Homilía: 26º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo B
Hermanos, a medida que continuamos
nuestro viaje por el Tiempo Ordinario, recordamos verdades importantes que nos
ayudan a mantenernos en el camino con nuestro Señor. Tras seis meses completos
de Cuaresma y Pascua, en los que nos enfocamos en reconocer nuestro pecado y
trabajamos hacia el arrepentimiento, este domingo la Iglesia nos recuerda que
el pecado todavía importa, incluso cuando no es Cuaresma.
En la segunda lectura de hoy, Santiago
lanza una severa advertencia a los ricos que se han aprovechado injustamente de
los menos afortunados que ellos. Él pone ante ellos sus pecados y profetiza que
las comodidades y los excesos que están disfrutando ahora Dios los ha permitido
para “engordar sus corazones” para la matanza venidera. Les advierte porque se
han vuelto complacientes en su pecado y porque Dios no pasará por alto sus
injusticias en el Día del Juicio.
En la lectura del Evangelio, Jesús es
tan deliberado y gráfico. Instruye a sus discípulos a estar atentos al pecado.
De hecho, otra forma de describir la enseñanza de Jesús usando nuestro lenguaje
más moderno sería decir que Jesús instruye a sus discípulos a ser intolerantes
con el pecado. Dios ha establecido una ley que debe ser obedecida y elegir en
contra de esa ley es elegir en contra de Dios mismo y resultará en la
separación eterna de Dios, que será la causa del sufrimiento eterno; y entonces
Jesús les dice a sus discípulos: “¡Sean intolerantes con el pecado! Si su mano
le hace pecar, ¡CORTALA! Si su ojo le hace pecar, ¡SACATELO! La falta hacerlo le
condenará a un lugar de sufrimiento eterno: muy parecido a estar en medio del
fuego insaciable del lugar de castigo".
Cuando Jesús dice "el lugar de castigo",
se está refiriendo a un lugar llamado "Gehena". "Gehena",
para aquellos de ustedes que no lo sepan, no es solo otro nombre para el
infierno. Gehena era un lugar real fuera de los muros de Jerusalén. Era un
valle en las afueras de la ciudad que había sido utilizado para sacrificios
humanos en los tiempos del Antiguo Testamento por los malvados gobernantes de
los israelitas que adoraban a los dioses paganos. Para la época de Cristo, el
valle se había convertido en un enorme incinerador público, en el que la basura
y los desperdicios, incluidos los cadáveres de animales y criminales, eran
arrojados y finalmente consumidos por un fuego que ardía constantemente.
Obviamente, este no era un lugar agradable para estar; y, habiéndolo visto, los
discípulos de Jesús sabían que este no era un lugar en el que les pudieran
imaginar viviendo por toda la eternidad. Estas imágenes extremas Jesús usa para
describir cuán intolerante debe ser uno con el pecado en su vida.
Bueno. Entonces la siguiente pregunta
es esta: "¿Hay un pecado en particular que nuestras lecturas destacan para
nosotros?" Sí, yo creo. Es el pecado de la envidia y el pecado asociado de
posesividad.
En la primera lectura, escuchamos la
historia de cómo Dios compartió el espíritu de profecía que le había dado a
Moisés con los setenta ancianos de las tribus de Israel. Esto fue pedido por
Dios para que Moisés no tuviera que soportar más la carga de la profecía solo.
Los seleccionados para ser "inaugurados" en este papel de profeta se
reunieron en la tienda de reunión para el ritual. Sin embargo, dos
permanecieron en el campamento. Aunque no estaban en la reunión de los ancianos
cuando se distribuyó el espíritu de profecía, de todos modos, recibieron el
espíritu y comenzaron a profetizar. Pensando esto mal, Josué le informa esto a
Moisés y lo insta a que deje de profetizar a estos dos ancianos. Moisés, sin
embargo, reprende a Josué, diciendo que sería feliz si a todos se les diera el
don de profecía.
Josué tenía envidia y era posesivo del
don de profecía. Quería quedárselo para él (o, en este caso, para su maestro,
Moisés). Moisés, sin embargo, no era envidioso ni posesivo. Se alegró de ver
que se compartía el regalo y deseaba que se compartiera aún más abiertamente.
De manera similar, en la lectura del
Evangelio, escuchamos cómo el apóstol Juan, al igual que Josué en la primera
lectura, le informó a Jesús que había una persona que expulsaba demonios en el
nombre de Jesús. Escuchamos cómo instó a Jesús a impedir que esa persona lo
hiciera, simplemente porque esa persona no estaba en el grupo de discípulos que
seguían a Jesús mientras viajaba. Como hizo Moisés a Josué, Jesús reprende a
Juan diciéndole que nadie puede hacer milagros en el nombre de Jesús si, al
mismo tiempo, puede estar en contra de Jesús.
Juan, al parecer, tenía envidia de la
persona que realizaba esos milagros y era posesivo de los beneficios que
proporcionaba ser un discípulo cercano de Jesús. Por lo tanto, instó a Jesús a
que impidiera que la persona realizara esas buenas obras. Jesús, sin embargo,
no tenía envidia de esta persona ni era posesivo del poder que este hombre
demostró de buena fe (Jesús vino para manifestar este poder en el mundo,
¿verdad?). Por lo tanto, se alegró de escuchar esta noticia e instruyó a sus
discípulos para que ellos también se alegraran de escucharla.
Observemos que en ninguno de los casos
se acusa específicamente a los "acusadores" de ser envidiosos, sin
embargo, sus acciones demuestran que la envidia estaba en la raíz de sus
acciones. Recordemos que el nombre "Satanás" significa
"Acusador" y que Satanás nos acusa constantemente porque nos tiene
envidia por el cuidado de Dios por nosotros. Quizás Jesús tenía esto en mente
después de que Juan hizo su acusación. Por lo tanto, decidió enseñar a sus
discípulos la importancia de erradicar el pecado (como la envidia) de sus
vidas.
Hermanos, debemos ser conscientes de
cualquier momento en el que consideremos necesario acusar a alguien de algo, ya
que nuestras acusaciones suelen estar motivadas por la envidia. El Papa
Francisco tiene esto que decir sobre la envidia: “Fue esta puerta, la puerta de
la envidia, por la que el diablo entró en el mundo. La Biblia dice: ‘Por la
envidia del diablo, el mal entró en el mundo’. Los celos y la envidia abren las
puertas a todas las cosas malas. También divide a la comunidad. Una comunidad
cristiana, cuando alguno de sus miembros sufre ... de envidia, celos ... acaba
dividida: unos contra otros. Este es un veneno poderoso. Es un veneno que
encontramos en las primeras páginas de la Biblia con Caín”. El Papa Francisco
ve la envidia (y la posesividad que se desprende de ella) como un veneno que
mata nuestra solidaridad y, por lo tanto, destruye nuestra comunidad, lo que
puede llevarnos a pecados aún mayores.
Quizás la envidia podría describirse
mejor como un cáncer: algo que se arraiga en nosotros y nos destruye desde
adentro. Si se ignora y no se trata, el cáncer nos matará. Así como no
ignoraríamos un diagnóstico de cáncer, sino que nos someteríamos a un
tratamiento para eliminarlo, también debemos reconocer la presencia de envidia
y posesividad en nuestro corazón y someternos al “tratamiento” para poder
eliminarlas.
¿Cuál es, entonces, el tratamiento para
eliminar la envidia y la posesividad en nuestras vidas? Miremos de nuevo las
escrituras. Ni Moisés ni Jesús están celosos porque se están haciendo buenas
obras más allá de su control. Más bien están agradecidos por el bien que está
ocurriendo sin ellos. La gratitud y un corazón generoso, por lo tanto, parecen
ser remedios para la envidia y la posesividad. Al dar gracias por las buenas
obras que hacen los demás (y no solo cuando las hacen por nosotros) y por las
cosas buenas que reciben, quemamos la envidia y la posesividad de nuestro
corazón. Un ejercicio espiritual muy famoso es la oración del “examen”. La primera
parte de este ejercicio es tomarse un tiempo para reconocer y agradecer el bien
que hemos recibido: reconociendo que todo el bien proviene de Dios. Al comenzar
de esta manera, eliminamos la envidia y la posesividad de nuestra oración y,
así, nos abrimos para recibir aún más de Dios.
Mis hermanos y hermanas, el pecado
todavía importa. Cuando toleramos el pecado en nuestra vida, incluso un pecado
aparentemente pequeño, como la envidia, permitimos que un cáncer crezca dentro
de nosotros, silencioso y siniestro: un cáncer que nos destruye desde adentro.
Tomemos valor, entonces, para emprender (o continuar) las buenas obras de
gratitud y generosidad para que todo pecado, especialmente los pecados de
envidia y posesividad, puedan ser eliminados en nosotros. Al hacerlo, no solo
preservaremos nuestra vida de los fuegos del infierno, sino que también descubriremos
lo que nos dice nuestro Salmo Responsorial: que “los mandamientos del Señor
alegran el corazón…” la alegra eterna que nos hace posible por el sacrificio de
Jesús… el mismo sacrificio que se nos hace presente aquí en este altar.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 25 de septiembre, 2021
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