En su definición más básica, una
epifanía es “un momento de comprensión o revelación repentina”. En otras
palabras, es ese momento que te hace detenerte y decir “¡ah, ya lo entiendo!”.
Esto suele ocurrir después de haber estado pensando mucho sobre algo: un
problema de matemáticas que parece no funcionar, la palabra que falta en un
crucigrama, ese fallo en tu sistema en el trabajo que no puedes identificar con
exactitud o cómo vas a llevar a tus hijos a tres lugares diferentes al mismo
tiempo con un solo carro. Ya sea grande o pequeña, una epifanía es un momento
en el que rompes la barrera de lo desconocido para encontrar la respuesta que
estabas buscando.
Como se puede ver, una epifanía
requiere un poco de trabajo previo. No es una epifanía mirar hacia abajo en la banqueta
y encontrar un billete de cinco dólares. Buena suerte, sí, pero una epifanía,
no. Una epifanía, más bien, requiere una inmersión profunda en el tema—una
búsqueda, un anhelo de una respuesta—de modo que la comprensión de la respuesta
se conozca de inmediato. Por ejemplo, cuando Sir Isaac Newton descubrió la ley
de la gravedad, ya había pasado muchos años como matemático y físico. Así,
cuando vio la manzana caer del árbol (o, como cuenta la leyenda, cuando la
manzana cayó sobre su cabeza mientras dormía bajo el árbol), ya tenía un marco
de referencia para darle sentido. Era algo nuevo, sin duda, pero nació de
muchos años de intenso estudio.
Parece que estas nuevas ideas siempre
llevan a quienes las reciben en una nueva dirección. Sir Isaac Newton pudo
avanzar y expandir su estudio de la física de una manera nueva debido a su idea
de la fuerza de la gravedad. Un ejemplo un poco más cercano: la idea de que uno
podría encontrar mayor libertad, seguridad y prosperidad aquí en este país ha
llevado a millones de personas a tomar una nueva dirección para sus vidas. Y
así vemos que una epifanía no es sólo “un momento de comprensión o revelación
repentina”, sino también que esta revelación es una que lleva a quien la recibe
en una nueva dirección. ///
Sin embargo, esta palabra “epifanía”
también se utiliza para describir una “manifestación de un ser divino o algo sobrenatural”.
Combinando estas dos definiciones podríamos decir que una epifanía es una
revelación de algo (o alguien) previamente desconocido que proporciona una
nueva perspectiva y, por lo tanto, lleva a quienes la conocen hacia una nueva
dirección.
Los tiempos de Adviento y Navidad están
llenos de epifanías que están registradas para nosotros en las Escrituras.
Primero, en Adviento, recordamos la epifanía del ángel Gabriel a María, de que
Dios se manifestaría en su vientre. Cuando María recibió esta manifestación de
Dios, su vida definitivamente se encaminaría hacia una nueva dirección. José,
también, cuando en un sueño recibió la epifanía del ángel, tuvo que encaminarse
hacia una nueva dirección. La prima de María, Isabel, y su esposo Zacarías
también enfrentaron una nueva dirección para sus vidas cuando un ángel les
anunció el nacimiento de un hijo: un hijo que iría antes del Mesías venidero
para preparar su camino.
Ahora, en Navidad, hemos estado
recordando la epifanía de los ángeles a los pastores en la noche del nacimiento
de Cristo y cómo los movió a dejar los campos y sus rebaños para buscar al rey
recién nacido. Hemos estado recordando también la epifanía de Simeón y Ana en
el templo cuando María y José trajeron a Jesús para ser presentado al octavo
día después de su nacimiento y cómo los movió a reconocer el cumplimiento de
todas las promesas de Dios. Y, el próximo domingo, recordaremos la epifanía de
Jesús como el Hijo de Dios en su bautismo por Juan en el río Jordán y cómo
comenzaría la nueva dirección del ministerio público para él y la nueva
dirección de un retiro del ministerio público para Juan. En cada uno de estos
momentos, vemos personas que buscaban una idea o una revelación que luego
fueron impulsadas hacia una nueva dirección en sus vidas una vez que la
recibieron.
Hoy nos centramos en la epifanía de los
magos—la manifestación del Dios de Israel a los “magos del oriente”—y leemos
cómo los movió en una “nueva dirección”; y vemos un gran contraste en esta
historia de hoy entre el rey Herodes y la élite religiosa de los judíos y estos
magos del oriente.
Me parece sumamente revelador que, en
la historia que hemos narrado del Evangelio de Mateo, los “magos” noten una
gran estrella que había aparecido en el cielo—una estrella lo suficientemente
brillante como para ser notada y que permaneció allí lo suficiente como para
que ellos viajaran un largo trecho desde el oriente hasta Jerusalén para
encontrarla—pero que el rey Herodes y los sumos sacerdotes y los escribas del
pueblo no parecen haberla visto. Los magos buscaban una señal y así
respondieron cuando “vieron surgir su estrella”. El rey Herodes, por el
contrario, estaba más preocupado por conservar y aprovechar su poder; y por
eso, aunque esta nueva luz apareció en el cielo, la epifanía no le fue
concedida. /// Y así vemos una vez más que una epifanía se recibe solo cuando
primero estamos buscando algo. ///
Hermanos y hermanas, la verdad es que
Dios quiere que cada uno de nosotros tenga una epifanía. Dios envió a su Hijo a
nacer como ser humano no sólo para salvarnos de nuestros pecados muriendo en la
cruz y resucitando de entre los muertos, sino también para manifestarse a sus
criaturas más queridas y hacer posible así una relación profunda y personal con
él: una relación que nos lleve hacia una dirección nueva y positiva.
Pero para recibir esto, tenemos que ser
como Isaac Newton y los magos: tenemos que estar buscándolo. En otras palabras,
tenemos que sumergirnos en las cosas que nos prepararán para la epifanía que
Dios quiere darnos: en la oración, en la que buscamos conectarnos con Dios, y
en el estudio de las Escrituras, en el que llegamos a conocer a Dios y su
manera de manifestarse a los demás. Luego esperamos pacientemente la
manifestación de Dios. Los magos no llenaron sus vidas con otras distracciones
porque las estrellas aún no les habían revelado nada, ni Isaac Newton renunció
a estudiar física porque no había descubierto nada nuevo. Más bien, esperaron
pacientemente, buscando las señales que les revelarían algo nuevo.
Y lo mismo ocurre con nosotros.
Independientemente de dónde nos encontremos en nuestra relación con Dios, Dios
todavía quiere revelarse de nuevas maneras a cada uno de nosotros. Y quiere
llevarnos en nuevas direcciones que nos acerquen más a él y a la felicidad de
la vida eterna. Así que, ¿por qué no hacer una resolución para este nuevo año
de buscar la epifanía de Dios en tu vida, de estar listo para sorprenderte por
cómo Dios se revela a ti y luego avanzar en una dirección nueva y positiva,
para crecer en santidad y felicidad en 2025? Haz un plan sencillo para orar y
pasar tiempo con las Escrituras cada día (y, padres y padrinos, para orar y
compartir las Escrituras con tus hijos y ahijados); y tratar de entender la
Misa más profundamente para poder participar en ella más plenamente: porque en
la Misa encontramos a Jesucristo mismo en la reunión de los fieles, en el
sacerdote, en la Palabra proclamada y en el sacrificio que recibimos de este
altar.
Hermanos y hermanas, la epifanía es un
don de Dios para nosotros, pero es un don que requiere un trabajo previo por
nuestra parte. Movámonos, pues, como los magos cuando vieron surgir su estrella
y busquemos dónde se le puede encontrar. Y dejémosle que nos lleve hacia nuevas
direcciones de discipulado (es decir, de acción positiva en el mundo) y así nos
acerquemos a la felicidad eterna que nos promete: la felicidad a la que nos
acercamos cada vez que celebramos esta Sagrada Eucaristía.
Dado en la parroquia de
San Jose: Rochester, IN – 5 de enero, 2025
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