Sunday, December 14, 2025

Seguridades de la segunda venida

 Homilía: 3o Domingo en el Adviento - Ciclo A

Muy a menudo, a lo largo de nuestras vidas, buscamos la aseguración de los demás. Esto comienza desde la más tierna infancia. Por ejemplo, un bebé se asusta por algo y empieza a llorar hasta que uno de sus padres lo consuela, asegurándole que todo está bien. Un niño pequeño tropieza y se cae aparatosamente. Incluso si siente un poco de dolor, a menudo mira primero a sus padres como si preguntara: "¿Cómo reaccionan mamá y papá?", "¿Es esto realmente grave o voy a estar bien?". Si los padres no reaccionan de forma exagerada y si el dolor no es intenso, el niño suele darse cuenta de que está bien y la caída no termina en lágrimas. O pensemos en cuando un niño va a la escuela por primera vez. Mientras camina hacia la escuela (alejándose de sus padres), a menudo mira hacia atrás, con la esperanza de recibir más muestras de cariño y aseguración de que todo estará bien al adentrarse en este nuevo y desconocido mundo.

En la edad adulta, esto continúa. Cada vez que nos enfrentamos a una dificultad o tragedia–por ejemplo, la pérdida de un trabajo, la muerte de un ser querido, la ruptura de una relación–instintivamente buscamos el apoyo de los demás–hermanos, primos o amigos cercanos–buscando consuelo y la aseguración de que de alguna manera superaremos la situación y que todo saldrá bien. De hecho, estoy seguro de que todos sabemos que lo primero que solemos decir cuando intentamos consolar a alguien que sufre una tragedia es: "No te preocupes. Todo va a estar bien. Vas a estar bien".

A veces, las muestras de seguridad que recibimos no se expresan con palabras, sino señalando pruebas que demuestran esa seguridad. Por ejemplo, si un joven se siente desanimado, un padre o mentor podría decirle algo como: "¿Recuerdas cuando pensabas que no podías jugar al fútbol, ​​pero lo intentaste y lo lograste?", o "¿Recuerdas cuando te costaba mucho una asignatura en la escuela, pero tu profesor te ayudó a superarla?", o "¿Recuerdas cuando terminaste una relación, oraste y Dios te ayudó a encontrar consuelo y fortaleza?". En estos momentos, las personas buscan tranquilizar a la otra persona mostrándole pruebas que alivian su ansiedad o que demuestran su resiliencia, asegurándole así que todo saldrá bien de nuevo.

En las Escrituras de hoy, encontramos ejemplos de ambos tipos de seguridades. En la primera lectura, Dios, a través del profeta Isaías, asegura al pueblo de Israel que será liberado del exilio y regresará a su tierra natal. No les da simples promesas de que "todo saldrá bien", sino que les anunció con firmeza señales y prodigios asombrosos que acompañarán este acontecimiento. El desierto florecerá, haciendo que el viaje de regreso a su tierra sea un camino de alegría y júbilo. Los ojos de los ciegos verán, los oídos de los sordos oirán, los miembros de los cojos se fortalecerán y las lenguas de los mudos hablarán, para que todos realicen el viaje con alegría y alaben a Dios, quien los ha liberado. (Por cierto, a Dios le debe gustar la señal de hacer florecer el desierto, ya que fue la señal que la Virgen de Guadalupe le dio a Juan Diego y al obispo Zumárraga, como recordamos con alegría hace un par de días). Esta profecía dada a Isaías muestra cómo Dios usó las palabras para asegurar a su pueblo que mantuviera la esperanza, pues su redención estaba cerca.

En la lectura del Evangelio, escuchamos cómo Jesús respondió a los discípulos de Juan, a quienes éste había enviado para hacerle la siguiente pregunta: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?". Jesús no respondió con palabras de seguridad, diciendo cosas como: "Sí, soy yo. No tienen por qué preocuparse ni buscar a otro". Más bien, respondió señalando las pruebas que les darían la certeza: "Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio". Juan y sus discípulos conocían las profecías de Isaías, y también estaban familiarizados con los milagros que Jesús realizaba y con sus enseñanzas. Por lo tanto, las palabras de Jesús les habrían infundido gran seguridad y cualquier inquietud sobre seguirlo se habría disipado.

Durante el Adviento, estamos llamados a buscar, a anticipar, y a prepararnos para la segunda venida de Jesús. Al hacerlo, recordamos las seguridades que hemos recibido de que él, en efecto, volverá. En primer lugar, recibimos estas seguridades a través de la palabra: como en la segunda lectura de la epístola del apóstol Santiago, en la que nos anima a tener paciencia llena de esperanza, “porque la venida del Señor está cerca”. En segundo lugar, se nos invita a recibir la misma seguridad evidencial del propio Jesús, al recordar los numerosos milagros que realizó, los cuales demostraron que él era “el que había de venir”. Más aún, en esta Misa, recordamos una seguridad aún más poderosa: el Misterio Pascual de la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Si bien los milagros y las enseñanzas de Jesús fueron una prueba evidente para Juan y sus discípulos de que Jesús era “el que había de venir”, la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús–todo lo cual él mismo predijo–es la seguridad evidencial para nosotros de que Jesús era “el que había de venir”, de que sus palabras siguen siendo verdaderas y fiables y, por lo tanto, de que su promesa de una segunda venida está asegurada. Además, el testimonio y las enseñanzas de los santos a lo largo de los siglos–incluidas las numerosas apariciones de Jesús y de la Santísima Virgen María–continúan proporcionando evidencia de la verdad de que la segunda venida de Jesús está asegurada.

Celebramos esta conmemoración anual porque, casi dos mil años después, es fácil que empecemos a perder la esperanza en su regreso. Por lo tanto, vinculamos nuestro recordatorio anual de esperar su segunda venida con la celebración del aniversario de su primera venida–es decir, su nacimiento como Emmanuel, Dios con nosotros–ya que es su primera venida la que nos da la mayor seguridad de su segunda venida.

Hermanos, al comenzar esta semana, y especialmente al centrar nuestra atención en la celebración de la primera venida de Jesús, dediquemos un tiempo a reflexionar sobre las muchas seguridades que hemos recibido de la presencia de Dios entre nosotros y de su segunda venida. Permitamos que estas seguridades renueven nuestra esperanza en su regreso. Porque, con una esperanza renovada, podemos afrontar con confianza los desafíos que enfrentamos a diario en este mundo, confiando en que, mediante nuestra perseverancia, veremos el cumplimiento de nuestra esperanza: una vida de gozo perfecto con Dios por toda la eternidad. (Esto, independientemente de si presenciamos su venida en esta vida o si nos encontramos junto a los coros de santos y ángeles cuando regrese.) Además, nuestra esperanza renovada nos fortalecerá para dar testimonio a los demás, especialmente a aquellos que viven sin esperanza en nuestra comunidad. ¿Qué mejor regalo podemos ofrecer que la esperanza en la venida de Jesús, quien transformará este mundo quebrantado y lo hará completamente nuevo?

Por lo tanto, demos gracias a Dios por estas seguridades de fe al ofrecer esta Eucaristía. Y al recibir fortaleza en cuerpo y espíritu de esta sagrada comida, comprometámonos nuevamente a ser testigos de esperanza en la venida del Señor para todos los que nos rodean. La Virgencita, Nuestra Señora de Guadalupe, es nuestra modela y protectora. Confiando en su intercesión, emprendamos esta buena obra y esperemos con confianza el regreso de nuestro Señor. ¡Ven, Señor Jesús!

Dado en la parroquia de San Patricio: Kokomo, IN – 14 de diciembre, 2025


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