Homilía: 17º Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B
Hermanos, esta semana nos apartamos del
Evangelio de Marcos por unas semanas y retomamos el Evangelio de Juan. Lo
hacemos por dos razones: 1) porque el Evangelio de Marcos es el más corto de
los Evangelios y por eso es difícil llenar las 34 semanas del Tiempo Ordinario
con lecturas de su evangelio sin repetir ninguna parte; y 2) para que podamos
escuchar el capítulo seis del Evangelio de Juan, conocido como el discurso del
“Pan de Vida”. Este año, mientras continuamos nuestro Avivamiento Eucarístico
Nacional, debemos prestar aún más atención a este pasaje del Evangelio, ya que
nos recuerda y nos invita a profundizar nuestra devoción a la verdad de que
Jesús, el Hijo de Dios, está verdaderamente presente entre nosotros en la
celebración de la Eucaristía y en las especies del Santísimo Sacramento.
Este pasaje comienza con el relato de
la multiplicación de los panes y los peces (también conocida como la
“alimentación de los cinco mil”). Este pasaje nos resulta muy familiar porque
se relata en cada uno de los cuatro evangelios. En el contexto de nuestro Avivamiento
Eucarístico, sin duda deberíamos escuchar esta historia con un sentido
“eucarístico”: que la alimentación de la multitud con lo que parecía ser muy
poco alimento es una señal que apunta a la Eucaristía, que se multiplica para
alimentar a los fieles en todo el mundo. Esta es una interpretación duradera de
la señal que realizó Jesús. También me gustaría invitarnos a considerar algo
que podría mejorar y profundizar nuestra comprensión de esta señal. Así que,
echémosle un vistazo.
Casi al comienzo de este pasaje, cuando
Juan está describiendo la escena, señala la época del año en que se encontraba.
Dice: “Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos”. Creo que esto es
significativo porque tanto la señal que realiza Jesús como la enseñanza que le
sigue tienen como objetivo recontextualizar el ministerio del Mesías para los
judíos. Permítanme explicarlo.
La fiesta judía de la Pascua es la
fiesta de la liberación. Recordamos del libro del Éxodo que la Pascua se
celebró por primera vez cuando el pueblo hebreo estaba esclavizado en Egipto y
Moisés había sido llamado para sacar a este pueblo de la esclavitud y regresar
a la tierra de sus antepasados. El Faraón, el rey de Egipto, se negó a dejarlos
ir y entonces Dios envió una serie de plagas (o aflicciones) sobre los egipcios
para demostrar su poder. Después de nueve de estas aflicciones, el Faraón
permaneció obstinado y se negó a liberar al pueblo hebreo. La última aflicción
sería la muerte del primogénito de cada familia y de todo el ganado de Egipto.
El sacrificio y la cena de Pascua fueron establecidos para separar al pueblo
hebreo de los egipcios y salvarlos de esta última aflicción. Una vez que esta
aflicción descendió sobre el pueblo, el Faraón rápidamente cedió y expulsó al
pueblo hebreo de Egipto para evitar cualquier otra aflicción. De esta manera,
el sacrificio y la cena de Pascua fueron establecidos como la fiesta de la
liberación de la esclavitud hacia la libertad y la nueva vida.
En el tiempo del ministerio de Jesús en
la tierra, los antepasados de aquellos antiguos hebreos, los judíos,
esperaban un Mesías que sería un gran rey, como el rey David, que destruiría a
todos sus enemigos y los establecería como una nación orgullosa y real una vez
más. Sin embargo, Jesús vino en carne humana, no para restablecer un reino
terrenal, que sería el más dominante y prominente en la tierra, sino más bien
para establecer una nueva fiesta de liberación, una nueva Pascua, que liberaría
a todas las personas, no de los poderes y dominaciones mundanos, sino de los
poderes espirituales del pecado y la muerte, causado por el pecado.
Por lo tanto, Jesús realiza esta señal
de la multiplicación de los panes y los peces mientras “estaba cerca la Pascua,
festividad de los judíos” para que, mientras se prepara para enseñar esta
enseñanza fundamental sobre la salvación, es decir, que uno debe comer su carne
y beber su sangre para tener vida eterna, pudiera verse en el contexto del
sacrificio y la comida de Pascua: el sacrificio y la comida que llevaron a la
liberación del pueblo elegido de Dios de la esclavitud y a una nueva vida. ¿Esto
se hace sentido? Lo diré nuevamente: Jesús realiza esta señal y da esta
enseñanza en ese momento específico del año (es decir, cerca de la Pascua) para
mostrar que lo que ofrecerá será una nueva fiesta de liberación: un sacrificio
y una comida que llevará a quienes participen en ella a pasar de la muerte a
una nueva vida. ¿Pueden ver ahora por qué la Iglesia quiere estar segura de que
escuchemos este pasaje? ¡Es uno de los más importantes de los Evangelios!
Con todo esto en mente, podemos
entonces echar otra mirada al milagro de la multiplicación que Jesús realizó.
Como dije al principio, ciertamente debemos ver esta multiplicación milagrosa
como un símbolo de la Eucaristía: Dios tomando lo que parece ser insuficiente (sencillo
pan y vino) y multiplicándolo para dar vida a la multitud (la vida de Cristo,
transformándola en su Cuerpo y Sangre). En otras palabras, que este milagro es
una prefiguración de la comida eucarística que todos compartimos. En las
próximas semanas, a medida que sigamos leyendo este pasaje, veremos que hay
algo que falta en esta señal que impide que sea una “nueva fiesta de
liberación”. De hecho, Jesús lo nombrará mientras continúa con su enseñanza:
diciendo que la gente venía a él porque Jesús les dio “comida gratis”. La pieza
que falta es el sacrificio.
Como dije acerca de la fiesta judía de
la Pascua, era a la vez un sacrificio y una comida. Para que la “nueva fiesta
de liberación” de Jesús sea la misma, tiene que ser más que una comida: también
tiene que ser un sacrificio. En la primera Pascua, el sacrificio fue un cordero
sin defecto. En la nueva Pascua, Jesús es el Cordero sin defecto que será
sacrificado en la cruz. Este sacrificio es lo que hace posible la comida de la
que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Jesús que nos libera del pecado y de la
muerte y nos libera para entrar en la vida perfecta y eterna de felicidad en el
cielo. Como veremos, los judíos malinterpretarán esto porque piensan que el
Mesías será un poderoso rey terrenal, en lugar de un cordero sacrificial que
hará posible la verdadera liberación de la humanidad. Estamos invitados a
centrarnos nuevamente en esta verdad y reflexionar sobre ella durante las
próximas semanas, para renovar nuestra devoción a esta verdad central de
nuestra fe y guiar a otros a esta fe salvadora.
Hermanos, no es casualidad que nuestro Avivamiento
Eucarístico Nacional se haya ido desarrollando durante estos últimos años a medida
que nos acercábamos a estas lecturas fundamentales, y no es casualidad que el
Congreso Eucarístico Nacional concluyera el domingo pasado. Estos se han
planificado para señalar las verdades que se nos revelan en este pasaje del
Evangelio de Juan, para que podamos renovar nuestra devoción e inspirarnos para
dar testimonio de esta verdad en nuestras vidas. Abracemos, pues, con valentía
estas semanas y permitamos que el Espíritu de Dios inflame nuestros corazones
con amor por Jesús en la Eucaristía una vez más: para que podamos ser sus
fervientes testigos ahora y recibir la plenitud de su recompensa en el cielo.
Dado en la parroquia de
San Jose: Rochester, IN – 28 de julio, 2024
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