Homilía: 29º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C
Ser misionero es difícil. Supongo que
la mayoría de ustedes aquí estarían de acuerdo con esa afirmación. Pensemos por
un momento en la vida de un misionero: él o ella es enviado a una tierra
extranjera—es decir, un lugar desconocido—donde es probable que las personas
que viven allí no hablen el mismo idioma que él o ella; probablemente también
tengan prácticas culturales bastante singulares y vivan según algunas normas
morales que le resultan extrañas, posiblemente incluso ofensivas. Sin embargo,
en medio de todo esto, el misionero tiene que encontrar maneras de comunicar el
mensaje del Evangelio a las personas a las que ha sido enviado. Al hacerlo,
probablemente se enfrentará a una amplia gama de reacciones: desde los extremos
de aceptación total y rechazo firme (¡incluso, posiblemente, hasta el punto de
ser ejecutado!) e incluyendo todos los matices de apatía que surgen entre. Sí,
la vida de un misionero puede ser muy difícil.
Y debería saberlo. He sido uno durante
los últimos once años. Si un misionero es alguien que ha sido enviado a
comunicar el mensaje del Evangelio, entonces creo que califico como misionero.
En julio de 2012 me enviaron entre esta diócesis para continuar la obra de
llevar las Buenas Nuevas de Jesucristo in parte a la gente que habla español en
esta diócesis. Tenía que aprender un idioma diferente. También descubrí que
había prácticas culturales singulares entre ustedes y que había ciertas normas
morales a las que tendría que acostumbrarme. A través de todas estas cosas, he
tenido que ajustarme, adaptarme, y continuar encontrando maneras de
comunicarles la Buena Nueva de Jesucristo a ustedes, la buena gente de la
comunidad hispana de esta diócesis, mientras experimentaba toda la gama de
reacciones: principalmente aceptación (gracias a Dios) pero con algo de rechazo
y muchos matices diferentes de apatía mezclados.
Quizás no solemos pensar en él de esta
manera, pero Jesús también fue un misionero. Solo piénsalo por un momento.
Desde toda la eternidad el Hijo de Dios habitó en perfecta comunión con el
Padre y el Espíritu Santo. Participó en la creación del universo. Y, cuando la
creación más grande de Dios—el hombre—usó su propia voluntad para separarse de
Dios, el Hijo de Dios aceptó la misión de salir del Padre y del Espíritu Santo
para asumir la naturaleza humana y así completar la obra de redimir al hombre
del pecado que lo separó de Dios. Al hacerlo, Jesús—la persona divina en la
naturaleza humana—tuvo que ajustarse, adaptarse, y constantemente buscar maneras
de comunicar la Buena Nueva de que finalmente había llegado el momento de la
redención. Al hacerlo, Jesús también experimentó toda la gama de reacciones:
fue a la vez aceptado con entusiasmo y opuesto ferozmente, incluidos todos los
matices de apatía que se encuentran en el medio.
Sin embargo, imagino que la mayoría de
ustedes aquí no se consideran misioneros. No, todos ustedes son madres y
padres, esposos y esposas, médicos, enfermeras, maestros, trabajadores,
agricultores, amas de casa, socorristas, etc., etc. No, no son misioneros,
porque no han sido enviado a algún lugar desconocido para comunicar la Buena
Nueva de Jesucristo. Me imagino que los fariseos (y sus discípulos), e incluso
los herodianos (que eran leales al rey Herodes), probablemente pensaron lo
mismo. Cada uno de estos grupos estaba más preocupado por mantener el statu quo
de acuerdo con sus principios y por eso cada uno fue desafiado por las
enseñanzas y las obras de Jesús. Sin embargo, todos ellos eran judíos, por lo
que la reacción de Jesús hacia ellos fue un intento de despertarlos a la misión
que habían estado descuidando. “Todos ustedes son el pueblo elegido de Dios”,
parece decir Jesús, “llamados a esperar al Mesías, sí, pero llamados, no
obstante, a una misión de proclamar a los pueblos del mundo–desde dondequiera
que están–la Buena Nueva que Yahvé, el Dios de Israel, es soberano sobre el
mundo entero; y, por tanto, que a ellos también les espera la salvación”. En
otras palabras, los fariseos y los herodianos quedaron demasiado atrapados en
cuestiones que eran totalmente de este mundo (por ejemplo, si debían pagar los
impuestos al César). Por lo tanto, el objetivo de la declaración de Jesús: “Den,
pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” era decirles:
“Aunque deben estar en el mundo, no sean del mundo. Más bien, sean de la obra
de Dios mientras estén en el mundo”.
Este, por supuesto, es el mensaje que
también nos llega a nosotros. Sí, somos todas esas cosas mencionadas
anteriormente con las que nos identificamos. Pero, sobre todo, somos
misioneros: es decir, aquellos llamados a comunicar la Buena Nueva de
Jesucristo y a hacer conocer y realizar
la soberanía de Dios en el mundo. Miran, está aquí en la Liturgia, ¿no? Al
final de la Misa, el sacerdote dice (entre otras opciones) “Vayan y anuncien el
Evangelio del Señor”. ¡Es un mandato misionero! Y si hemos experimentado el
gozo del Evangelio, entonces este debería ser un mandato bienvenido a recibir;
porque a ninguno de nosotros le resulta difícil compartir las alegrías de
nuestra vida, ¿verdad? Por ejemplo, no tenemos ningún problema en mostrar
fotografías de nuestros hijos y nietos, porque sentimos tanta alegría de que
sean, en cierto modo, nuestros. Así es como debemos ser al compartir el
Evangelio. Entonces, si esta alegría de compartir el Evangelio no está en ti, busca
a alguien que la tenga y aférrate a él o ella hasta que tú también la sientas.
Entonces estarás listo (y lleno de energía) para cumplir la misión que te ha
sido encomendada.
Mis hermanos y hermanas, este es el
mensaje del Domingo Mundial de las Misiones: que todos juntos estamos llamados
a llevar la Buena Nueva de Jesucristo al mundo, dondequiera que nos
encontremos. Debido a esto, también estamos llamados a apoyarnos unos a otros
en la misión con nuestras oraciones y nuestros sacrificios materiales, ya sea
aquí en nuestros esfuerzos de evangelización en nuestro pastorado como parte de
Unidos en el Corazón, o en los esfuerzos que se están realizando en muchos lugares
distantes, como Mongolia. Entonces, volvamos a comprometernos con esta “misión
de Dios”—es decir, llevar la alegría del Evangelio a todos los que nos rodean—para
que pronto se haga realidad el amoroso plan de salvación universal de Dios.
Dado en la parroquia de
San Jose: Rochester, IN – 22 de octubre, 2023
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