voz de las nubes o una zarza ardiente. Ningún
ángel se me apareció en sueños y me dijo lo que Dios quería que hiciera. Más
bien, fue a través de la voz de mi madre, pronunciada en un momento de
frustración para mí, que Dios me hizo conocer la vocación que me pedía que
aceptara.
En los meses siguientes, me convencí
más y más de que, de hecho, estaba siendo llamado al sacerdocio. Sin embargo,
descubrí que aún no estaba listo para perseguirlo. Estaba demasiado convencido
de que tenía que buscarlo para “compensar a Dios” por todos los años que había
vivido egoístamente. La expiación por los pecados pasados es algo bueno, por
supuesto, pero no es una buena razón para elegir tu vocación. Entonces, lo dejé
de lado por un tiempo y continué entregándome al buen trabajo que había
comenzado después de la misión parroquial: el trabajo de oración y estudio, la
recepción frecuente de los sacramentos y las obras de misericordia.
Un par de años más tarde, estaba en un
lugar mucho mejor, personalmente, pero me había vuelto un poco complaciente,
espiritualmente. En otras palabras, mi vida estaba en mucho mejor orden de
acuerdo con los mandamientos de Dios, pero había dejado de escuchar con
atención la voz de Dios con respecto a mi vocación. Dios intervino, una vez
más, a través de la voz de alguien cercano a mí y me hizo saber que había
estado ignorando su llamada y que era hora de escuchar y responder. Estas
palabras llegaron a mi corazón una vez más. Me confesé y me lancé al
discernimiento, descubriendo que Dios todavía me llamaba a ser sacerdote. Esta
vez estaba listo para responder. Los años de oración, de estudio y de entrega a
ser un auténtico testigo de Jesús me llevaron a amar profundamente a Dios, a
estar en sintonía con su voz y a confiar en que, si lo seguía, me haría
sumamente feliz. Y así, entré al seminario; Y el resto, como dicen, es
historia. ///
Hermanos míos, ya sea que estén
discerniendo la vocación de Dios para su vida o simplemente lo que Dios quiere
de ustedes en este momento, a menudo comienza con una experiencia de "llegaba
en el corazón": es decir, darse cuenta de que no ha estado en sintonía con
la voluntad de Dios, sino que ha estado viviendo más para sí mismo y, por lo
tanto, experimenta culpa y el deseo de establecerse en la voluntad de Dios una
vez más. Esta experiencia, aunque a menudo desagradable, no es un castigo de
Dios, sino una gracia: una gracia que puede moverle a buscar la voz de Dios una
vez más. Esto es importante por lo que escuchamos en nuestra lectura del
Evangelio de hoy.
En este discurso del “Buen Pastor”,
Jesús dice: “Y cuando [el pastor] ha sacado a todas sus ovejas, camina delante
de ellas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz”. Porque Dios ha hecho a
Jesús “Señor y Mesías”, él es nuestro pastor. Él nos ha llamado y camina
delante de nosotros para guiarnos. Lo seguiremos solo si primero hemos llegado
a conocer su voz y a confiar en él. Cuando comencé a discernir mi vocación,
tuve que pasar mucho tiempo en oración, escuchando su voz tanto en el silencio
como a través de las Escrituras. Habiendo aprendido a escuchar su voz, pude
seguirla cuando la escuché. A pesar de todas mis buenas intenciones, nunca
hubiera descubierto esta vocación si me hubiera apoyado en mi propio
razonamiento. En cambio, tuve que escuchar la voz de mi pastor, Jesús, y luego
responder. Un corazón pacífico que hace frecuentes actos de confianza (como el
“¡Jesús, en ti confío!” de Santa Faustina) está listo para escuchar y responder
a la voz de Jesús. ///
Queridos jóvenes (y en particular,
Paola), en esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, les imploro,
como imploró Pedro a quienes le oyeron hablar en Pentecostés: “¡Pónganse a
salvo de este mundo corrompido!” ¡Jesús, el Buen Pastor, quiere darte vida y
vida en abundancia! ¡No busques comodidad en este mundo, porque no fuiste hecho
para la comodidad, fuiste hecho para la grandeza! Sólo Jesús, el Buen Pastor,
puede conducirle a la grandeza que él tiene prevista para ustedes: una
participación en su cruz que le hará un faro luminoso de luz que atrae cada vez
a más personas a su redil: la vida abundante que es comunión con él. Hombres jóvenes,
especialmente: pregúntale a Jesús si quiere que sea su sacerdote y prepárale
para decir “sí” si lo quiere. Le prometo que Jesús no le abandonará si usted le
abandona a él. María, nuestra Madre, está dispuesta a socorrerle si le dirijas
a ella y se lo pedias. ///
A todos los que ya estamos viviendo
nuestra vocación de Dios: nuestro desafío es ser testigos a nuestros jóvenes por
no caer en la complacencia de nuestra vida espiritual. Más bien, debemos
renovar continuamente nuestros esfuerzos para sintonizar nuestros oídos con la
voz del Buen Pastor para que podamos escucharlo guiándonos mientras buscamos
vivir bien estas vocaciones. La promesa de Jesús de darnos una vida abundante
sigue siendo válida para cada uno de nosotros, pero debemos seguir escuchando
su voz para seguirlo.
También debemos alentar
intencionalmente a los jóvenes en nuestras vidas a discernir si Dios los está
llamando al sacerdocio o a la vida religiosa, junto con el posible llamado al
Santo Matrimonio. Debemos dejar de orar para que Dios llame a los hijos e hijas
de otras personas a ser sacerdotes y religiosos y comenzar a pedir que Dios
llame a nuestros propios hijos e hijas, y animarlos a seguirlo. Así podemos
edificar la Iglesia: como las santas vocaciones engendran santas vocaciones. No
tengamos miedo, pues, de abrazar esta santa obra. ///
Hermanos, Jesús, nuestro pastor, nos
está guiando. Esta Eucaristía es el pasto verde y el agua dulce a la que nos
conduce para saciar nuestra hambre y saciar nuestra sed. Demos gracias en esta
Misa que nos ha llamado a esta vida abundante en él (vida a la que Paola se
dedicará más profundamente en unos momentos), para que salgamos de aquí a ser
sus gozosos testigos en el mundo.
Dado en la parroquia de
Nuestra Señora de Monte Carmelo: Carmel, IN
30 de abril, 2023