Homilía: 6º Domingo en el Tiempo Ordinario – Ciclo B
Hermanos, en estas semanas entre el
final de la temporada navideña y el comienzo de la Cuaresma de la próxima
semana, se nos ha presentado una imagen de Cristo que está haciendo algo nuevo.
En el tercer domingo del Tiempo Ordinario, escuchamos a Jesús proclamar que “se
ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca”, es decir, que ya había
comenzado la tercera era cristiana, aquel en el que finalmente se realizaría la
promesa que Dios hizo a nuestros primeros padres después de su pecado. Luego,
el cuarto domingo, escuchamos a Jesús enseñar en la sinagoga con su propia
autoridad, y cómo demostró su autoridad cuando expulsó el espíritu inmundo del
hombre en la sinagoga. El pueblo quedó asombrado ante esta “nueva doctrina” de
este hombre que “tiene autoridad” y tal vez comenzó a ver en Jesús a aquel de
quien habló Moisés: “Dios hará surgir en medio de ustedes… un profeta como yo.”
Luego, la semana pasada, el quinto domingo, escuchamos cómo Jesús entró en la
casa de Simón Pedro y sanó a la suegra de él (y, posteriormente, a cientos de
personas más de ese pueblo). Aunque a la mañana siguiente todos vinieron a
buscarlo, Jesús se negó a convertirse en espectáculo y prefirió, en cambio,
abandonar aquel lugar para predicar en otros pueblos. En verdad, era una “nueva
clase de profeta” y no se le podía limitar a ningún lugar.
Esta semana leemos una historia de inversión.
En nuestra primera lectura, escuchamos las palabras del Libro de Levítico, que
detalla lo que debe hacer alguien con una enfermedad de la piel. Aquí vemos un
microcosmos, por así decirlo, de la Caída. En el Jardín del Edén, nuestros
primeros padres pecan y por eso son marcados con la muerte. Dios, sin embargo,
es vida y la muerte no puede habitar en la presencia de Dios. Por lo tanto,
Adán y Eva son expulsados del Jardín y no pueden volver a entrar hasta que
hayan sido limpiados de esta “mancha” de muerte. La lepra, para la gente de la
antigüedad, era una señal exterior de que la muerte estaba tocando a una
persona. Cualquier persona marcada de esa manera no podía entrar al templo (el
lugar de encuentro con Dios) para ofrecer adoración. Así, la persona también se
convirtió en una amenaza para cualquiera que no estuviera tan marcado y
quisiera entrar al templo a adorar. Por lo tanto, el leproso tenía que
permanecer separado y declararse “impuro”, para que otros no fueran también
“contagiados” de muerte. Y, así como Adán y Eva, quienes no pudieron limpiarse
del pecado que les causó la muerte, así también el leproso no tenía manera de
limpiar la enfermedad de la piel por sí solo. Simplemente tuvo que orar para
que todo se aclarara y poder ser devuelto a la comunidad de adoración. Para un
judío del primer siglo, así era como funcionaba el mundo. ///
En el Evangelio escuchamos luego la
historia de la inversión. Primero, el hombre se acerca a Jesús (¡un movimiento
audaz para alguien que debía mantenerse a distancia!). Suplica a Jesús y Jesús
hace lo impensable: ¡lo toca! Pero, en lugar de que la inmundicia salga del
leproso y entre en Jesús, ¿qué sucede? La limpieza sale de Jesús hacia el
leproso: ¡una inversión total! ¿Y cómo lo sabemos? Porque, como dice la
Escritura, “inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio”. Después, Jesús le dice al hombre que “no se lo
cuentes a nadie”; en otras palabras, que ya no tiene que “gritar” sobre sí
mismo, pero ¿qué hace el hombre? Inmediatamente va y se lo cuenta a todos los
que conoce. Nadie andaba gritando “estoy limpio”, porque no era necesario. Pero
este hombre lo hace voluntariamente, revirtiendo su obligación de declararse “impuro”.
Finalmente, aunque el hombre ahora
puede volver a entrar al pueblo y unirse a la comunidad de adoración, ¡vemos
que Jesús no puede! ¿Pero está realmente excluido? ¡No! Porque, en lugar de que
todos se mantengan alejados de los que están fuera de la ciudad, ¡todos se
acercan a él! La presencia de Jesús hace que cada uno de ellos reconozca que
son "impuros", de alguna manera, y que no han podido llegar a ser
"limpios" por sus propios esfuerzos. Así, “se separan” del pueblo (y,
por tanto, de la comunidad de adoración) para encontrarse con Jesús y quedar
limpios. Y así vemos que Jesús toma nuestra historia de impotencia y la
revierte: demostrando una vez más que el tiempo del Reino de Dios, de hecho, ha
llegado. ///
Si nos detenemos y prestamos atención
por un momento, ¡vemos que esto es nosotros! El hecho es que todos estamos
oprimidos de alguna manera: es decir, todos tenemos algún tipo de lepra que nos
aliena de alguna manera. ¡Mira detenidamente! ¡Todos estamos “impuros” en
muchos sentidos! Y ninguno de nosotros es capaz por sí solo de limpiarse. De
ahí las buenas noticias que escuchamos hoy. ¡Mira lo que Jesús le hizo al
leproso! Revirtió por completo todo lo que lo alejaba. ¿Y cómo? Por su propio
poder divino, por supuesto. Pero ¿qué impulsó ese poder? Fue el hombre que
abrazó su lepra y dio un paso audaz para superarla. Este hombre vio su estado
de “opresión”, pero se negó a seguir siendo una “víctima” y se acercó a Jesús.
Y, a través de Jesús, su “opresión” fue superada.
Este, por tanto, es el mensaje para
nuestros días: no actúes como una víctima ante la lepra del pecado que hay
dentro de ti. Más bien, acepta tu lepra y haz algo para mejorarla. Reconoce que
eres un desastre, sí. Reconoce que eres un desastre porque la vida es dura y
llena de sufrimiento, sí; pero también porque has cedido a la mentalidad de
víctima y no siempre has tomado buenas decisiones. Ahora reconoce que hay algo
que puedes hacer al respecto y empieza a hacerlo. Ven a Jesús y sométete a su
voluntad, como el leproso del Evangelio: "Si tú quieres, puedes curarme".
¡Entonces ACTÚA! Si hay algo
desordenado en tu vida (de lo cual tú eres la causa), comienza a ponerlo en
orden. ¿Hay algún comportamiento mío que hace difícil que mi esposa/esposo me
ame más? Haga algo hoy para cambiar ese comportamiento. ¿Le hago difícil a mi
madre/padre mantener la calma conmigo porque me niego a ayudar cuando me lo
piden? Decide hoy escuchar y responder por amor a ellos. Y hay muchas otras
formas en las que cada uno de nosotros puede empezar a actuar hoy. Por
supuesto, no lo arreglaremos todo (todavía hay sufrimiento que simplemente
ocurre en el mundo), pero si empezamos hoy y nos centramos en las cosas sobre
las que tenemos control, al menos habremos mitigado gran parte de nuestro
sufrimiento auto-infligido, ¿verdad? ¡Eso no es nada!
¿Y todo esto por qué? Porque existen
víctimas reales, es decir, aquellas cuyo sufrimiento es severo y no auto-infligido,
y necesitan nuestra ayuda. Pero no ayudamos a nadie cuando nos revolcamos en
nuestra propia lepra, diciendo "pues no puedo por esto, por aquello y por
lo otro". Bueno, sí, tal vez "esto, aquello y lo otro", pero puedes
hacer algo. Sea lo que sea, debes hacerlo. Aunque sea sólo para gritar al
respecto. ///
Hermanos, en Jesús, nuestro largo
exilio ha sido revertido. Todo lo que nos mantuvo separados de Dios es volteado
y redimido. Pero si no actuamos, nunca nos daremos cuenta del todo. El primer
acto es creer: creer en el poder de Cristo para darle la vuelta. Por eso hoy,
al acercaros al Santísimo Sacramento, les invito a orar: "Jesús, si
quieres, puedes curarme". Porque, les aseguro, él lo quiere. Recibe, pues,
su curación; y sal contando a todos cómo Jesús te limpió; y luego poner orden
en tu vida para hacer los sufrimientos de la vida un poco más llevaderos para ti
y, por tanto, para quienes les rodean. Entonces comenzaremos a ver más
claramente la verdad que Jesús proclamó: que éste verdaderamente es el tiempo
del Reino de Dios.
Dado en la Parroquia de
San Jose: Rochester, IN – 11 de febrero, 2024
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