Homilía: Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la BVM
Hoy
celebramos la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María: el hecho de
que, desde el primer momento de su existencia, María fue protegida por Dios de
la mancha y efectos del pecado original. Quizás sea necesario que retrocedamos
y nos preguntemos, ¿por qué es importante que celebremos este evento único y
por qué es tan importante que la Iglesia hiciera de esta Solemnidad uno de los
siete días de precepto? Creo que hay dos razones.
En
primer lugar, la Inmaculada Concepción nos recuerda la verdad más básica de la
existencia humana: es decir, que somos criaturas, formadas amorosamente por el
Creador increado (a quien llamamos Dios), quien, sin embargo, perdió el favor
de Dios y quien, por lo tanto, necesitamos desesperadamente un Salvador para
reconciliarnos con Él. Nuestra primera lectura de hoy nos recuerda esto. Al
ceder a las tentaciones de la serpiente, el primer hombre y la primera mujer
desobedecieron a Dios: en otras palabras, ellos pecaron. Este pecado fue una
herida mortal para la naturaleza humana, una que no pudimos resolver por
nuestra cuenta. De hecho, la única forma en que podríamos reconciliarnos con
Dios sería si Él primero se acercara a nosotros. La Inmaculada Concepción es un
signo de este "acercamiento".
Obviamente,
nadie se crea a sí mismo. Y, aunque podemos explicar los funcionamientos
biológicos a través de los cuales se crea un nuevo ser humano, no podemos
confiar en ellos para comprender cómo cada ser humano adquiere una personalidad
única e irrepetible: esta nos la da Dios. Esta total dependencia de Dios
demuestra que la Inmaculada Concepción de María fue un don puro de Dios: un
"acercamiento" a la raza humana que era parte del plan de Dios para
reconciliar al hombre con Él. Dios la llenó de gracia desde el primer momento
de su existencia como parte de su plan para convertirla en una madre adecuada
para su Hijo, que iba a nacer de la naturaleza humana, para que pudiera
restaurarnos la amistad con Él. María, que era absolutamente impotente para
salvarse del pecado original, fue salvada de el por un acto gratuito de Dios:
recordándonos así nuestra necesidad de la acción de la gracia de Dios para
salvarnos del pecado y restaurarnos a su amistad.
Pero
recordarnos nuestra necesidad de un Salvador es solo la primera razón por la
que la Inmaculada Concepción ocupa un lugar tan importante en nuestras vidas
como cristianos católicos y en nuestra liturgia: también hay una segunda razón.
Verá, la Inmaculada Concepción también nos recuerda que el Salvador no nos
obligará a ser salvos. Déjame explicar. Como ya mencioné, no podemos
reconciliarnos con Dios sin la gracia de Dios, por eso Dios tomó la iniciativa
de enviarnos un Salvador. Pero Dios nos deja libres para recibir o rechazar a
ese Salvador. En otras palabras, Él nos deja en nuestras manos aceptar y
cooperar con Su gracia salvadora, o seguir nuestro propio camino: es decir,
seguir flotando en el olvido de la separación de Él. Por eso leemos el pasaje
evangélico de la Anunciación, la historia de la concepción de Jesús, el día en
que celebramos la concepción de María, su madre.
Dios
le dio a María todo lo que necesitaba para cumplir su misión, llenándola de
gracia desde el primer momento de su vida, pero aún le tocaba a ella responder
libremente y generosamente a la invitación del ángel. Podría haber rechazado la
acción de Dios en su vida. Podría haberle dicho a ese ángel que prefería sus
propios planes, que la voluntad de Dios para ella era irrazonable, demasiado
exigente o demasiado incómoda. Pero Maria no hizo eso. Más bien, María confió
en Dios. Ella entendió que la voluntad de Dios siempre fluye de su amor; y así,
en su amorosa confianza en Dios, reforzada por la gracia con la que fue llena
desde el mismo momento de su concepción, pronunció voluntariamente las palabras
más perfectas en el momento más perfecto: "cúmplase en mí lo que me has dicho."
Hermanos
y hermanas, el Adviento es la temporada en la que dejamos que nuestras almas se
fortalezcan con estas verdades: que Dios, de hecho, se ha acercado a nosotros
para restaurarnos su amistad y que el llamado de Dios para nosotros es confiar
en Él y obedecer Su voluntad para que esta restauración pudiera realizarse.
Dios nos pide algo hoy a cada uno de nosotros. Quizás nos está invitando a
darle algo, o hacer algo, o renunciar a algo. Nuestra tarea es escuchar, como
María escuchó, la voz de la Verdad que nos habla y responder, como María
respondió, con amor y confianza.
Mis
hermanos y hermanas, la gracia de Dios está disponible a nosotros en abundancia
en esta Sagrada Eucaristía; y así, cuando recibamos Su gracia por recibir la
Sagrada Comunión hoy, así como María recibió Su gracia en su Inmaculada
Concepción, hagamos eco con valentía su oración en nuestros corazones: "cúmplase
en mí lo que me has dicho", y así nos preparamos para recibir la plenitud
de Su gracia cuando Él regrese para llamarnos a todos a casa con Él al final de
los tiempos.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 8 de diciembre, 2020
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