Homilía: 5º Domingo en la Pascua – Ciclo B
Al final de la primera lectura de hoy,
después de escuchar acerca del regreso de Pablo a Jerusalén como seguidor de
Cristo (y el drama que siguió), Lucas escribió que “las comunidades cristianas
gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria… y se multiplicaban, animadas
por el Espíritu Santo”. Esta frase, “animadas por Espíritu Santo”, se puede
traducir también como “con el consuelo del Espíritu Santo”. Esta me llamó la atención y me pregunté: “¿A
qué se estará refiriendo esto?” y “¿Cómo sería esta animación o este consuelo?”
Me propuse encontrar respuestas a estas preguntas.
Encontré una respuesta en un artículo
de la autora Jeannie Ewing, en el que destacó cuatro “consuelos del Espíritu
Santo” que extrajo del libro del arzobispo Luis Martínez, Verdadera Devoción al Espíritu Santo. Descubrí que cada uno de
estos cuatro “consuelos” tiene algo que decir para describir la vida de la
iglesia primitiva (y por qué “se multiplicaban” a través de ellos), así como la
vida de la iglesia, aquí y ahora. Estos consuelos son: el Consuelo de la
Libertad, el Consuelo de la Unión, el Consuelo de la Esperanza y el Consuelo
del Dolor. Entonces, echemos un vistazo a cada uno de estos.
El consuelo de la libertad. Ciertamente
me parece que, en la iglesia primitiva, este consuelo fue una fuerza impulsora
de su multiplicación. Después de escuchar las buenas nuevas de Jesucristo, los
hombres y mujeres que llegaron a creer ya no se sintieron encadenados: ni por
el miedo a sus ocupantes romanos ni por el miedo a la élite religiosa. Más
bien, habiendo abrazado la verdad de Cristo y su redención, fueron liberados y
proclamaron con valentía el nombre de Jesús en todas partes: llegando incluso a
vender sus propiedades y vivir en comunidad para experimentar la plena libertad
de vivir en Cristo. Este consuelo del Espíritu atrajo a muchos que deseaban
experimentar la misma libertad.
Para nosotros este consuelo es
necesario para vivir plenamente nuestra vida como cristianos y las vocaciones a
las que hemos sido llamados. La libertad es esencial para vivir nuestra vocación.
Si perdemos este consuelo—es decir, si empezamos a sentirnos encadenados por la
vocación que una vez elegimos libremente—perderemos la fecundidad de nuestro
testimonio, que es la alegría. Sin esta fecundidad, otros que buscan el
consuelo de la libertad creerán que no se puede encontrar en una vida dedicada
a Dios y por eso buscarán en otra parte. Así, el consuelo de la libertad se
manifiesta en la confianza radical en Dios al vivir cada vocación: una
confianza que demuestra que la salvación en Cristo es lo único a lo que vale la
pena aferrarse en el mundo.
El consuelo de la unión. En la iglesia
primitiva, este consuelo era otro factor que atraía a la gente hacia ellos.
Para los miembros, el consuelo de la unión era un signo de seguridad: la unidad
de los creyentes era un refugio contra las tribulaciones del mundo y una fuente
de fortaleza dentro de ellos. Fue también un signo más de la gracia divina. Los
creyentes y los que se convirtieron se sintieron atraídos por el hecho de que
no había divisiones entre ellos (como entre los fariseos y los saduceos, por
ejemplo). Así, el consuelo de la unión fortaleció a los creyentes, al mismo
tiempo que atraía a otros a la fe.
Para nosotros hoy, no se me ocurre
ningún consuelo que pueda ser más necesario. En el mundo, la polarización y la
desunión parecen ser la moda del día. Sin embargo, fundamentalmente, el corazón
humano anhela ser visto, conocido y aceptado (o, es decir, en unión con otros).
Así, donde la desunión marca el día, se necesita el consuelo de la unión para
devolver al corazón humano lo que más verdaderamente necesita. Por eso, cuando
buscamos recibir y vivir el consuelo de la unión, no sólo daremos testimonio de
Dios, que es la unión misma, sino que seremos signo y fuente para los demás de
la unión que sus corazones desean.
El consuelo de la esperanza. En la
iglesia primitiva, este consuelo les dio fuerza para perseverar a través de las
muchas pruebas que les sobrevendrían. Esto se debe a que la verdadera esperanza—es
decir, la esperanza sobrenatural—es mucho más que un “buen sentimiento” sobre
el futuro, sino más bien una convicción de que lo que se anhela se realizará.
Por lo tanto, incluso cuando el Evangelio fue rechazado y estallaron las
persecuciones (pensemos en el martirio de Esteban), el consuelo de la esperanza
fortaleció a la iglesia primitiva para perseverar. Esa perseverancia fue un
testimonio para los demás de que había algo diferente y auténtico en su
esperanza, así como en el objeto de su esperanza.
Para nosotros hoy, este consuelo de la
esperanza tiene el mismo papel. Cuando permitimos que este consuelo del
Espíritu nos infunda, somos fortalecidos para perseverar en el esfuerzo de
construir el reino de los cielos—el objeto de nuestra esperanza—a pesar de que
el mundo parece cada vez más decidido a derribarlo. La victoria de Jesús sobre
la muerte en la Resurrección es la razón de nuestra esperanza. El consuelo de
la esperanza es nuestra fuerza para vivir en esta esperanza.
El consuelo del dolor. En la iglesia
primitiva, vemos que los discípulos encontraron un gran consuelo espiritual al
sufrir por el nombre de Jesús. Esto, por supuesto, suena absurdo para la
mayoría, pero, al haber sido testigo de que fue precisamente a través del
sufrimiento que nuestro Señor Jesús produjo la salvación, la iglesia se dio
cuenta de que seguir el camino del Señor conduciría al sufrimiento y que su
sufrimiento sería una participación en la obra redentora de los sufrimientos de
Cristo. Así encontraron consuelo en su dolor y, al testimoniarlo, atrajeron a
otros hacia ellos.
Para nosotros hoy es primordial dar
testimonio de este consuelo. El dolor es una parte inevitable de la vida. En
otras palabras, el dolor/sufrimiento es literalmente la experiencia humana más
común. El consuelo del dolor, por lo tanto (es decir, el consuelo de saber que
nuestro dolor es una participación en el dolor redentor de Cristo en la Cruz)
es un testimonio necesario para los demás de que (contrariamente al mito
moderno) el dolor no debe ser evitar a toda costa, sino abrazarlo pacientemente
(es decir, cuando no se puede evitar) para continuar la obra redentora de
Cristo en el mundo. Éste es el significado del dolor que todo aquel que lo
experimenta busca encontrar. Cuando abrazamos el consuelo del dolor, permitimos
que otros vislumbren el consuelo que anhelan sus corazones. ///
Queridos hermanos y hermanas, la “animación”,
o el “consuelo del Espíritu Santo”, permanece hoy con nosotros. Mientras
miramos más atentamente hacia Pentecostés y la celebración de la plena
manifestación del Espíritu en la iglesia, busquemos abrazar estos cuatro
consuelos del Espíritu Santo—libertad, unión, esperanza y dolor—según nuestra
vocación, para que podríamos disfrutar de la misma paz que experimentó la
iglesia primitiva y estar preparados para entrar plenamente en el reino de los
cielos cuando nuestro Señor—a quien encontramos en esta Eucaristía—regrese en
gloria.
Dado en la parroquia de
San Patricio: Kokomo, IN – 28 de abril, 2024