Homilía: Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
"¡Viva
Cristo Rey!" Este fue el grito de guerra de la rebelión cristera, que
luchó por restaurar la libertad religiosa en México en la década de 1920.
Después de la revolución de 1910, México promulgó una constitución que imponía
limitaciones estrictas a la Iglesia y sus sacerdotes. Al principio, estas
limitaciones no se aplicaron enérgicamente. Sin embargo, bajo el mandato del
presidente mexicano Plutarco Elías Calles, se implementó una estricta
aplicación de estas limitaciones, a menudo utilizando la violencia como medio
para hacerlas cumplir.
En
respuesta, los obispos de México suspendieron todo el culto público, con la
esperanza de que despertara los corazones del pueblo mexicano para responder a
las acciones injustas de su gobierno federal. Esto, junto con la creciente
violencia contra los católicos, condujo al levantamiento que se conoció como La
Cristiada. Esta rebelión luchó contra las fuerzas del gobierno para proteger a
los fieles de su violencia y restaurar la justicia por restaurar la libertad de
religión en su país.
El
Beato Miguel Agustín Pro fue un joven sacerdote jesuita que fue asesinado
durante esta persecución a la Iglesia bajo el presidente Calles. En 1911,
cuando Miguel tenía 20 años, fue expulsado de México por haber ingresado al
noviciado jesuita. Completó su formación en Bélgica y fue ordenado sacerdote en
1925. Sin embargo, padecía una grave dolencia de estómago. Por eso, no pudiera ir en misión a otros
países para los jesuitas. Al final, sus
superiores le permitieron regresar a su tierra natal, a pesar de las
persecuciones.
A
ese tiempo, las iglesias estaban cerradas y los sacerdotes estaban escondidos.
Por lo tanto, el padre Pro pasó el resto de su vida en un ministerio secreto
para los católicos mexicanos. Además de satisfacer sus necesidades
espirituales, también realizó obras de misericordia al ayudar a los pobres de
la Ciudad de México con sus necesidades temporales. Adoptó muchos disfraces
para llevar a cabo su ministerio secreto. En todo lo que hizo, permaneció lleno
del gozo de servir a Cristo y obediente a sus superiores.
En
1927, el padre Pro fue acusado falsamente de haber participado en un atentado
con bomba contra el presidente electo y se convirtió en un hombre buscado. Fue
traicionado ante la policía y condenado a muerte sin el beneficio de ningún
proceso legal. El día de su muerte, 23 de noviembre de 1927, el padre Pro
perdonó a sus verdugos, oró, rechazó valientemente la venda de los ojos y murió
con los brazos extendidos proclamando "¡Viva Cristo Rey!" ///
Hermanos
y hermanas, las persecuciones siempre tienen el efecto de polarizar a las
personas. Las persecuciones violentas a menudo revelarán la profundidad de la
fe de una persona, porque obligan a la persona a elegir un bando. Por lo tanto,
nadie se queda al margen. Esto es cierto para la persecución en México durante
el último siglo y para todas las demás persecuciones religiosas que han
ocurrido a lo largo de la historia.
Sin
embargo, hay otras persecuciones más sutiles que no polarizan a la gente de
manera tan absoluta. Estos, en cierto modo, son igualmente siniestros, porque
en lugar de tratar de matar al creyente con un golpe de espada, este tipo de
persecución desangra lentamente a una persona hasta la muerte haciendo miles de
pequeños cortes. Ni uno solo es suficiente para obligar a la persona a tomar
una posición y por lo tanto él o ella se ve obligada a someterse a menudo sin
darse cuenta de que lo que estaba ocurriendo.
Este
tipo de persecución no afecta a la persona de convicción, sin embargo. Al
primer corte pequeño, estos hombres y mujeres responden de inmediato. La
persona a la que más afecta este tipo de persecución, más bien, es la persona
tibia: es decir, la persona que no está profundamente convencida por sus
creencias y, por lo tanto, está congelada por el miedo a elegir el lado
equivocado, o indiferente porque de la apatía. Es este grupo tibiol que Jesús
está apuntando con su parábola hoy.
La
imagen que Jesús nos da es apocalíptica: es el fin de los tiempos y Jesús ha
venido a sentarse en su trono para juzgar, es decir, para polarizar a todos los
pueblos. Los separa en dos grupos: un grupo a su derecha, el otro a su
izquierda. El grupo de su derecha está compuesto por quienes vivieron lo que
proclamaron: es decir, que Cristo es Rey y que servirle es atender las
necesidades de su pueblo. Sin embargo, tenga en cuenta que el grupo de la
izquierda no está formado de perseguidores. Más bien está hecho de los tibios:
aquellos que, tal vez, proclamaron a Cristo como Rey, pero que no vivieron lo
que proclamaron, eligiendo más bien disfrutar de sus vidas cómodas en lugar de
atender las necesidades del pueblo de su Rey.
El
Beato Miguel Pro vivió como si lo que decía fuera cierto. Proclamó a Cristo
como Rey y entregó su vida al servicio de su Rey: primero haciéndose sacerdote,
luego sirviendo las necesidades del pueblo de su Rey por servir las necesidades
de los pobres, y finalmente entregando su vida en resistencia a las fuerzas que
estaban tratando de convencer a la gente de que Cristo no era Rey. A él, y a
hombres y mujeres como él, Jesús le da el nombre de "oveja".
¿Cuántos
de nosotros, sin embargo, vivimos como el grupo de la izquierda de Jesús:
llamándonos "cristianos católicos", pero luego resistiéndonos al
servicio que demuestra nuestras convicciones; prefiriendo en cambio nuestras
vidas cómodas? Si hemos venido aquí hoy para proclamar que Jesucristo es
Nuestro Señor y Rey del Universo, pero luego regresamos a casa y vivimos como
si eso no exigiera ciertas cosas de nosotros, específicamente, el servicio a
las necesidades del pueblo de nuestro Rey, entonces Jesús también tiene un
nombre para nosotros: “cabritos”.
Como
sabemos en otras partes de los Evangelios, Jesús no ama a los hipócritas. Fíjense,
él casi nunca condena a los perseguidores y pecadores públicos; más bien,
condena a los hipócritas: es decir, a los que profesan fe en Dios, pero luego
no viven de acuerdo con esa fe. Por eso, hermanos míos, debemos ser sinceros.
Si llamamos a Cristo Rey del Universo, entonces debemos vivir esa convicción:
proclamando su nombre, a pesar de las dificultades que nos puedan causar, y
viviendo desapegados de las cosas materiales al servicio de quienes sufren por
falta de ellas. Si lo hacemos, Nuestro Rey nos dará la bienvenida a la vida
eterna. Si no lo hacemos, nos dejará sufrir el castigo eterno.
Mis
hermanos y hermanas, la sangre del Beato Miguel Agustín Pro y miles más fue
derramada para proclamar la verdad de que Jesucristo es el Rey del Universo. Si
nuestro corazón está convencido de lo mismo, vivamos como ellos vivieron, para
que su sangre no haya sido derramada en vano y para acelerar la venida de
nuestro Rey y la vida bendita que nos ha prometido. Por tanto, hagamos nuestro
el grito de los mártires mexicanos y proclamemos con nuestras palabras y
nuestras acciones, ¡Viva Cristo Rey!
Dado en la parroquia de
San Pablo: Marion, IN – 21 de noviembre, 2020
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