Homilía: 32º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo C
En mi homilía del Día de Todos los
Santos, reflexioné sobre cómo, cuándo le preguntamos a un niño: “¿Qué quieres
ser de mayor?”, le estamos pidiendo que nos revele sus esperanzas y sueños para
el futuro. Independientemente de su respuesta, lo qué nos están diciendo los
niños cuando dicen: “Quiero ser bombero”, o “Quiero ser enfermero”, o “Quiero
ser maestro”, o “Quiero ser madre/padre”, es que quieren ser “grandes”. En
otras palabras, cuando los niños admiran a las personas que viven en alguno de
estos roles y, por tanto, deciden que quieren emularlos, lo que admiran en
ellos es la percepción de grandeza; y los niños, cuando piensan en lo que
quieren ser cuando ser de mayor (no solo en lo que quieren hacer), siempre
piensan en ser grandes.
También reflexioné sobre el hecho de
que, desde una perspectiva cristiana, este llamado innato a la grandeza es la
forma natural de Dios de llamarnos a ser santos. Lo que quise decir con eso es
esto: cuando descubrimos la forma particular en que Dios nos está llamando a la
grandeza en nuestras vidas—es decir, la forma particular en que Dios nos está
llamando a dar la plenitud de nosotros mismos para el bien de los demás y a dar
testimonio de él—entonces hemos descubierto la manera que Dios ha planeado para
nosotros para llegar a ser santos. Cuando cada uno de nosotros descubre esto,
lo que estamos descubriendo es nuestra vocación.
En nuestra primera lectura de hoy, los
hermanos israelitas están siendo torturados por el rey seléucida, Antíoco
Epífanes, para quebrantar el mandamiento de Dios y así negar su fe en Dios. En
ese momento, estos hombres descubrieron que su vocación—es decir, su llamada a
la grandeza—era la de ser mártires: es decir, testigos de la existencia de Dios
y de su promesa de resucitar a una vida eterna sin sufrimiento a quienes le
permanecieran fieles por permaneciendo fiel a sus mandamientos. Su grandeza se
manifestó en su valor para sufrir las horribles torturas del rey sin negar a
Dios y su poder para resucitarlos a la vida, incluso después de la muerte. Esta
manifestación de grandeza es común a todos los santos de todo tiempo y lugar.
Al comenzar la Semana Nacional de
Consciencia de las Vocaciones aquí en la Iglesia en los Estados Unidos, es
bueno que tomemos un momento para reflexionar sobre el hecho de que Dios nos ha
llamado a cada uno de nosotros a la grandeza al darnos una vocación particular a
través del cual podemos llegar a ser santos y su reino puede crecer. Al
discernir (es decir, al buscar conocer) nuestra vocación, y luego al
esforzarnos por seguirla, nos abrimos para ser conducidos a los momentos en que
podamos manifestar el coraje heroico de los santos—es decir, el valor de permanecer
firmes en la fe a pesar de las amenazas a nuestra seguridad y bienestar—y así
manifestar la grandeza para la cual Dios nos creó. Por lo tanto, tomemos un
momento para considerar las diferentes vocaciones a las que Dios nos llama; y
consideremos cómo podemos discernir mejor nuestra vocación para abrirnos a ser
santos para Dios.
Dios nos creó a cada uno de nosotros
por amor y, como he dicho, nos ha llamado a cada uno de nosotros a una forma
específica de vida a través de la cual podemos ayudar a construir su reino y
convertirnos en santos. Esta llamada puede ser al matrimonio, al sacerdocio, a
la vida religiosa consagrada (es decir, a ser hermana o hermano religioso), o a
la vida sagrada de soltería. Todos los que han alcanzado la santidad lo han
hecho discerniendo el llamado de Dios y luego esforzándose por vivir ese
llamado lo mejor que pueden.
Siendo tan común la vocación al
matrimonio (común, por supuesto, porque es necesaria para continuar la vida
humana), es fácil que un joven piense automáticamente que puede ser llamado al
matrimonio. Sin embargo, esta vocación se discierne mejor cuando un joven
también ha considerado si Dios puede estar llamándolo al sacerdocio o a la vida
religiosa. Con demasiada frecuencia, un joven decide que se casará sin siquiera
considerar si Dios lo está llamando a otra cosa. ¡Esto es una tragedia! No
porque el sacerdocio o la vida religiosa sea de alguna manera mejor que el
matrimonio—son llamados igualmente valiosos—sino porque si un joven no
discierne bien su llamado (es decir, considerando todas las formas en que Dios
podría estar llamándolo), puede encontrarse insatisfecho con su elección de
vida, tentándolo a vivir una vida mediocre, en lugar de una vida de grandeza a
la que ha sido llamado.
Hoy, por lo tanto, insto
encarecidamente a nuestros jóvenes aquí a considerar todas las vocaciones a las
que Dios puede estar llamándolos. Les exhorto especialmente a discernir la
llamada al sacerdocio o a la vida religiosa. ¡Es una vida llena de aventuras y
la posibilidad de hacer muchas cosas grandes! Si Dios le está llamando a uno de
estos, le prometo que encontrará una gran satisfacción al perseguirlo. A
aquellos aquí presentes que ya están en el camino de una vocación particular,
les insto enfáticamente a que hagan todo lo posible para ayudar a los jóvenes
en sus vidas a considerar todas las formas en que Dios puede estar llamándolos
a la grandeza, para que puedan discernir el modo particular en que los llama a
cada uno de ellos, ayudándoles especialmente a discernir una llamada al
sacerdocio o a la vida religiosa. No son muchos los jóvenes que persiguen estas
vocaciones, ¡pero les aseguro que no es porque Dios no los esté llamando! ¡Él
los está llamando! Es, más bien, que no se les ha enseñado a escuchar el
llamado de Dios, ni se les ha alentado a responder o apoyado cuando lo hacen.
Aquí quiero hacer un reto específico a
nuestras comunidades hispanas. Ya he dicho esto antes, pero vale la pena
repetirlo: aquí en los Estados Unidos, si alguien tiene menos de 30 años y
profesa ser católico, es más probable que ese joven sea hispano que anglo. ¿Por
qué entonces nuestros seminarios y conventos están llenos de anglos? Parte de
la razón, sin duda, es un alcance inadecuado a las familias hispanas por parte
de los programas vocacionales. En nuestra diócesis, me esfuerzo por abordar ese
problema. Sin embargo, la otra parte importante del problema es que las
familias no están haciendo lo suficiente para animar y apoyar a los hombres y
mujeres jóvenes a discernir el llamado de Dios y seguirlo.
Entiendo que existe una presión única
para que los jóvenes hispanos aquí en los Estados Unidos trabajen y ganen un
salario para ayudar a mantener a sus familias tanto aquí como en su país de
origen. Sin embargo, debemos estar listos para confiar en que Dios cuidará de
nosotros cuando elijamos vivir para él. Este es el testimonio de los tres
hermanos en la lectura de hoy, ¿no? Cada uno de ellos estaba dispuesto a
entregar su vida a la muerte porque confiaba en que Dios, en quien ponía su fe,
lo resucitaría. Y aunque no lo leímos hoy, la historia también indica que su
madre fue obligada a quedarse parada y observar esta tortura. A pesar del dolor
que sintió en su corazón al ver torturar a sus hijos (y a pesar de que, con la
pérdida de sus hijos, estaría perdiendo su sustento), animó a sus hijos a
permanecer fieles, incluso al punto de la muerte. Siguiendo nuestra auténtica
vocación y animando a otros a hacerlo, sea cual sea la vocación, estamos
eligiendo vivir para Dios, como lo hicieron aquellos hermanos y su madre, y dar
testimonio de nuestra fe de que Dios no dejará de cuidarnos.
Mis hermanos y hermanas, al entrar en
esta semana para tomar conciencia de las vocaciones a las que Dios nos está
llamando a cada uno de nosotros, y específicamente a las vocaciones del
sacerdocio y la vida religiosa, comprometámonos a hacer dos cosas: 1)
esforzarnos para la grandeza, es decir, la santidad, en nuestras vidas, y 2)
animar a los jóvenes a discernir y seguir la vocación al sacerdocio o a la vida
religiosa como parte de su esfuerzo por descubrir su vocación. Y así como damos
gracias hoy por el don de la salvación que Dios nos ha ganado en el sacrificio
de su Hijo Jesús, demos también gracias por la vocación que nos ha dado. Al
hacerlo, daremos gloria a Dios; y su reino—es decir, su Iglesia aquí en el
mundo—crecerá entre nosotros.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 5 de noviembre, 2022
Dado en la parroquia de
Nuestra Señora de los Lagos: Monticello, IN y la parroquia de Nuestra Señora
del Carmen: Carmel, IN – 6 de noviembre, 2022
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