Homilía: 33º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo B
En agosto de 2010, treinta y tres
hombres se encontraron atrapados en una mina en el centro-norte de Chile
después de que un accidente colapsara el pozo de la mina que era su única
salida a la superficie. Durante los primeros diecisiete días, todos en la superficie
habían asumido que estos hombres habían muerto en el accidente (o, si no
hubieran muerto, que pronto morirían de hambre). Para aquellos de nosotros que
recordamos la historia, saben que se descubrió que estos hombres no murieron en
el accidente, sino que estaban vivos y sanos. Durante los siguientes cincuenta
y dos días, estos hombres recibieron alimentos y bebidas mientras el gobierno
chileno coordinaba un esfuerzo extraordinario para rescatar a los hombres, lo
que lograron el 13 de octubre de ese año.
Uno de los hombres, Mario Gómez, al
pisar la superficie después de su rescate, dijo: “Nunca perdí la fe en que nos
encontrarían”. Durante diecisiete días estos hombres vivieron enfrentados a la
oscura realidad de que pronto morirían. Sin embargo, este hombre, y muchos de
los que estaban con él, estaban convencidos de que serían rescatados. Para
ellos, al parecer, la promesa de Protección Divina fue más fuerte que la
apariencia desesperada de la situación.
A medida que nos acercamos al final del
Año Litúrgico, nos enfrentamos a lecturas que abordan realidades aparentemente
oscuras sobre las pruebas y tribulaciones que ocurrirán cuando se acerque el
fin de los tiempos. El profeta Daniel afirma que será “un tiempo de angustia,
como no lo hubo desde el principio del mundo” y en la lectura del Evangelio
Jesús nos dice que “la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del
cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá". Estas serán
señales, dice Jesús, de que se acerca su regreso para juzgar el cielo y la
tierra.
En estos últimos años, muchos hombres y
mujeres han tomado en serio las palabras de Cristo y han interpretado las
tribulaciones actuales que azotan a la humanidad: la violencia cada vez mayor
entre pueblos y naciones en todo el mundo, la plaga de la pobreza y la
enfermedad (especialmente la pandemia), y el aparente egoísmo desenfrenado de
las sociedades ricas, como señales de que los días finales descritos por Jesús
y los profetas están sobre nosotros. Y, en cierto modo, todos tienen razón.
Durante casi dos mil años hemos estado viviendo en los últimos días. Por eso
San Pablo nos dice que debemos "vivir como si no tuviéramos las cosas que
tenemos", para estar preparados para dejarlo todo atrás con alegría cuando
Cristo regrese. Entonces, cuando Jesús habla de esta tribulación final, ¿está
hablando de algo que sucederá en el futuro lejano, o está hablando de algo que
podría sucedernos hoy? La respuesta es, por supuesto, sí."
En un sentido, Jesús está hablando del
drama que se desarrollará en su segunda venida. Será una época de tribulación
insuperable, como la que (estoy seguro que puede imaginar) ocurriría si esos
elementos permanentes en nuestra vida diaria—es decir, las luces en los cielos—de
repente se convirtieran en oscuridad. En otro sentido, sin embargo, también
está hablando de las tinieblas que encontramos en nuestra vida diaria: como un
diagnóstico de cáncer, la pérdida de un trabajo o un trágico accidente o evento
que le quita la vida a un ser querido. Para la mayoría de nosotros, estas son
tribulaciones profundas que nos parecen como si el sol y la luna se hubieran
oscurecido por completo. Y, para la mayoría de nosotros, nos dejan con la pregunta
de por qué Dios nos permitiría sufrir esta oscuridad si se supone que somos
"hijos de la luz". Creo que, si miramos lo que Jesús dijo, y lo que Jesús no dijo, podríamos
encontrar una respuesta.
Jesús dijo: "Podrán dejar de
existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse".
Lo que está diciendo es que sus promesas son eternas: que incluso aquellas
cosas que parecen ser eternas, como los cielos y la tierra, no son tan eternas
como sus palabras. Lo que Jesús no dijo fue: "Mis palabras quitarán su
oscuridad". En otras palabras, no prometió que no habría oscuridad—es
decir, que no habría sufrimiento. Más bien, prometió que ninguna cantidad de
sufrimiento puede borrar la verdad de sus palabras—es decir, sus promesas—a
nosotros. Con mucha frecuencia, creo, queremos al Jesús que va a solucionar
todos nuestros problemas, en lugar de reconocer al Jesús que sufre con nosotros
a través de todas nuestras pruebas y que promete alivio a todos los que
permanecen fieles a través de ellas.
Mis hermanos y hermanas, ser fiel
implica mucho más que palabras: exige acciones. Y actuar fielmente—es decir,
actuar de una manera que demuestre la fidelidad de uno—requiere que haya
oportunidades para actuar sin fidelidad. Dios nos permite experimentar pruebas
para darnos la oportunidad de ejercitar nuestra fidelidad a él. Si bien es
cierto que mantenemos nuestra fe aquí, en nuestros corazones, también es cierto
que actuamos nuestra fe desde aquí, nuestra cabeza. Si estamos tratando de actuar
nuestra fe desde aquí (nuestros corazones), estamos en problemas, porque no
sucede nada aquí que sea eterno: solo emociones que nos mueven en un sentido
hoy y en otro mañana. Nuestros actos de fe deben venir de aquí (nuestras
cabezas), porque es en nuestras cabezas que podemos trascender nuestro miedo a
las tinieblas y reconocer la verdad de las palabras de Cristo—que sus promesas
de protección divina van a cumplirse—ayudándonos así a elegir permanecer
fieles, a pesar del miedo causado por las angustiosas pruebas.
Mis hermanos y hermanas, no hay
tinieblas que puedan impedir que se escuche la voz de Cristo, ni ningún vacío
que esta vacío de su palabra. Y así, cuando el sufrimiento amenaza su fidelidad
y el miedo entra en su corazón, recuerda sus palabras y aférrese a ellas. Dile
a si mismo, como Mario y los otros mineros atrapados durante dos meses en la
oscuridad bajo tierra, "Aunque todo parece perdido, sé que él nos
rescatará". Y si todavía tiene dudas, busque una iglesia católica y camine
adentro: porque cuando vea esa lámpara o descubra que se está celebrando una
misa, entonces sabrá que las palabras de Cristo van a cumplirse: porque él
dijo: “Mira, estoy contigo hasta el fin del mundo".
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 13 de noviembre, 2021
Dado en la parroquia de
San Bernardo: Crawfordsville, IN – 14 de noviembre, 2021
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