Sunday, March 22, 2015

Sea una semilla muriendo

          Bien, así que yo no escribí un blog acerca del fin de semana de Cursillo. No es porque no fue un buen fin de semana... la semana sin duda me ha escapado! Mis reflexiones tienen que venir en una fecha posterior, sin embargo, porque esta semana ya está ocupado. Definitivamente estamos orando por los mujeres quienes van a hacer el Cursillo el fin de semana que viene. Que Dios bendiga el equipo y los candidatos con su Espíritu!

          Una cosa que me quedó claro durante el fin de semana es que estoy continuamente siendo llamado a morir a mí mismo para que mi vida podría dar frutos abundantes para el reino de Dios. Que todos nosotros aceptar ser "semillas muriendos" para el reino de Dios, para que todos podamos conocer el gozo pascual de Cristo!

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Homilía: 5º Domingo de la Cuaresma – Ciclo B
          San Juan de Brebeuf era un jesuita francés y mártir del siglo 17. Se crió en Francia y fue allí que él entró en la orden de los jesuitas. Él era un buen estudiante y tenía oído para los idiomas. Su trabajo como estudiante (y más tarde como profesor) a menudo se ve obstaculizada por problemas de salud que tuvo que soportar. Juan iba a encontrar una nueva vida, sin embargo, cuando su superior le enviaría a trabajar en su misión en América del Norte. Pasó un par de años con la nación Algonquin en Quebec, pero luego sintió un llamado a salir a la misión aún sin explotar de la nación Huron.
          Esta fue una misión difícil y peligrosa. Difícil porque no había habido ningún contacto significativo entre el Hurón y los colonos europeos y así Juan y sus compañeros tuvieron que comenzar primero aprender su cultura y su idioma. Peligroso porque el Huron siempre estaban bajo amenaza de ataque de los iroqueses, una nación rival. Juan y sus compañeros perseveraron, sin embargo, y, finalmente, más de siete mil personas serían convertir al cristianismo a través de sus esfuerzos.
          Al mismo tiempo, la nación Huron estaba debilitando en sus defensas y los iroqueses fueron fortaleciendo. En 1649 los iroqueses lanzaron un feroz ataque contra la nación Huron. En este punto, Juan y sus compañeros estaban muy querido por el Huron y por lo que los instó a huir de su pueblo antes de los iroqueses llegó. Juan y sus compañeros se negaron, sin embargo, y con el tiempo fueron capturados, horriblemente torturados y asesinados.
          Este momento del ataque fue un momento liminal para Juan y sus compañeros. Fue un momento de decisión; una decisión que tendría un profundo impacto en el resto de su vida y el legado que dejarían atrás. Podrían haber respondido a la insistencia de los Huron y huyeron hasta que puedan regresar con seguridad; pero en su lugar se quedaron con su amado Huron hasta el final.
          En nuestra lectura del Evangelio de hoy, Jesús también se ha encontrado con un momento liminal. En ella algunos griegos vienen en busca de ver a Jesús. Cuando Jesús se entera de esto, dice algo extraño. Él dice: "Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado." Podríamos esperar que él contesta, "¡Qué bueno! Muéstrales a dentro" o "Diga a los griegos que he venido para los Judíos, así que no voy a verlos." La respuesta que Juan registra para nosotros en el Evangelio, sin embargo, no se espera; es decir, no menos que entienda lo que se había profetizado acerca de la venida del reino de Dios.
          En las profecías del Antiguo Testamento, se predijo que, cuando el reino de Dios se ha manifestado, todas las naciones (los judíos y los gentiles) correrían hacia Jerusalén y adorarían a Dios en su templo. Y así, cuando estos griegos (es decir, gentiles) vinieron en busca de Jesús, él sabía que el tiempo para cumplir su propósito había llegado. En otras palabras, esta petición aparentemente inofensiva era una señal a Jesús que su ministerio de la predicación y la curación estaba llegando a su fin y que ahora tiene que ir a morir a fin de redimir a la humanidad. Por lo tanto, todo el discurso que sigue a esas palabras—"Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado"—es una expresión de la realización de Jesús de lo que ahora debe suceder.
          Jesús revela algo del drama de este momento cuando dice "Ahora que tengo miedo." Tal vez él no esperaba que este momento llegaría tan pronto; y así la ansiedad por lo que tendrá que sufrir le agarra a él. Es un momento liminal para él: un momento de decisión. Sabía, sin embargo, que sufrir y morir por la salvación de la raza humana fue el propósito por el que fue enviado y por eso, a pesar de su ansiedad, se niega a alejarse—o incluso a pedir ser relevado de esta carga—y ora, más bien, que el Padre dale gloria a su nombre. En otras palabras, en lugar de tratar de protegerse a sí mismo, siguió a la voluntad del Padre hasta el final.
          Todos y cada uno de nosotros ha vivido un momento liminal en una forma u otra: un momento en el que el resultado positivo depende de si o no elegimos a huir de una situación peligrosa o incómoda o que aguantar hasta el final. Tal vez, sin embargo, a diferencia de Jesús o santos como Juan de Brebeuf, que hemos fallado a elegir el camino difícil—el camino del sacrificio de si y la incomodidad—en lugar de elegir la protección de si o la comodidad. Si es así, la Cuaresma nos ofrece la oportunidad de pedir perdón por estas fallas, así como la oportunidad de elegir de nuevo para seguir a Cristo—es decir, que "se aborrece a sí mismo" con el fin de se asegura para la vida eterna—que es el grano que muere, a fin de producir mucho fruto.
          Algunos años después de la muerte de San Juan de Brebeuf y sus compañeros nació una niña iroquesa que, a pesar de la resistencia de su familia y otras personas en su aldea, convertiría al cristianismo. Esta chica es la mujer que hoy conocemos como Santa Kateri Tekakwitha: la primera santa nativa americana. Ella es la primera de las joyas de la corona del martirio que San Juan y sus compañeros recibieron; que demuestra de hecho que el grano de trigo tiene que ser sembrando en la tierra y morir para producir mucho fruto.
          Por supuesto, es sólo Dios quién sabe qué fruta se produce cuando damos nuestras vidas por completo a él. La nuestra, de hecho, no es saber la fruta. Más bien, la nuestra es ser la semilla que está de acuerdo en ser sembrando y morir para que una cosecha abundante podría ser producido. Mis hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo para ofrecer una vez más a nosotros mismos para ser las semillas de Dios y este domingo marca un momento liminal en este tiempo santo: porque el próximo domingo comenzamos la Semana Santa. Por lo tanto, vamos a tomar la decisión hoy de ser “semillas muriendo” para Dios y así seguir a Cristo todo el camino a la Cruz; para que nosotros, también, podría llegar a ser glorificado con él en su gloria Pascual: la gloria que vislumbramos aquí en esta Santa Eucaristía.

Dado en la parroquia de San Jose: Rochester, IN – 21 de marzo, 2015

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