Homilía: 4º Domingo de Adviento – Ciclo C
Hermanos, nuestras escrituras de este
cuarto domingo de Adviento nos brindan una continuación del tema del domingo
pasado, en el que fuimos llamados a regocijarnos porque reconocemos que no
estamos solos, sino que el Dios todopoderoso está con nosotros. El domingo
pasado, nuestra celebración se coordinó con la celebración de la aparición de
María, Nuestra Señora de Guadalupe, y de cómo esa aparición señaló que Dios
está con nosotros aquí en las Américas. Nos regocijamos porque esta hermosa y
noble madre nos ha recibido como a sus hijos y ella ha prometido permanecer con
nosotros para que estemos siempre cerca de su Hijo.
Este domingo recordamos la primera
“aparición misionera” de María, cuando llevó la presencia del Señor a su prima
mayor, Isabel. La respuesta de Isabel fue la misma que la nuestra: se regocijó
de la presencia de María y de la presencia del Señor, a quien llevó en su seno.
Incluso Juan el Bautista, el infante en el vientre de Isabel, se regocijó con
la presencia de María y el Dios Encarnado, viviendo dentro de ella. Las
palabras de Isabel, "¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a
verme?", son la señal de que ella y su hijo se regocijaron porque se
dieron cuenta de que no estaban solos, sino que Dios estaba con ellos. Su
alegría fue espontánea, pero fue posible gracias a la esperanza de la llegada,
aunque no sabían cuándo sucedería. ///
Cuando todavía estaba en la universidad
en Michigan, antes de mi tiempo como seminarista, tenía una novia que vivía en
Michigan, cerca de la universidad. Cuando regresaba a Illinois al final de cada
período académico, estábamos separados por un tiempo. Nos manteníamos en
contacto, por supuesto, y a menudo hablábamos de lo ansiosos que estábamos de
que yo regresara a la universidad para que podemos estar juntos de nuevo.
Durante uno de estos descansos, un buen
amigo mío y yo tuvimos la oportunidad de asistir a un evento en Michigan.
Aunque el evento no estuvo muy cerca del lugar donde vivía mi novia, decidí
aprovechar esa oportunidad para sorprender a mi novia con una visita. Así que
mi amigo y yo hicimos nuestros planes: asistiríamos al evento y luego
conduciríamos inmediatamente hacia el norte para sorprender a mi novia. ¡El
plan funcionó a la perfección! Ella trabajaba en una tienda minorista de ropa y
yo llegué casi al final de su turno. Entré por la puerta y comencé a hojear la
ropa. Ella se fijó en mí y vino a ofrecerme ayuda. Rápidamente, ella me
reconoció. Sus ojos se iluminaron con sorpresa, soltó un chillido de alegría y
me dio un abrazo fuerte. No hace falta decir que ella estaba feliz de verme (y
yo estaba feliz de verla). ¡Sin duda, esto fue lo mejor que he hecho como
novio!
Sin embargo, la razón por la que mi
exnovia se llenó de alegría tan espontáneamente fue porque estaba ansiosamente
anticipando la próxima vez que pudiera verme. En otras palabras, vivió con la
esperanza de que volviéramos a estar juntos y que ella ya no se sintiera sola.
Por lo tanto, aunque aparecí inesperadamente, ella estaba lista para
regocijarse de que yo estuviera allí con ella.
Isabel era una judía fiel. Desde que
era joven, se le enseñó a esperar la venida del Mesías—el Señor, su Dios—y a
estar lista para regocijarse cuando él viniera. A lo largo de sus años, nunca
perdió este sentido de expectativa. Quizás los eventos milagrosos que rodearon
la concepción de su hijo—la aparición del ángel Gabriel a su esposo, Zacarías,
su silencio debido a su incredulidad y su concepción de un hijo en cumplimiento
de la proclamación del ángel—quizás estos eventos le indicaron a Isabel que
pronto sucedería la venida de Aquel por quien le habían enseñado a esperar. Sin
embargo, le sorprendió la llegada de María, que llevaba consigo al Dios
Encarnado en su seno. Todavía, debido a que vivió con la expectativa
esperanzada de esta venida, aunque no podía saber cuándo llegaría, ella (y el
infante en su vientre) se regocijaron de inmediato.
Hermanos, esta temporada de Adviento
nos ha estado recordando que cada uno de nosotros que nos llamamos “cristianos”
deberíamos vivir con la esperanza de la venida de nuestro Señor. Esto, no solo
durante el tiempo de Adviento, sino a lo largo de nuestra vida, para que,
cuando él venga, nos regocijemos de inmediato y estemos listos para correr
hacia él, como se regocijó Isabel cuando él llegó al vientre de María, y como
se regocijó mi exnovia cuando la sorprendí con mi visita. Necesitamos que el
Adviento nos recuerde porque, como se nos recordó el primer domingo de
Adviento, nuestros “mentes se han entorpecidos” de las angustias de nuestra
vida diaria.
Esta expectativa esperanzada se ve
reforzada por el hecho de que él ya ha venido a nosotros, por lo que terminamos
nuestra celebración del Adviento con la gran solemnidad de la Navidad. Isabel y
los demás judíos fieles de su tiempo solo tenían la promesa de los profetas de
la cual fortalecían su esperanza: Dios aún no había caminado con ellos como uno
de ellos. Nosotros, sin embargo, vivimos con la alegría de saber que el Dios
todopoderoso se ha convertido en uno de nosotros—es decir, uno con nosotros—para
salvarnos del sufrimiento incesante de este mundo abriéndonos un camino para
entrar en la vida con él en paz eterna. No solo esto, sino que él mismo
prometió que volvería y que se quedaría con nosotros hasta que regrese. Por lo
tanto, tenemos todas las razones para vivir con esperanza, listos para
regocijarnos cuando él venga.
Escuche, sé—y la Iglesia lo sabe—que
las cargas y los dolores de nuestra vida pueden abrumarnos. El mensaje de
Adviento de ninguna manera trata de descartar las dificultades reales que todos
experimentamos en nuestra vida diaria. Más bien, el mensaje de Adviento es un
recordatorio para que levantemos los ojos del mundo oscuro y lúgubre para mirar
esa luz, que brilla en esos lugares oscuros, que nos recuerda que hay una vida
más allá de las cargas y los dolores que estamos experimentando: una vida que
nos fue posible cuando Dios mismo se convirtió en un ser humano, nacido en una
cueva en las afueras de Belén.
Hermanos, los últimos días de Adviento
están sobre nosotros. Seguro que todos tenemos muchas cosas que hacer para
estar preparados para celebrar la Navidad. Sin embargo, en todo lo que hagamos
a lo largo de estos próximos días, volvamos nuestros ojos a Jesús y llenemos de
alegría estas actividades mientras anticipamos su venida. Estemos preparados
para dejarnos sorprender por Jesús y las formas en que nos muestra que está con
nosotros mientras esperamos su venida. De esta manera, nos prepararemos para
celebrar su venida y compartir esta alegre noticia con todos los que nos
rodean.
Que la Virgencita, Nuestra Señora de
Guadalupe, que prometió permanecer cerca de nosotros aquí en esta tierra, nos
guíe e inspire en esta obra gozosa.
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 18 de diciembre, 2021
Dado en la parroquia de
Nuestra Senora de los Lagos: Monticello, IN – 19 de diciembre, 2021
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