Homilía: 1º Domingo de Adviento – Ciclo C
No sé de ustedes, pero estoy bastante
cansado. He estado en mis nuevos roles por poco más de un año y he descubierto
que todo el nuevo trabajo que he asumido, junto con el estrés que la pandemia
nos ha traído, y además del estrés emocional que las muertes repentinas de dos
de mis hermanos sacerdotes me han traído, ha sido mucho trabajo. Y lo digo en
un sentido científico muy literal: porque el trabajo es energía gastada a lo
largo del tiempo y sé que he gastado mucha energía durante largos períodos de
tiempo en el último año.
Sin embargo, supongo que es bastante
seguro decir que no soy el único que se siente así. Déjame preguntar, ¿cuántos
aquí tienen un nuevo bebé o nieto? ¿Cuántos de ustedes tienen más de un hijo o
nieto menor de 7 años que están cuidando en casa? ¿Cuántos de ustedes se han
mudado en algún momento de este año? ¿Cuántos han perdido o cambiado de
trabajo? ¿Y cuántos de ustedes trabajan y van a la escuela al mismo tiempo?
Todos ustedes, lo sé, también están lidiando con el estrés que la pandemia nos
ha traído además de cualquier otro estrés con la que puedan estar lidiando en
sus vidas. Incluso si no mencioné parte de su situación, sospecho que todos
nosotros podríamos identificar algunas cosas en nuestras vidas que nos están haciendo
gastar una gran cantidad de energía: ya sea solo para seguir el ritmo de
nuestras vidas o, tal vez, para lidiar con el estrés de hacer la transición a
algo nuevo en nuestras vidas. Independientemente de lo que sea, todos
probablemente podamos admitir que nos sentimos un poco desgastados por todo
esto: que también nosotros estamos cansados.
Como resultado, creo que muchos de
nosotros esperamos poder venir aquí y escuchar una palabra de consuelo. Quizás
hemos venido aquí con la esperanza de que la lectura del Evangelio del día sea
algo así como: "Bien hecho, siervo bueno y fiel, ven a compartir el gozo
de tu amo". En cambio, entramos en esta temporada de Adviento y somos
recibidos con una exhortación de San Pablo que dice: "¡El bien que ya has
estado haciendo, deberías hacer más!" Luego, además de eso, Cristo nos
dice que “estamos alertas en todo momento”, es decir, que no nos tomemos un
descanso. Y, como si eso no fuera suficiente, comienza esa declaración
diciendo: "¡Todo va a empeorar mucho antes de mejorar!" Por lo tanto,
cuando escuchamos la instrucción de Cristo: "Estén alerta, para que… las
preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente...", realmente no
parece tan útil. Y lo que nos damos cuenta es que nuestras mentes, de hecho, se
han entorpecidos.
Sin embargo, en muchos sentidos no
somos diferentes de los antiguos israelitas. Durante siglos, esperaron al
Mesías, el que Dios les había prometido que los redimiría y los liberaría de
todos sus opresores. Sin embargo, sus mentes se habían entorpecidos por la
espera mientras soportaban el exilio lejos de su tierra natal, y luego la
ocupación de su tierra natal por invasores extranjeros después de su regreso. Y
así, aunque Dios les había enviado profetas a lo largo de estos tiempos para
recordarles sus promesas—como el profeta Jeremías, de quien escuchamos en la
primera lectura de hoy—muchos de los israelitas todavía no veían en Jesús la
venida de Aquel a quien habían anhelado.
Quizás nos parezca que el regreso de Cristo también se retrasó
mucho. Y tal vez, por lo tanto, hemos permitido que nuestro enfoque se desvíe
de nuestro destino eterno, que nuestra anticipación de su venida se vuelva
embotada, y que nuestra disciplina en la oración y las buenas obras decaiga. En
otras palabras, quizás nosotros también hemos permitido que nuestras mentes se entorpezcan
por las ansiedades, las preocupaciones, y el estrés de nuestra vida diaria.
Parece que hemos perdido de vista la meta y, por tanto, nos sentimos un poco
perdidos. ///
Al final de cada año calendario, todos
evaluamos instintivamente dónde hemos estado durante todo el año. Para algunos,
este es un momento de gran ansiedad cuando miramos hacia atrás en lo que
deseamos lograr en el último año y vemos lo que queda por hacer. Para otros, el
estrés proviene de ver cómo, aunque se hicieron grandes esfuerzos, las
circunstancias significaron que había poco que mostrar. Aún para otros, es un
momento de desesperación cuando vemos que, por miedo o falta de confianza en
nosotros mismos, ha pasado un año más y no hemos hecho ningún movimiento para
mejorar una situación difícil en nuestras vidas.
Por eso la Iglesia, en su sabiduría,
guiada por el Espíritu Santo, nos regala este tiempo de Adviento al final del
año calendario. Ella sabe lo fácil que es empantanarse con el trabajo de la
vida diaria y por eso nos ofrece esta temporada como una "llamada de despertar"
y un recordatorio para nosotros de que la promesa de la segunda venida de Cristo—la
promesa de que hay algo aún más grande por venir—aún está ante nosotros. El
Adviento, por lo tanto, es la gran temporada del desapego: de dejar ir aquellas
cosas que nos atan a este mundo y sus ansiedades, no sea que seamos tomados
desprevenidos, acobardados por el temor después de los días de tribulación,
cuando Cristo vendrá. También es la temporada para recordar que nunca podremos
lograr nuestro cumplimiento solos: porque Cristo vino a nosotros
específicamente porque no podíamos efectuar nuestra salvación por nosotros
mismos. Más bien, necesitábamos la ayuda de Otro, que es Dios hecho hombre,
nacido en una cueva en las afueras de Jerusalén.
Hermanos y hermanas, nuestra fe
cristiana nos dice que hemos sido hechos para la grandeza y que nuestro trabajo
en esta vida es luchar por esa grandeza siempre. Sin embargo, también nos
recuerda que nuestra capacidad para alcanzar las alturas de esa grandeza es
limitada y que nunca podremos lograrla por nuestra cuenta. El Adviento es la
temporada en la que se nos recuerda que debemos regocijarnos de todos modos;
porque en Adviento—que literalmente traducido significa “la llegada”—recordamos
que Dios mismo ha venido, en nuestra naturaleza humana, para vencer nuestras
debilidades, y que Dios mismo vendrá de nuevo para cumplir su promesa de acabar
con nuestras ansiedades y para atraernos hacia él: el lugar de nuestro descanso
eterno.
Y entonces, mis hermanos y hermanas, si
sus mentes se han entorpecidos, entonces permitan que esta sea su llamada de
despertar. Porque nuestra esperanza, Jesucristo nuestro Salvador, venga—y ya ha
venido—para aliviarnos y llevarnos a casa.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 27 de noviembre, 2021
Dado en la parroquia de
San Jose: Delphi, IN – 28 de noviembre, 2021