Homilía: 29º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C
Hermanos, me encanta el comienzo del Evangelio de hoy porque va directo al grano de la lección sobre la que se nos invita a reflexionar. Decía: “En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola”. Aun con el punto principal tan claramente expuesto, vale la pena hacernos un par de preguntas: 1) ¿Por qué es tan importante recordar la “necesidad de orar siempre y sin desfallecer”? y 2) Si Dios lo sabe todo, ya sabe lo que necesitamos, y si es bondadoso, debería estar dispuesto a darnos lo que necesitamos cuando lo necesitamos; entonces, ¿por qué necesitamos orar?
Primero, la necesidad de orar siempre y sin desfallecer. Hay una historia de la Primera Guerra Mundial sobre un hospital en Francia que, debido a la guerra, tenía una escasez de enfermeras. En la sala de recién nacidos, había muchos más bebés de los que el personal de enfermería podía atender. Esto significaba que los bebés lloraban constantemente pidiendo más comida, que les cambiaran el pañal, o lo que fuera. Las enfermeras estaban desesperadas por atenderles, pero simplemente no podían. Sin embargo, lo que notaron fue que, después de cierto tiempo, algunos bebés simplemente dejaban de llorar, aunque no los hubieran atendido. Después de la guerra, algunos científicos estudiaron estas historias y concluyeron que los bebés simplemente se cansaban de llorar–es decir, de pedir lo que necesitaban... tan cansados que desistieron del esfuerzo.
Bueno, todos sabemos que los bebés funcionan casi completamente por instinto: sus mentes no están lo suficientemente desarrolladas como para tomar decisiones racionales sobre cómo comportarse. Lo que esta historia nos ilustra es que es parte de nuestra naturaleza humana cansarnos de pedir algo cuando, después de mucho tiempo, no obtenemos lo que pedimos. Si nos detenemos un momento, probablemente todos podamos recordar alguna vez en nuestra vida en la que pedimos algo repetidamente, pero no lo recibimos; y que, después de un tiempo, simplemente nos cansamos de pedirlo y nos rendimos. Quizás fue ese juguete que queríamos para nuestro cumpleaños o Navidad, o visitar ese parque de atracciones especial al que iban todos nuestros amigos pero a nosotros no nos dejaban ir, o quizás fue esa persona con la que queríamos salir, pero que siempre se negaba a salir con nosotros. Sea como sea, probablemente todos hemos tenido la experiencia de que nos negaran algo que pedimos repetidamente, solo para desistir de pedir porque nos cansamos de pedir.
Por lo tanto, Jesús debe instruir a sus discípulos (incluidos nosotros) sobre la “necesidad de orar siempre y sin desfallecer”. Él sabe que nuestra naturaleza es cansarnos y rendirnos, y por eso presenta esta parábola como motivación para seguir orando y pedir lo que necesitamos con la confianza de que Dios, nuestro Buen Padre, responderá a su tiempo. Como nos muestra la parábola, si incluso una persona malvada puede ser convencida de responder a una petición persistente–aunque sea por razones puramente prácticas y sin importarle quien la pide–entonces debemos confiar en que nuestro Buen Dios–que nos ama y desea nuestro bien–responderá favorablemente a nuestras peticiones cuando, por fe, persistimos en pedir.
Esto nos lleva a nuestra segunda pregunta: Si Dios lo sabe todo, ya sabe lo que necesitamos; y si es bondadoso, debería estar dispuesto a darnos lo que necesitamos cuando lo necesitamos; entonces, ¿por qué necesitamos orar? Es una buena pregunta, pero la respuesta no es evidente. Creo que todos nos preguntaríamos si un padre es bueno si lo viéramos resistirse a dar a sus hijos lo que piden–quizás incluso lo que ya sabe que necesitan–hasta que este demuestre su fidelidad pidiéndolo con insistencia. Entonces, ¿por qué parece que Dios, nuestro Buen Padre, hace lo mismo con nosotros?
Aquí, creo que san Agustín da una buena respuesta. En una carta a una viuda cristiana que le pedía consejo sobre la oración, san Agustín escribió: “Por qué nos pide que oremos, cuando sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, puede que nos confundamos si no nos damos cuenta de que nuestro Señor y Dios no quiere saber lo que deseamos (pues no puede fallar de saberlo), sino que desea que ejerzamos nuestro deseo mediante la oración, para que podamos recibir lo que se dispone a darnos. Su don es inmenso, pero nuestra capacidad es demasiado pequeña y limitada para recibirlo. Por eso se nos dice: ‘Amplía tus deseos, no lleves el yugo con los incrédulos’”. Continúa diciendo: “Cuanto más profunda sea nuestra fe, más fuerte nuestra esperanza, más grande nuestro deseo, mayor será nuestra capacidad para recibir ese don, que es inmenso”.
Con estas sabias palabras, descubrimos que nuestra percepción era demasiado estrecha. Nos preguntábamos si nuestro Dios es verdaderamente bueno si se resiste a las peticiones de sus hijos, cuando en realidad nuestro Buen Dios ve nuestra limitada capacidad para recibir el don que desea darnos y, por lo tanto, espera hasta que, mediante nuestra insistencia en pedir, nuestro deseo aumente, nuestra esperanza se fortalezca, nuestra fe se profundice y, así, seamos capaces de recibir el "don inmenso" que está dispuesto a darnos. En otras palabras, nos creemos listos para recibir el don en cuanto lo pedimos; pero Dios, que nos conoce infinitamente mejor que nosotros mismos, ve que no estamos listos y, por lo tanto, espera hasta que, mediante nuestra insistencia en la oración, nuestro anhelo por el don aumente con el tiempo nuestra capacidad para recibirlo.
Con esta comprensión, podemos ver claramente por qué Jesús sintió la necesidad de exhortar a sus discípulos a “orar siempre y sin desfallecer”. Sabía que no comprenderíamos que nuestra capacidad para recibir todo lo que Dios quiere darnos es demasiado pequeña, por lo que nos dio esta parábola para recordarnos que nuestra oración persistente sería tanto nuestro fiel testimonio de nuestra creencia en la bondad de Dios, como la manera en que aumentaríamos nuestra capacidad para recibir su don con el tiempo.
Sin embargo, la última pregunta de Jesús en el Evangelio revela su comprensión de nuestras debilidades. Aunque presenta esta gran parábola para animar a sus discípulos a “orar siempre y sin desfallecer”, siente la necesidad de preguntarse: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?” Aquí nuestro Señor da a entender que, cuando nos cansamos y dejamos de orar por lo que necesitamos, demostramos falta de fe en nuestro Buen Dios, quien nos dará lo que necesitamos cuando (como nos enseña san Agustín) seamos capaces de recibirlo. Por lo tanto, se nos recuerda que debemos abordar esta enseñanza con humildad: no creyendo que siempre seremos lo suficientemente fuertes para perseverar en la oración, sino sometiéndonos humildemente a la voluntad de Dios y pidiendo la fuerza para perseverar: una oración que Dios sin duda responderá.
Por eso, hermanos y hermanas, renovemos hoy humildemente nuestras oraciones por las necesidades más urgentes del mundo–para que la fe crezca entre nosotros, por la paz en todo el mundo, y por la justicia para todos y cada uno de nosotros–y comprometámonos a perseverar en la oración: para que un día tengamos la capacidad de recibir el “don inmenso” que nuestro Buen Dios anhela darnos, y para que el Hijo del Hombre, a su venida, encuentre fe: tanto en nosotros como en todo el mundo.
Dado en la parroquia de Nuestra Señora de los Lagos: Monticello, IN
19 de octubre, 2025
No comments:
Post a Comment