Sunday, December 17, 2023

El jubileo que estamos llamados a realizar

 Homilía: 3º de Adviento – Ciclo B

Mientras atravesábamos este tiempo de Adviento, hablamos mucho sobre la preparación: sobre la búsqueda de Cristo nuestro Rey y sobre la preparación para su venida. La semana pasada, Juan el Bautista nos recordó que esta preparación es principalmente de nosotros mismos: de mirar nuestras vidas y hacernos la pregunta: "¿Estoy viviendo como un discípulo de Jesús?"

Hoy venimos y nuestra liturgia nos dice que ¡Alégrate! No "Prepárate", sino "Alégrate". ¿Y por qué? En primer lugar, la liturgia nos llama a alegrarnos como un llamado a hacer una pausa y recordar la plenitud de lo que celebramos, incluso mientras hacemos el trabajo de preparación. La plenitud de lo que celebramos es eso: que Cristo HA VENIDO, que ESTÁ CON NOSOTROS, y QUE VIENE OTRA VEZ. En otras palabras, es un recordatorio de que se ha ganado la victoria sobre el pecado y la muerte, aunque aún no se ha revelado la experiencia completa de esa victoria de Cristo.

La profecía que leemos hoy del libro de Isaías nos ayuda a comprender exactamente lo que esto significa. En la lectura, Isaías se proclama a sí mismo "ungido" por el Espíritu de Dios para "pregonar el año de gracia del Señor". Este "año de gracia" es una referencia a lo que se conoció como el "año jubilar". Esta es una idea arraigada en las leyes sacerdotales registradas para nosotros en el libro de Levítico. De acuerdo con la ley judía, cada siete años era un año de "sábado": un año en el que no cultivaban, pero le daban a la tierra un año de descanso. Cada séptima vez que se observaba el sábado de siete años (es decir, cada 49 años), se observaba un “año de jubileo” en el que no solo la tierra permanecía en barbecho durante el año, sino que ocurrían varias otras cosas. En el año del jubileo, todas las deudas serían perdonadas, la tierra que se había perdido como pago de deudas se devolvería a su propietario original, y los encarcelados por deudas (ya sea encarcelados o como esclavos) serían liberados.

Aunque no está claro si los judíos antiguos alguna vez observaron plenamente el año jubilar, la idea se convirtió en una poderosa metáfora de la emancipación. Declarar “un año de gracia del Señor” era declarar el advenimiento de una nueva era, un tiempo de liberación para los que sufren y están en desventaja. El jubileo fue para recordarle a la gente que una vez habían sido esclavos y que Dios los había liberado. Por eso, cuando Isaías fue inspirado para hacer esta proclamación, se llenó de gozo.

En la lectura del profeta Isaías que leímos la semana pasada, lo escuchamos declarar un mensaje de consuelo para su pueblo. En esa situación, el ejército asirio había oprimido a los judíos del reino sureño de Judá durante mucho tiempo y la gente se sentía abandonada. Sin embargo, los asirios se retiraron y los judíos se sintieron emancipados una vez más. Esta emancipación y la promesa del regreso de Dios a ellos, ahora es seguida por la proclamación de "un año de gracia del Señor": un "año de jubileo" para enfatizar que el favor de Dios había vuelto a su pueblo. En cierto modo, esto es lo que hacemos cada Adviento: declaramos “un año de gracia del Señor” y nos dedicamos a vivir este “jubileo” en preparación para la segunda venida de Jesús. ///

En nuestra lectura del Evangelio, escuchamos de nuevo sobre Juan el Bautista: esta vez el relato de cómo la gente trató de entender quién era Juan y cuál era su mensaje. Descubrimos que él también es un profeta que declara un "jubileo" del Señor. Él mismo elude la definición, pero sin embargo escucha un mensaje de emancipación de Dios cuando se declara a sí mismo como "la voz que grita en el desierto: ‘enderecen el camino del Señor’". Este es el mensaje de consuelo que Isaías declaró al comienzo de la lectura de la semana pasada y Juan lo aplica aquí con el mismo efecto: el Señor viene para emanciparnos y marcar el comienzo del último "jubileo", la redención final de la humanidad. Este también es nuestro mensaje de Adviento lleno de gozo: el que vendrá regresará pronto, marcando el comienzo de la plenitud del "jubileo" que ganó a través de su pasión, muerte y resurrección para aquellos que le han sido fieles.

Nuestra Señora de Guadalupe, a quien honrábamos tan festivamente esta semana pasada, es una mensajera como Isaías y Juan, pero más grande que ambos. Se alegró al declarar el favor del Señor sobre la tierra de México, como se alegró cuando visitó a su prima Isabel y cantó su cántico de alabanza: el que hoy recordamos en el Responsorial. Su aparición y proclamación—y poniendo su imagen en la tilma de Juan Diego—llevaron a la conversión de casi todo México y al fin de los sacrificios humanos de los aztecas. Este fue un signo de la "liberación" que trajo el año jubilar. Los que celebramos su fiesta debemos estar preparados para continuar su declaración en un mundo que obviamente ha vuelto a caer en formas paganas. Debemos declarar “un año de gracia del Señor” y trabajar para lograrlo: llevando a todos a la Virgen para que ella les muestre a su Hijo. Como alguien que creció en este país, yo puedo decirles que necesitamos su testimonio, tan impregnado de devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, para volver a evangelizar esta tierra y prepararnos para el regreso del Señor.

Y entonces, ¿cómo empezamos? Bueno, la fórmula es muy sencilla y san Pablo nos la da en nuestra lectura de la carta a los Tesalonicenses: alegrase, oren, y den gracias. Hermanos míos, estas tres cosas son el fundamento del trabajo de preparación para el gran jubileo de la segunda venida de Jesús. Cuando estamos llenos de gozo en este mundo de sufrimiento y conflicto, declaramos que ya somos beneficiarios del jubileo: liberados de nuestra deuda con Dios y restaurados a nuestra herencia original. Cuando oramos, permanecemos conectados con Aquel que nos salva y nos fortalece. Cuando damos gracias, recordamos y reconocemos de quién provienen todas estas cosas buenas y, por lo tanto, permanecemos humildes y dispuestos a servir.

Con este fundamento, nos volvemos luego a proclamar la venida de Cristo, como hizo Juan el Bautista, y a llevarlo a los demás, como hizo Nuestra Señora. Hacemos esto con nuestras palabras, por supuesto, pero también con nuestras acciones. Cuando hacemos las obras de misericordia, estamos "liberando" del sufrimiento a quienes están ligados a él y así declaramos con nuestras acciones "un año de gracia del Señor". Mis hermanos y hermanas, ¡esta es la preparación adecuada para la celebración de la Navidad!

Por tanto, confiando en la ayuda de Nuestra Señora, emprendamos esta buena obra: no solo declarando el jubileo del Señor (que viene y ya está aquí), sino también haciéndolo realidad con nuestras buenas obras hechas con alegría, ambas con oración y acción de gracias… lo mejor que ofrecemos aquí en esta eucaristía.

Dado en la parroquia de San Jose: Rochester, IN – 17 de diciembre, 2023

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