Homilía: 19º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C
Hermanos, nuestras lecturas de esta
semana nos recuerdan que, cuando se trata de las cosas más importantes de la
vida, no hay sorpresas con Dios. Más bien, predice su venida (aunque no siempre
predice cuándo vendrán). A lo largo de la historia, los que creyeron y, por lo
tanto, vivieron de acuerdo con esta predicción recibieron bendiciones de Dios.
Los que no creyeron (y, por tanto, no vivieron de acuerdo con lo predicho),
perdieron las bendiciones que Dios les había prometido. Echemos un vistazo a
nuestras lecturas para ver a qué me refiero.
En el Libro de la Sabiduría leemos que
“La noche de la liberación pascual fue
anunciada con anterioridad a nuestros padres” y de hecho fue. Este sería el
momento decisivo para los israelitas—en otras palabras, la cosa más importante que
sucedería en su vida como pueblo—y Dios predijo exactamente lo que sucedería y
las consecuencias de ello: que mataría a los primogénitos de los egipcios y
sacarlos de Egipto a su propia tierra donde vivirían ya no como esclavos, sino
como personas libres. Dios predijo esto, dice el autor, “para que se
confortaran”. ¿Confortaran para hacer qué? Para tener coraje degollar un
cordero, lo cual era ilegal para ellos, y probarlo untando su sangre en los
postes de las puertas de sus casas. Los israelitas actuaron con fe y realizaron
el sacrificio de la Pascua, y Dios no los sorprendió, sino que hizo exactamente
lo que predijo: matar a los primogénitos de los egipcios y sacarlos de Egipto y
llevarlos a la libertad.
En la lectura de la Carta a los hebreos,
el autor relata cómo Dios llamó a Abraham a dejar su patria y viajar a una
tierra que sería su propia herencia, donde su propio linaje florecería y se
volvería “innumerable como las estrellas en el cielo”. Tener un linaje
floreciente era lo más importante para cualquiera en el tiempo de Abraham y
Dios predijo que esto sucedería para Abraham, aunque no tuviera hijos y
permanecería sin hijos durante muchos años después. Abraham actuó con fe y dejó
su patria y Dios no lo sorprendió. Más bien, le dio un hijo, Isaac.
Sin embargo, algún tiempo después,
parecía que Dios sorprendería a Abraham en esta cosa más importante cuando le
dijo a Abraham que ofreciera a Isaac como sacrificio. Sin embargo, Abraham
actuó con fe y Dios no lo sorprendió. Más bien, detuvo la mano de Abraham y le
impidió hacer el sacrificio. De Isaac vendría Jacob, quien se convertiría en
Israel, y cuyos doce hijos se convertirían en el linaje que florecería y sería
“innumerable como las estrellas en el cielo”.
Para nosotros y para la gente de la
época de Jesús, lo más importante es la salvación y el juicio final. En esto,
una vez más, no hay sorpresas de parte de Dios. Más bien, predice que la venida
del Juez al final de los tiempos será rápida e inesperada, por lo que cada uno
debe permanecer vigilante, manteniéndose libre de pecado y ocupado en la obra
de Dios. Aunque el día de esta venida pueda sorprendernos, el hecho de que haya
llegado no debería hacerlo. Jesús lo ha anunciado y podemos contar con su
llegada. Actuando en fe, por lo tanto, debemos estar en la obra de Dios, para
que el Juez nos encuentre haciendo su voluntad cuando venga y, así, nos conceda
la plenitud de su salvación.
La semana pasada, nuestra reflexión
sobre la enseñanza de Jesús nos llevó a preguntarnos si nos hemos centrado
demasiado en las cosas materiales. En otras palabras, nos llevó a preguntarnos
si buscamos las cosas materiales como un fin en sí mismas o como un medio para
un fin mayor (como acomodar a una familia que crece, estar más disponible para
algún ministerio, etc.).
Esta semana, podemos ver por qué es
importante para nosotros responder a esta pregunta. Perseguir las cosas
materiales como fines en sí mismas tiende a hacernos “adormecer”, es decir,
“dormidos”, respecto a las cosas de Dios. Cuando tenemos sueño, no estamos
vigilantes. Permanecer vigilantes (es decir, despiertos) exige que miremos más
allá de las cosas materiales para comprometernos con la obra de Dios. Por lo
tanto, si descubrimos que estamos demasiado enfocados en las cosas materiales—a
menudo, o incluso exclusivamente, buscando las cosas materiales como fines en
sí mismas—debemos buscar volver a enfocar y priorizar nuestras mentes y
nuestros corazones para desear a Dios, primero y ante todo, y luego solo buscar
las cosas materiales como medios para ese fin. Esto nos libera para hacer la
obra de Dios, que nos ayuda a evitar toda adormecimiento y, así, a estar
preparados (es decir, actuando en fe) cuando llegue el Juez.
Hermanos, al acercarnos a este altar
hoy, recordemos que, cuando se trata de las cosas más importantes de la vida,
no hay sorpresas en Dios. Él ha anunciado el juicio venidero para que no nos
sorprendamos cuando venga el Juez, sino que tengamos coraje para dejar de lado
nuestros deseos por las cosas materiales en sí mismas y, así, seguir “lo que
vale ante Dios”: esto es, adoración y acción de gracias, y servicio a los que
nos rodean necesitados de misericordia. Pidamos la gracia de creer lo anunciado
y así actuar de acuerdo con ello, para que podamos recibir la bendición que
Dios nos ha prometido: la vida eterna con él en armonía y paz.
Dado en la parroquia de
San Jose: Delphi, IN y la parroquia de Nuestra Señora del Carmen: Carmel, IN –
7 agosto, 2022
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