Homilía: La Solemnidad de Pentecostés – Ciclo B
Hermanos, la semana pasada nos invité a
reconocer que la Ascensión, como momento culminante de nuestra redención, es
también la invitación a prepararnos para la venida del Espíritu Santo que nos
enviará en misión. Noté que, después de ver a Jesús ascender, los discípulos no
se quedaron asombrados de que nuestra glorificada naturaleza humana hubiera
sido elevada al cielo, sino que salieron a proclamar el mensaje absolutamente
extraño y poderoso que, a través de Cristo, Dios ha hecho posible que seamos
glorificados con él. La fiesta que llamamos Pentecostés es la celebración del
comienzo de esa misión y un llamado para que cada uno de nosotros se renueve en
nuestra respuesta a este llamado.
Esta semana, me gustaría sugerir dónde
podríamos comenzar en nuestra respuesta a este llamado. Sabemos, por supuesto,
que la misión que Jesús nos encomendó es “ir y hacer discípulos de todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo”. Ésta, por supuesto, es la misión perenne de la Iglesia: perenne porque
es constitutiva de la Iglesia misma. En otras palabras, la Iglesia es la
misión. Perenne también porque en cada época, para cada generación, este
mensaje necesita ser proclamado porque nadie recibe el evangelio de manera
innata (es decir, por generación natural), sino escuchándolo proclamado y
aceptándolo en su libre voluntad. Sin embargo, en nuestra época actual vemos
que el evangelio se ha proclamado ampliamente. Entonces, ¿cuál es, quizás, la
misión más específica a la que este Pentecostés nos llama?
Me gustaría sugerir que este
Pentecostés nos llama a una misión específica para trabajar hacia la unidad
entre los cristianos. Durante este último año, mientras he estado contemplando
el plan pastoral del obispo Doherty para nuestra diócesis, Unidos en Corazón, he estado tratando de imaginar los pasos que
debemos dar para cumplir este plan para convertirnos una vez más en una Iglesia
verdaderamente misionera. En este último mes, a menudo me he sentido convencido
de que uno de los obstáculos que enfrentaremos es nuestra desunión con otros
cristianos. Una de las características de la verdadera Iglesia de Dios es que
es una: es decir, que hay unidad entre los creyentes. Sin embargo, si miramos a
nuestro alrededor, vemos muchas comunidades que afirman ser "la verdadera
Iglesia de Dios". Si la "verdadera Iglesia de Dios" es una,
entonces, ¿cómo puede haber tantas comunidades diversas y no unidas que
reclamen este título? Este es un escándalo: uno que desacredita el Evangelio y,
por lo tanto, es un obstáculo para nuestra misión de “hacer discípulos de
todos”.
Recientemente, frequentemente he tenido
que pasar por un terreno abierto en Kokomo en el que hay un letrero que dice
"futuro hogar del Tabernáculo de Sión". No sé mucho sobre esta
organización, pero supongo que es una comunidad cristiana evangélica y que es
una comunidad distinta: es decir, no una que ya exista en Kokomo. Me
entristeció ver esto porque pensé, “de todas las comunidades cristianas en
Kokomo, estas personas, que se identifican como cristianas, no encontraron que
ninguna de ellas fuera satisfactoriamente cristiana y por eso decidieron que
necesitaban formar su propia comunidad para vivir auténticamente su fe
cristiana”. En otras palabras, pensé, "aquí hay otra 'astilla' en el
cristianismo en un momento en el que el cristianismo más necesita estar más
unificado". Por tanto, creo que uno de nuestros primeros pasos para llegar
a ser verdaderamente misionera una vez más es trabajar por la unidad entre
todos los que profesan el nombre de Jesús como Señor y Salvador de la raza
humana.
Un lugar importante para comenzar este
trabajo es reconocer que, si bien la expresión del cristianismo puede tomar
muchas formas diferentes, el cristianismo debe basarse en un principio de
unidad. Nuestro recuerdo del primer Pentecostés cristiano puede ayudarnos a ver
esta verdad. En la lectura de los Hechos de los Apóstoles, vemos que el
Espíritu Santo no borró las diferencias entre los pueblos, sino que empoderó la
única proclamación para ser escuchada en la diversidad de idiomas y culturas
del mundo. Lo mismo sigue siendo cierto hoy. No creo que el Espíritu Santo
quiera borrar las diversas expresiones del cristianismo que existen hoy. Sin
embargo, también estoy seguro de que el Espíritu Santo no desea que estas diversas
expresiones compitan entre sí. Más bien, estoy seguro de que desea que nos
reconozcamos en nuestras diversas expresiones y que busquemos estar siempre
juntos para proclamar a Cristo al mundo.
Verdaderamente, sin embargo, este es el
segundo paso en nuestro esfuerzo para llegar a ser misionera una vez más. El
primer paso, por supuesto, es nuestra propia renovación en la fe y nuestra
aceptación del mandato misionero de Cristo. Para hacer esto, debemos estudiar
la Biblia y el Catecismo, debemos orar y adorar juntos, y debemos hablar sobre
cómo compartimos este mensaje con los demás y comenzar a practicarlo. En otras
palabras, tenemos que sumergirnos continuamente en la vida espiritual para que
todo lo que hagamos provenga y apunte a la fe que profesamos.
Habiendo hecho esto, naturalmente
comenzaremos a interactuar más abiertamente con aquellos que profesan a Cristo,
pero que no comparten nuestro credo. Creo que esto sucederá naturalmente porque
estaremos tan cómodos con nuestra fe que invitará a conversar con otros y
conducirá a la interacción entre diferentes comunidades cristianas. En estas
discusiones, sin embargo, el objetivo nunca es hacer que un lado se adapte al
otro, sino más bien reconocer que nuestro Señor Jesús desea que sus discípulos
compartan la comunión entre sí y así se esfuercen por lograrlo en el poder del
Espíritu Santo.
Trabajando juntos, entonces, para hacer
que las almas conozcan y crean en Cristo, creo que comenzaremos a resolver
nuestras diferencias y, exteriormente, estaremos más unidos. Esta unidad
aumentará nuestra credibilidad como testigos del evangelio, empoderándonos así
para cumplir más completamente la misión que Cristo nos ha encomendado. Si,
como nos recuerda San Pablo, “fuimos todos bautizados en un solo cuerpo”,
entonces debemos presentarnos como un solo cuerpo, unidos en nuestra
diversidad, si esperamos que otros se unan a nosotros, a través del bautismo en
este Cuerpo de Cristo. Confiando en el poder del Espíritu Santo, esto puede
convertirse en una realidad.
Así pues, mientras celebramos esta gran
fiesta del Espíritu Santo, recordemos que lo que celebramos no es solo el final
de un tiempo litúrgico, sino el comienzo renovado de nuestro impulso misionero
de proclamar a Cristo a las naciones. Seamos, por tanto, valientes en la fe:
renovando cada día nuestro trabajo para ser santos y confiando en el Espíritu
Santo para guiar nuestra obra misionera; para que, unidos en el corazón de
Jesús, podamos ver un mayor florecimiento del reino de Dios entre nosotros.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 22 de mayo, 2021
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