Sunday, December 29, 2024

El jubileo y su familia

 Homilía: La Sagrada Familia de Jesús, Maria, y Jose – Ciclo C

         Hermanos, tenemos mucho que celebrar hoy. En primer lugar, es la Octava de Navidad: los ocho días en los que celebramos el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador y Rey. En segundo lugar, es la fiesta de la Sagrada Familia: la “celebración dentro de la celebración” durante la cual honramos el hecho de que nuestro Señor Jesús vino a nosotros en medio de una familia—y no una familia cualquiera, sino una familia de los más grandes santos: la Santísima Virgen María y San José—honrando y elevando así la dignidad de todas las familias. En tercer lugar, estamos celebrando el comienzo del Año Jubilar. En la víspera de Navidad, el Papa Francisco inauguró este Año Jubilar abriendo las puertas del jubileo en la Basílica de San Pedro en Roma. Aquí en nuestra propia diócesis, el obispo Doherty celebró una misa esta mañana en su catedral en Lafayette inaugurando el Año Jubilar en nuestra diócesis. Y así, como dije, tenemos mucho que celebrar y mucho sobre lo que podemos reflexionar hoy. Me gustaría comenzar con el Año Jubilar.

         Espero que todos hayan oído algo acerca de este jubileo. Si no, les daré una breve descripción general. Desde el siglo XIV, la Iglesia ha observado “años jubilares”—años apartados para celebrar y renovar y reorientar nuestro discipulado misionero para el futuro. Aunque la frecuencia de estos años jubilares ha variado desde su inicio, en los tiempos modernos hemos apartado cada 25 años como año jubilar. Nuestro último año jubilar fue a principios del milenio, en el año 2000. Por lo tanto, al entrar en el año 2025, se acerca el momento de otro jubileo. Sin embargo, es importante señalar que, aunque estos años comenzaron a observarse en el siglo XIV, la idea de un año jubilar es mucho más antigua: se remonta a los tiempos del Antiguo Testamento.

         En los tiempos del Antiguo Testamento, como parte de la Ley Mosaica, Dios prescribía tanto un sábado como un jubileo para el pueblo y su tierra. Así como cada séptimo día debía ser un “sábado” para el pueblo—un día de descanso del trabajo según el modelo que Dios demostró cuando creó el universo—así también cada séptimo año debía ser un año de descanso para la tierra, durante el cual no debía cultivarse para darle a la creación un tiempo de descanso. Luego, después del séptimo sábado para la tierra (es decir, después del año 49), debía celebrarse un año de jubileo: un año adicional de descanso durante el cual debían llevarse a cabo muchas instrucciones especiales. Era verdaderamente un año de celebración y reinicio para el pueblo.

         Las instrucciones especiales eran las siguientes: 1) todas las deudas debían ser perdonadas; 2) todos los esclavos debían ser liberados; 3) se debía observar un año sabático; y 4) todos debían regresar a su patria. Si ahora mismo estás pensando: “¡Qué cosas extraordinarias se pueden pedir!”, estás entendiendo todo el peso del jubileo en los tiempos del Antiguo Testamento. Observa que las instrucciones especiales no estipulaban condiciones: las deudas debían ser perdonadas incondicionalmente, los esclavos debían ser liberados incondicionalmente, el sábado debía ser observado incondicionalmente y todos debían regresar a su patria incondicionalmente. No importaba si no estabas listo para perdonar esa deuda o liberar a ese esclavo o si no tenías suficiente grano almacenado o si sentías que podías regresar a su patria… El jubileo te llamaba a estas cosas y su observancia piadosa traería grandes bendiciones de Dios.

         Repaso todo esto hoy porque creo que estas instrucciones especiales a aquellos pueblos antiguos pueden ayudarnos a vivir este año jubilar hoy. También creo que tienen algunas cosas particulares que decirnos mientras celebramos esta fiesta de la Sagrada Familia y mientras consideramos una vez más cómo nuestras propias familias pueden crecer en santidad. En primer lugar, el año jubilar.

         Los dos primeros puntos del jubileo del Antiguo Testamento parecen ser perfectamente aplicables a nuestras propias vidas hoy. ¿Quién no tiene a alguien en su vida que le debe una deuda material o que tal vez le ha hecho daño de alguna manera? Estoy seguro de que todos tenemos a alguien así en nuestras vidas. Por lo tanto, todos podríamos beneficiarnos del alivio que podría ocurrir si perdonáramos esas deudas/heridas durante este año jubilar. Esto, por supuesto, podría ser muy difícil de hacer. Sin embargo, cuando entendemos lo que significa este perdón, podemos comenzar a encontrar la fuerza no solo para hacerlo, sino también para ver el gran poder que puede desatar en el mundo. El perdón de las deudas/heridas, en esencia, es un signo de esperanza confiada en que nuestra felicidad y prosperidad no dependen de una justicia estricta, sino más bien de la gracia de Dios. Por lo tanto, cuando perdonamos una deuda o una herida, estamos declarando con valentía que nuestra felicidad no depende de lo que recibimos de los hombres, sino de lo que recibimos de Dios. Así pues, podemos renunciar a cualquier pretensión que tengamos en este mundo, porque confiamos en que Dios nos restaurará todas las cosas en su gracia. Este año jubilar es una invitación para que recuperemos esta confianza en Dios y demos rienda suelta a esta gracia en el mundo.

         “Liberar a los esclavos” está, por tanto, estrechamente relacionado con el perdón de las deudas. Si alguien está en deuda con nosotros, en cierto sentido está esclavizado por nosotros: porque no es libre hasta que la deuda sea pagada o perdonada. Perdonar las deudas y las heridas es una manera de liberar a los esclavos durante este año jubilar y debería darnos una inspiración aún mayor para buscar la fuerza y ​​el coraje para perdonar. Sin embargo, podemos llevar esta idea más allá y considerar cómo podemos ayudar a otros a ser libres. Tal vez algunos sean esclavos de la pobreza y podamos ayudarlos a encontrar la libertad a través de la seguridad material. Tal vez otros sean esclavos de una adicción y podamos ayudarlos a liberarse de ella. Incluso otros pueden ser esclavos de la soledad y podemos ayudarlos a romper su esclavitud siendo compañeros para ellos. Tal vez estás viendo que estoy diciendo que las obras de misericordia son excelentes maneras de liberar a los esclavos durante el jubileo.

         Y no nos olvidemos de la falta de perdón o la esclavitud (al pecado) que podamos estar experimentando en nuestro interior. Este año jubilar puede ser una gran inspiración para perdonarnos por algún error del pasado o para buscar gracia adicional para liberarnos de algún pecado que nos ha esclavizado durante demasiado tiempo. Este año es un llamado a pedir con valentía esa gracia y a responder, confiando en el poder de Dios para traernos ese perdón y esa libertad.

         Las otras dos instrucciones del Antiguo Testamento para el jubileo también son útiles ahora. Aunque estoy seguro de que ninguno de nosotros puede simplemente dejar de trabajar durante un año entero, estoy seguro de que cada uno de nosotros puede mirar su vida y preguntarse: “¿Qué es lo que he estado haciendo que puedo dejar de hacer durante el próximo año para crear el espacio que necesito para celebrar este jubileo?”. Tal vez sea tan simple como comprometerse a hacer del domingo (o cualquier día de la semana) un día de verdadero descanso durante todo el año. Sea lo que sea, la idea es darle a tu vida un descanso de alguna manera durante este año, para que puedas participar de la celebración.

         Regresar a su patria es interesante, ¿no? Para los pueblos antiguos, esto significaba un regreso literal a la tierra de sus antepasados ​​y conectarse con sus raíces familiares. Era un recordatorio para cada uno de quién era y de cómo encajaba en la historia más grande del pueblo de Dios. Una oportunidad muy similar está hecha para nosotros. Tal vez no podamos regresar a nuestras tierras de origen, pero podemos reconectarnos con nuestras familias. Tal vez estemos alejados por alguna razón. ¿Podríamos perdonar algunas heridas que nuestros familiares nos causaron y reconectarnos durante este año jubilar? Hacerlo nos recordará nuestras raíces: no tanto como para obligarnos a sentirnos encadenados por ellas, sino más bien para entender quiénes somos para que podamos florecer en la forma en que realmente fuimos creados para ser: algo que solo podemos hacer cuando estamos firmemente afianzados en nuestras raíces.

         Y esto nos ayuda a reflexionar sobre la familia a la que honramos hoy, ¿no? Jesús, María y José son el modelo para vivir fielmente esta esperanza confiada en Dios: una esperanza que puede perdonar deudas, liberar a quienes están esclavizados a nosotros, dejar de depender de nosotros mismos y abrazar nuestras raíces (por complicadas que sean). Por eso, mientras los honramos hoy y nos esforzamos por crecer a su semejanza, los animo a todos a que dediquen un tiempo en meditación de la segunda lectura de hoy, ya que las instrucciones de San Pablo a los corintios parecen una síntesis perfecta de cómo abordar el trabajo que estamos llamados a hacer durante este Año Jubilar.

         Hermanos y hermanas, si nos esforzamos por vivir bien esto, nos convertiremos verdaderamente en los «peregrinos de la esperanza» a los que el Papa Francisco nos ha llamado a convertirnos en este Año Jubilar. Por tanto, retomemos esta buena obra; y comencemos dando gracias en esta Misa por las abundantes gracias que Dios derrama sobre nosotros para hacer fecundo este tiempo, para que podamos celebrar este jubileo con alegría: la alegría del Niño Jesús, que hoy llena nuestros corazones.

Dado en la parroquia de San Jose: Rochester, IN – 29 de diciembre, 2024

The Jubilee and your family

 Homily – The Holy Family of Jesus, Mary, and Joseph – Cycle C

         Friends, we have so much to celebrate today.  First, it is the Octave of Christmas: the eight days in which we celebrate the birth of Jesus, our Savior and King.  Second, it’s the feast of the Holy Family: the “celebration within the celebration” during which we honor the fact that our Lord Jesus came to us in the midst of a family—and not just any family, but a family of the greatest saints: the Blessed Virgin Mary and Saint Joseph—thus honoring and elevating the dignity of all families.  Third, we are celebrating the beginning of the Jubilee Year.  On Christmas Eve, Pope Francis inaugurated this Jubilee Year by opening the jubilee doors on Saint Peter’s Basilica in Rome.  Here in our own diocese, Bishop Doherty celebrated a Mass this morning at his Cathedral in Lafayette inaugurating the Jubilee Year in our diocese.  And so, like I said, we have so much to celebrate and so much upon which we can reflect today.  I’d like to begin with the Jubilee Year.

         Hopefully, all of you have heard something about this jubilee.  If not, I’ll give just a quick overview.  Since the 1300’s, the Church has observed “jubilee years”—years set apart for celebration and to renew and refocus our missionary discipleship for the future.  Although the frequency of these jubilee years has varied since their inception, in modern times, we have set aside every 25th year as a jubilee year.  Our last jubilee year was at the turn of the millennia in the year 2000.  Thus, as we enter 2025, the time for another jubilee is upon us.  It is important to note, however, that although these years began to be observed in the 1300’s, the idea of a jubilee year is much more ancient: stretching all the way back to Old Testament times.

         In Old Testament times, as part of the Mosaic Law, God prescribed both a Sabbath and a jubilee for the people and their land.  Just as every seventh day was to be a “Sabbath” for the people—a day of rest from labor after the pattern God demonstrated when he created the universe—so was every seventh year to be a year of rest for the land, during which the land wasn’t to be farmed so as to give creation a time of rest.  Then, after the seventh Sabbath for the land (that is, after the 49th year), a jubilee year was to be celebrated: an extra year of rest during which many special instructions were to be carried out.  It was truly a year of celebration and reset for the people.

         The special instructions were these: 1) all debts were to be forgiven; 2) all slaves were to be set free; 3) a sabbath year was to be observed; and 4) all were to return to their homeland.  If right now you’re thinking to yourself, “What extraordinary things to be asked for!”, you’re understanding the full weight of the jubilee in Old Testament times.  Notice that the special instructions did not stipulate conditions: debts were to be forgiven unconditionally, slaves were to be set free unconditionally, the Sabbath was to be observed unconditionally, and all were to return home unconditionally.  It didn’t matter if you weren’t ready to forgive that debt or release that slave or have enough grain stored up or felt like you could return home…  The jubilee called you to it and its pious observance would bring great blessings from God.

         I go through all of this today because I think that these special instructions to those ancient peoples can help us to live this jubilee year today.  I also think that they have some particular things to say to us as we observe this feast of the Holy Family and as we consider once again how our own families can grow in holiness.  First, the jubilee year.

         Those first two points of the Old Testament jubilee seem to be perfectly applicable to our own lives today.  Who here doesn’t have someone in their lives who either owes them an actual, material debt or perhaps has hurt them in some way?  All of us have someone like this in our lives, I’m sure.  Therefore, all of us could benefit from the unburdening that could occur if we would forgive those debts/hurts during this jubilee year.  This, of course, could be very difficult to do.  Nevertheless, when we understand what this forgiveness means, we can begin to find the strength not only to do it, but also to see the great power it can unleash in the world.  Forgiveness of debts/hurts, at its core, is a sign of confident hope that our happiness and flourishing does not depend on strict justice.  Rather, it depends on the graciousness of God.  Thus, when we forgive a debt or a hurt we are boldly declaring that our happiness does not depend on what we receive from men, but rather on what we receive from God.  Thus, we can let go of any claims that we have in this world, because we trust that God will restore all things to us in his graciousness.  This jubilee year is an invitation for us to reclaim this confidence in God and to unleash this graciousness into the world.

         “Setting slaves free” is thus closely connected to forgiveness of debts.  If someone is indebted to us, they are in some sense enslaved by us: for they are not free until the debt is either paid or forgiven.  Forgiving debts and hurts is a way of setting slaves free during this jubilee year and should give us even greater inspiration to seek the strength and courage to forgive.  We can take this idea further, however, and consider how we can help others become free.  Perhaps some are slaves of poverty and we can help them find freedom through material security.  Perhaps others are slaves to an addiction and we can help them break free from it.  Still others might be slaves to loneliness and we can help break their slavery by being companions to them.  Perhaps you’re seeing that I am saying that the works of mercy are great ways to set slaves free during the jubilee.

         And let’s not forget about any unforgiveness or slavery (to sin) we may be experiencing within ourselves.  This jubilee year can be a great inspiration to forgive yourself for some past failure or to seek additional grace to break free from some sin that has enslaved you for far too long.  This year is a call to courageously ask for that grace and to respond, trusting in God’s power to bring about this forgiveness and freedom.

         The other two Old Testament jubilee instructions are also helpful now.  Although I’m sure that none of us can simply stop working for a whole year, I am sure that we can each look at our lives and ask ourselves, “What is something that I have been doing that I can leave off for the next year so as to create the space that I need to celebrate this jubilee?”  Maybe it’s as simple as committing to make Sunday (or any day of the week) a day of true rest throughout the whole year.   Whatever it is, the idea is to give your life a rest in some way during this year, so that you can enter the celebration.

         Returning home is an interesting one, isn’t it?  For the ancient peoples, this meant a literal return to the land of their ancestors and to connect with their familial roots.  It was a reminder to each of who they were and of how they fit into the bigger story of God’s people.  A very similar opportunity is made for us.  Perhaps we can’t return to our homelands, but we can reconnect with families.  Perhaps we’re estranged for some reason.  Could we forgive some hurts that our family members caused us and reconnect during this jubilee year?  Doing so will remind us of our roots: not so much as to force us to feel shackled by them, but rather to understand who we are so that we might blossom in the way we were truly made to be: something we can only do when we are firmly secured in our roots.

         And this helps us to reflect on the family we honor today, doesn’t it?  Jesus, Mary, and Joseph are the model for living faithfully this confident hope in God: a hope that can forgive debts, set free those enslaved to us, leave off our self-reliance, and embrace our roots (however complicated they may be).  Thus, as we honor them today, and as we strive to grow in their likeness, I encourage you all to spend some time with the second reading today, as Saint Paul’s instructions to the Corinthians seem like a perfect encapsulation of how to approach the work we’re called to do during this Jubilee Year.

         In striving to live this well, my brothers and sisters, we will truly become the “pilgrims of hope” that Pope Francis has called us to become in this Jubilee Year.  Let us, therefore, take up this good work; and let us begin by giving thanks in this Mass for the abundant graces that God is pouring on us to make this time fruitful, so that we might celebrate this jubilee with joy: the joy of the Christ child, which fills our hearts today.

Given in Spanish at St. Joseph Parish: Rochester, IN – December 29th, 2024

Tuesday, December 24, 2024

All are called to come and rejoice

 

Homily: Solemnity of the Nativity of the Lord – Mass at Night

         My dear Sisters and friends, what a joy it is to celebrate this great feast with all of you as we declare with new joy and fervor that Christ our King has been born and, thus, that salvation from the everlasting darkness of sin and death has come to us.  Truly, something new and big has happened, in spite of the familiar form our celebration may take: for our King is born! and the world would never (could never) be the same again.  We have been preparing for this day for the last three-plus weeks, and rightfully so: for when a big celebration, like this, is to take place, there is much to do to prepare.

         Therefore, before I go any further, I feel like I should make a confession.  When it comes to all the hype and buildup of Christmas, I’m a curmudgeon.  Advent is a season to which I look forward and I look forward to it because it is an invitation to slow down, to be a little more quiet, to reflect, and to begin again.  Every year, however, the season is drowned in lights, winter holiday music, and the pressure to do more things.  Every year, I hope that this year will be different and every year I am disappointed that, once again, the world hasn’t decided to conform to my idea of Advent (I mean, “How rude!” am I right?).

         I am disappointed, also, because I always have big hopes of being more ready and more prepared for Christmas: hopes that, although sometimes unrealistic, almost never pan out the way I imagined.  That extra time in prayer that I hoped to spend was difficult to take and was often found unfruitful.  That creative idea for gifts for my family proved to be too time-consuming to be realized.  Christmas cards?  Yeah, I thought about them… a lot… for like three weeks… and I still didn’t send them.  Thus, after three-plus weeks of disappointment, I often find myself approaching Christmas feeling a little… let’s say… crabby.  (Anyone else out there with me?)

         The thing that tops it all off for me is that I always want to be well-prepared spiritually to celebrate this great feast day, and being crabby doesn’t make that easy.  Like most of you, I suppose, I take time to examine my conscience well so as to make a good confession during Advent.  Try as I may, however, to bring my soul in a pristine state of grace to the celebration of Christmas—so as to make of my heart a beautiful gift to Jesus on his birthday—I often find that I fail; and thus my heart, ever desiring to be lifted up in joy in this celebration, is weighed down by the weight of my sins.  I’m embarrassed that, on top of all of the other things that didn’t go my way in Advent, I couldn’t do even that much for Jesus.

         With this on my heart, I reflected again on this passage from the Gospel that we just heard and a glimmer of hope caught my eye.  It says there, “Now there were shepherds in that region living in the fields and keeping the night watch over their flock.”  These shepherds received the shocking and disorienting visit from the angel of God who brought the good news that the long-awaited one, the Messiah, had been born.  They—the shepherds “living in the fields and keeping night watch over the flock”—were given instruction for how they could identify this child, the Christ King, who had been born, and they then went to find him to pay him their homage.

         “Why is this a glimmer of hope?” you might ask.  “Why is it that these shepherds, living in the fields—these seemingly random folks to whom the angel of God appeared—are a source of hope for you?”  It’s exactly this: these shepherds were living in the fields, watching over the flock when they received this good news—this disorienting, yet exciting news—and then went to find this newborn King.  My guess is that they didn’t stop at home to shower and put on clean clothes before they found him.  Rather, they came to him as they were: dirty from their work in the fields and with the smell of the sheep clinging to them.  They came to offer him their homage and the Holy Family received them without fuss or condemnation (they were in a stable, after all!).  After their visit, they returned to their fields rejoicing that this royal family had received them, in all their uncleanliness and imperfection.  The hope that I felt—and still feel—is that Jesus our King is just as ready tonight to receive me and my homage, in all my uncleanliness and imperfection, in a similar way: without fuss or condemnation, just joy that, in my devotion, I have come.

         Sisters and friends, too often, I believe, we think that we can only come to Jesus if we are perfectly clean and put together.  Certainly, this is an ideal for which we should strive!  More important for us to remember tonight, however, is that Jesus wants us to come to him, regardless: even in our uncleanliness and imperfection.  This is hard, because so often we’re embarrassed by our failures.  Don’t worry, he sees us.  He wasn’t embarrassed to be born in a cave among livestock.  Therefore, he’s not going to be offended if we come to him with sin on our consciences, yet love in our hearts and a humble desire to give him homage.

         (I imagine that this very idea was a motivating factor for Saint Francis to create the first Christmas Crèche: to show to all that they didn’t have to be rich and well put-together to come and worship the Newborn King; but rather, that they could come as they are to do him homage with the confidence that they would be received with love and joy.  What an enduring gift Saint Francis has given to us!)

         My dear Sisters and friends, let us come to him, then, in all that is good in us and in all our imperfections and let us offer them to him as our gift, for in doing so we are offering him our most true selves.  I assure you, Jesus delights in this gift.  In return for this sign of humble devotion, he will give us his true self, which is life, and light, and the peace of knowing that we are loved by the God who created us and who is close to us even now.  Therefore, come, all of you, faithful, unfaithful, and everyone in between; come, and let us adore him.

Given at the Monastery of the Poor Clares: Kokomo, IN – December 25th, 2024

Sunday, December 22, 2024

Make haste to wait, watch, and listen

 Homily: 4th Sunday of Advent – Cycle C

          “Haste makes waste…” or so they say.  And what does that mean?  Well, this saying—or ‘proverb’, if you will—is simply stating that, for most people, most of the time, when one moves too quickly from thought into action it often times results in something being left undone or forgotten, and that one then must waste time and energy either to return to do what wasn’t done or to return to retrieve whatever was forgotten.  Now I know that I’m not alone when I say that I can speak to the truth of this, for I often find myself making haste to leave the office or the house because I’ve tried to do one too many things before leaving and then realize that I’ve either left something undone that should have been done or forgotten something that I needed.  And so I waste time (and make myself late) because I left in haste instead of taking some extra minutes to think about what I needed to do or retrieve before I left.

          Yet, in spite of the truth that rings out from this saying, over these past four weeks or so, we’ve all been bombarded with messages telling us to make haste.  All the way from the buildup to Black Friday to the days and weeks that followed, every outlet of media has been filled with messages urging us to make haste: “Sale ends…” “Three days only…” “Hurry before they’re gone…”  In contrast to the age-old proverb, retail businesses seem to be saying to us, “Make haste so that you don’t waste a perfectly good opportunity to get what you want.”  Yet all the while, the Church has been telling us to watch, wait, and listen. ///

          In our Gospel reading, the Virgin Mother makes haste to the hill country, to a town of Judah so small and insignificant that the Gospel writer didn’t even bother to name it.  She did so in order to visit her cousin Elizabeth: the barren one who was now in her sixth month of pregnancy.  Her hasty departure (the Gospel tells us that she left soon after she heard the announcement from the angel) probably meant that she left many things undone.  It is believed that Mary was about 15 years old when she conceived Our Savior by the Holy Spirit, and so it was likely that she was responsible for many things around the house.  Thus, it is very likely that the Virgin Mother’s haste made waste for others who needed to do what she left undone.  And would that be ok?  I mean, even though she is the Virgin Mother of God, does that mean that she could impose on her parents and their household so she, in her exuberance, could visit her cousin?  Perhaps, however, the blessing that the Virgin Mother was to bring to her cousin was more important than the cost of the journey and of what was left undone?  I guess, however, that since this is how the Scriptures have recorded it we just have to believe this to be so.

          But what if it really wasn’t waste at all?  You know for years, Mary waited, watched, and listened for the coming of the Messiah, God’s chosen one who would redeem his people.  Then, at the announcement of the angel, she was ready to move.  And so what looked like haste was probably not waste because she had already prepared herself to respond to whatever God’s call might be, and whenever (and however unexpectedly) that call would come.

          And so the question, then, comes to us: This Advent, have we been so hasty to get to Christmas that we’ve wasted our chance to prepare for his coming?  Have we been so focused on wrapping presents, sending cards, baking cookies, and decorating yards, trees, windows and (in some cases) cars that we’ve forgotten to wait, watch, and listen?  In other words, have we been so focused on getting to the red and green that we’ve failed to notice the violet?  …We’ve failed to notice the violet, haven’t we?  We’ve done it again, haven’t we?  We’ve wasted another Advent. ///

          If so, my brothers and sisters, I have good news for you.  There is still time.  For many of you who will be here on Tuesday afternoon, there are less than 53 hours of Advent remaining, but there is still time.  Nevertheless, the time that remains to prepare is short.  And so, my brothers and sisters, now is the time to make haste to wait, watch, and listen.  Now is the time to turn off the Christmas songs, to take off the red and green (and the jingle bells that inevitably go with it) and to welcome silence.  Now is the time to make haste to slow down your heart: to wait and listen for the sound of Mary’s greeting to hit your ears, announcing the arrival of her Son.  Now, my brothers and sisters, is the time to accept that everything that has ever needed to be done has been done: for Jesus has come, he is with us now, and he is coming again.  Let us, therefore, make haste to waste these next days in prayer, to look with anticipation to what is yet to come, and so be ready, when he comes, to leap for joy.

Given at St. Patrick Parish: Kokomo, IN – December 22nd, 2024

Sunday, December 15, 2024

A reason to rejoice (and repent)

 Homily: 3rd Sunday of Advent – Cycle C

         Friends, our readings for this third Sunday of Advent reminded me of a characteristic of our human nature that I found intriguing, because it seems to be one for which the Word of God has a solution.  So let’s consider it.

         For those of us who strive to live morally good lives, our natural reaction to falling into an occasion of bad behavior is to revolt against that behavior: that is, to say to ourselves, “That wasn’t good for me to do. I’m going to avoid doing that again.”  The interesting thing about this behavior is that our response only seems to work when we are reasonably sure that we won’t suffer the consequences for our past bad behavior.  For example, going too fast in your car in front of a police officer.  If the officer doesn’t pull you over, you may think, “Whew. That was close! I’m not going to do that again!”  You know that you won’t be punished for the bad behavior in the past, so you feel energized to avoid doing it again in the future, so that you don’t put yourself at that same risk again.

         If the bad behavior in the past is something that one can be punished for still in the future, our attitude can change.  Maybe I stole something valuable and kept it.  Many of us, of course, will be anxious about that and will avoid stealing anything else in the future.  It is within our nature, however, (as many others have proven) to consider it this way: “Well, I am going to be punished for this one bad act, so why not commit more of the same; the punishment, if it comes, will be the same either way.”  Most bad actors have lost their moral compass and truly believe that it is okay to continue with their bad behavior.  Yet there are some who have this attitude: “I’m going to be punished, either way, so why not enjoy the immediate benefits of continuing to do these things?”  It’s an attitude that I’ve heard some people express when they say, “Well, I’m going to hell anyway, so why not enjoy myself now?”

         This, of course, is a terrible attitude to have; but it is an understandable attitude if a person believes that there is no forgiveness for past offenses.  A person who believes that he/she can be forgiven of bad behavior in the past is very likely to abandon the bad behavior and so to strive to avoid it in the future, so as not to put themselves at risk for punishment again.  Our readings today are relatable to this situation.

         In the first reading from the prophet Zephaniah, we heard this: “Shout for joy, O daughter Zion! Sing joyfully, O Israel! Be glad and exult with all your heart, O daughter Jerusalem! The Lord has removed the judgment against you…”  “The Lord has removed the judgement against you…”  At the time that this was being written, the land of the Israelites was under threat from being conquered by the Babylonians and many prophets had informed the people that it would be because of their sins that God would allow them to be conquered.  Thus, the people lamented for their bad behavior.  Many of them, however, didn’t repent.  Rather, they thought, “Well, we’re going to be punished, anyway, so we might as well keep doing what we have been doing.”  This message from Zephaniah was sent to console the hearts of the ones who did repent as well as to call to repentance those who were reluctant to repent.  It was as if God was saying to them, “If you’re waiting to know if you’ll be forgiven (and, therefore, not punished), then here is the news you were waiting for: ‘The Lord has removed the judgment against you.’”  I imagine that this prophesy was received joyfully by those who were reluctant to repent and that most of them untied themselves to those who had already repented and joyfully turned to correct their behavior. ///

         Our Gospel reading then seems to provide the “next step” in regards to this.  Once someone knows that their bad behavior from the past will be forgiven (and not punished), they often want to know, “Well, what do I do now?”  This was the situation of those who had been baptized with the “baptism of repentance” of John the Baptist.  They believed John’s good news that the Messiah was coming and with him would be forgiveness for sins (“The Lamb of God who takes away the sins of the world”) and so they came to perform a sign of repentance for their past sins by being baptized by John.  Having done this, they then looked to John and asked, “Now what?”  They wanted to know, “How should we live our lives now that we have turned away from this bad behavior.  Thankfully, John had a ready answer.

         To the “crowds” of everyday folks who were coming to him, he encouraged giving alms (share from your surplus with those who lack the essentials).  To the tax collectors and soldiers, he exhorted them to be radically honest in their dealings.  To each and all, the basic message was the same: “Now that you’ve accepted the good news that your past sins will be forgiven, do not return to your sin!  John seems to be addressing that tendency in some of us to think, “Well, I’m just going to be punished anyway, so why not continue”, and encouraging us to recognize that we aren’t going to be punished and so to turn definitively away from that bad behavior so as not to fall into the threat of punishment again.

         Friends, this is both the fundamental Christian message as well as our specific message during Advent: “The Lord has removed the judgment against you”, and so we should definitively (and joyfully) turn away from our bad behavior and order our lives rightly once again.  This is such a happy message that the Church gives it to us on this third Sunday of Advent, whose theme is Gaudete—or “Rejoice”.  “Rejoice” because the judgement of the Lord has been removed from you.  “Respond” by joyfully abandoning your sin and serving the Lord fully and faithfully once again.  In doing so, we will have no need for fear when the Lord returns on the final day (even though the day itself will be a fearful thing to behold), but rather we will stand with heads raised, confident in the loving mercy we have received from our Savior.

         My friends, in these final ten days of Advent, I encourage all of you to strive to remain focused on this joyful good news: the Messiah has come to us to remove God’s judgment from us!  Therefore, we can (and must) leave our sin (our bad behavior) in the past and turn to serve God fully in our lives.  Where do we begin?  Start with the Works of Mercy.  We serve God whenever we serve the needs of one of our neighbors.  As an added benefit, when we are busy serving the needs of others (both in our families and beyond our families), we will have no time for sin 😊. 

         With all this in mind, let us respond today to the command of Saint Paul in the second reading and rejoice, especially in this Mass, in which we give thanks to God for the advent of his Son, Jesus Christ, which removed his judgement from us.  Then, with Mary and all the saints, let us go forward to serve God in our lives: both in our prayer and in our works of mercy.  May God be glorified in all that we do in thanksgiving for all that he has done for us.

Given in Spanish at St. Joseph Parish: Rochester, IN – December 15, 2024

Un motivo para alegrarse (y arrepentirse)

 Homilía: 3º Domingo en el Adviento – Ciclo C

         Hermanos, las lecturas de este tercer domingo de Adviento me recordaron una característica de nuestra naturaleza humana que me pareció intrigante, porque parece ser una para la cual la Palabra de Dios tiene una solución. Así que, considerémosla.

         Para quienes nos esforzamos por llevar una vida moralmente buena, nuestra reacción natural al caer en una situación de mala conducta es rebelarnos contra ella: es decir, decirnos a nosotros mismos: “No fue bueno que hiciera eso. Voy a evitar volver a hacerlo”. Lo interesante de esta conducta es que nuestra respuesta sólo parece funcionar cuando estamos razonablemente seguros de que no sufriremos las consecuencias de nuestra mala conducta pasada. Por ejemplo, ir demasiado rápido en el carro delante de un agente de policía. Si el agente no te detiene, puedes pensar: “¡Uf! ¡Estuvo cerca! ¡No voy a volver a hacerlo!”. Sabes que no serás castigado por la mala conducta del pasado, así que te sientes con energía para evitar volver a hacerlo en el futuro, de modo que no vuelvas a ponerte en ese mismo riesgo.

         Si el mal comportamiento del pasado es algo por lo que uno puede ser castigado en el futuro, nuestra actitud puede cambiar. Tal vez robé algo valioso y me lo quedé. Muchos de nosotros, por supuesto, nos sentiremos ansiosos por eso y evitaremos robar cualquier otra cosa en el futuro. Sin embargo, está dentro de nuestra naturaleza (como muchos otros han demostrado) considerarlo de esta manera: “Bueno, voy a ser castigado por este mal acto, así que ¿por qué no cometer más de lo mismo? El castigo, si llega, será el mismo de cualquier manera”. Bueno, la mayoría de los malos actores han perdido su brújula moral y realmente creen que está bien continuar con su mal comportamiento. Sin embargo, hay algunos que tienen esta actitud: “Voy a ser castigado, de cualquier manera, así que ¿por qué no disfrutar de los beneficios inmediatos de seguir haciendo estas cosas?” Es una actitud que he escuchado expresar a algunas personas cuando dicen: “Bueno, voy a ir al infierno de todos modos, así que ¿por qué no disfrutar ahora?”

         Por supuesto, esta es una actitud terrible, pero es comprensible si una persona cree que no hay perdón por las ofensas pasadas. Una persona que cree que se le puede perdonar su mala conducta en el pasado es muy probable que abandone esa mala conducta y se esfuerce por evitarla en el futuro, para no correr el riesgo de ser castigada nuevamente. Nuestras lecturas de hoy se relacionan con esta situación.

         En la primera lectura del profeta Sofonías, escuchamos esto: “Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha levantado su sentencia contra ti…” “El Señor ha levantado su sentencia contra ti…” En el momento en que se estaba escribiendo esto, la tierra de los israelitas estaba bajo amenaza de ser conquistada por los babilonios y muchos profetas habían informado al pueblo que sería a causa de sus pecados que Dios permitiría que fueran conquistados. Por lo tanto, el pueblo se lamentó por su mal comportamiento. Muchos de ellos, sin embargo, no se arrepintieron. Más bien, pensaron: “Bueno, vamos a ser castigados de todos modos, así que bien podemos seguir haciendo lo que hemos estado haciendo”. Este mensaje de Sofonías fue enviado para consolar los corazones de los que sí se arrepintieron, así como para llamar al arrepentimiento a los que eran reacios a arrepentirse. Fue como si Dios les estuviera diciendo: “Si están esperando saber si serán perdonados (y, por lo tanto, no castigados), entonces aquí está la noticia que estaban esperando: ‘El Señor ha levantado su sentencia contra ti’”. Me imagino que esta profecía fue recibida con alegría por aquellos que se resistían a arrepentirse y que la mayoría de ellos se desvincularon de los que ya se habían arrepentido y se volvieron con alegría a corregir su conducta.

         Nuestra lectura del Evangelio parece entonces proporcionar el “próximo paso” con respecto a esto. Una vez que alguien sabe que su mala conducta del pasado será perdonada (y no castigada), a menudo quiere saber: “Bueno, ¿qué hago ahora?” Esta era la situación de aquellos que habían sido bautizados con el “bautismo de arrepentimiento” de Juan el Bautista. Creyeron en la buena noticia de Juan de que el Mesías vendría y con él estaría el perdón de los pecados (“El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”) y por eso vinieron a realizar una señal de arrepentimiento por sus pecados pasados ​​al ser bautizados por Juan. Después de hacer esto, le acercaron a Juan y le preguntaron: “¿Y ahora qué?” Querían saber: “¿Cómo debemos vivir nuestras vidas ahora que nos hemos alejado de esta mala conducta?” Afortunadamente, Juan tenía una respuesta preparada.

         A la gente común que acudían a él, les animó a dar limosna (compartir de lo que sobra con los que carecen de lo esencial). A los publicanos y a los soldados, les exhortó a ser radicalmente honestos en sus tratos. Para todos y cada uno, el mensaje básico era el mismo: “Ahora que has aceptado la buena noticia de que tus pecados pasados serán perdonados, ¡no vuelvas a cometer tu pecado!”. Juan parece estar abordando esa tendencia que tenemos algunos de nosotros a pensar: “Bueno, de todos modos, me van a castigar, así que ¿por qué no continuar?”, y animándonos a reconocer que no nos van a castigar y, por lo tanto, a alejarnos definitivamente de esa mala conducta para no caer de nuevo en la amenaza del castigo. ///

         Hermanos, este es tanto el mensaje cristiano fundamental como nuestro mensaje específico durante el Adviento: “El Señor ha levantado su sentencia contra ti”, y por eso debemos definitivamente (y con alegría) alejarnos de nuestra mala conducta y ordenar nuestras vidas correctamente una vez más. Este es un mensaje tan feliz que la Iglesia nos lo da en este tercer domingo de Adviento, cuyo tema es Gaudete, o “Alégrense”. “Alégrense” porque la sentencia del Señor ha sido levantada contra ustedes. “Respondan” abandonando con alegría su pecado y sirviendo al Señor de manera plena y fiel una vez más. Al hacerlo, no tendremos por qué tener miedo cuando el Señor regrese en el último día (aunque el día en sí será algo terrible de contemplar), sino que, por el contrario, estaremos de pie con la cabeza levantada, confiados en la misericordia amorosa que hemos recibido de nuestro Salvador.

         Hermanos míos, en estos últimos diez días de Adviento, los animo a todos a esforzarnos por mantenernos enfocados en esta alegre buena noticia: ¡el Mesías ha venido a nosotros para quitarnos la sentencia de Dios! Por lo tanto, podemos (y debemos) dejar nuestro pecado (nuestra mala conducta) en el pasado y dedicarnos a servir a Dios plenamente en nuestras vidas. ¿Por dónde empezamos? Empecemos con las Obras de Misericordia. Servimos a Dios siempre que atendemos las necesidades de uno de nuestros vecinos. Como beneficio adicional, cuando estamos ocupados atendiendo las necesidades de los demás (tanto en nuestras familias como fuera de ellas), no tendremos tiempo para el pecado 😊.

         Con todo esto en mente, respondamos hoy al mandato de san Pablo en la segunda lectura y alegrémonos, especialmente en esta Misa, en la que damos gracias a Dios por la venida de su Hijo, Jesucristo, que nos ha quitado su sentencia. Luego, con María y todos los santos, avancemos para servir a Dios en nuestras vidas: tanto en nuestra oración como en nuestras obras de misericordia. Que Dios sea glorificado en todo lo que hagamos en acción de gracias por todo lo que Él ha hecho por nosotros.

Dado en la parroquia de San Jose: Rochester, IN – 15 de diciembre, 2024

Sunday, December 8, 2024

Adviento: una llamada para construir una "normalidad mejor"

 Homilía: 2º Domingo en el Adviento – Ciclo C

         Al principio de la pandemia, empezamos a describir nuestras conductas como una “nueva normalidad”. Poco después, yo mismo y muchos otros empezamos a ver una oportunidad en esta forma de pensar. Mientras muchos en los medios decían que la “nueva normalidad” implicaba restricciones de movimiento, distanciamiento social y otras limitaciones, yo empecé a preguntarme si la “nueva normalidad” podría ser en realidad una “normalidad mejor”, una en la que, a pesar de las limitaciones, nosotros, como sociedad humana, fuéramos mejores que antes.

         Menciono esto hoy porque nuestras lecturas sugieren que el Adviento es un tiempo para mirar hacia una “normalidad mejor” y esperar que llegue. Nuestra primera lectura, del libro del profeta Baruc, describe la profecía en la que se le dice al pueblo elegido de Dios (representado por la ciudad de Jerusalén) que, después de un tiempo de sufrimiento (que fue el exilio en Babilonia), serán restaurados como pueblo en su propia tierra. Sin duda, esto fue notable en sí mismo. Los israelitas en el exilio habían perdido la esperanza durante mucho tiempo de regresar a su tierra natal, por lo que esta profecía debe haber sido una sorpresa para ellos: una que los llenó de gran alegría.

         Sin embargo, la profecía continúa describiendo cómo la restauración de los israelitas a su tierra natal no sería simplemente una restauración de la “vieja normalidad”—es decir, la “normalidad” que disfrutaban antes del exilio—sino que sería una “nueva normalidad”, una “normalidad mejor”: una transformación en un pueblo cuyo prestigio y gracia se convertirían en objeto de admiración para todos los pueblos del mundo. Esto se simbolizaría con la concesión de un nuevo nombre a la ciudad representativa, Jerusalén. Ya no sería conocida como “fundamento de paz”, sino más bien como “Paz en la justicia y gloria en la piedad”: nombres que indican que el fundamento de la paz es la justicia, y que la gloria de la justicia es la verdadera piedad a Dios, que Dios quería restaurar al restaurar a su pueblo a su tierra natal.

         Tal vez el punto más importante de esta restauración—el establecimiento de lo “nuevo”, es decir, de la “mejor normalidad”—es la motivación que la impulsa. Aunque la lectura no indica explícitamente por qué Dios había decidido llevar a cabo esta restauración, parece indicar que es por su misericordia—es decir, su “sufrimiento de corazón”—hacia su pueblo elegido. En otras palabras, su motivación no es que los israelitas demostraran ser dignos, cosa que no habían demostrado, sino que, al ver su arrepentimiento, los había visto sufrir lo suficiente y, por lo tanto, deseaba poner fin a su sufrimiento y hacer de ellos un signo resplandeciente de su amor y misericordia para todo el mundo.

         Hermanos, es importante que escuchemos este mensaje hoy, tanto por la situación actual como, especialmente, porque estamos en la temporada de Adviento. Hace casi cinco años que vivimos las consecuencias de la pandemia. Aunque al principio se proclamaron con valentía que “estamos juntos en esto”, el tiempo ha demostrado que nos hemos vuelto aún más divididos que antes. Las últimas elecciones son, tal vez, una indicación de que ahora somos una mayor amenaza para los demás que antes de que comenzara la pandemia. Creo que podemos estar de acuerdo en que esta no es una “normalidad mejor” que la que dejamos atrás.

         También en nuestra Iglesia, la asistencia a misa y la practica a la fe católica aún no han vuelto a los niveles previos a la pandemia. El tiempo que pasamos sin asistir a misa, cuando nuestras iglesias estaban cerradas, llevó a muchos a considerar que no necesitaban asistir a misa y, por lo tanto, no han vuelto. Y los jóvenes, para quienes la fe debería ser una roca de estabilidad, siguen alejándose de la fe católica (y, cada vez más, recurriendo a las redes sociales) y están cada vez más desilusionados que nunca.

         Este mensaje, por tanto, es un mensaje de esperanza: Dios ha sido testigo de nuestro sufrimiento y, en su misericordia, desea restaurarnos. Y no a la antigua normalidad prepandémica, sino a una nueva y mejor normalidad en la que nos convirtamos en una luz resplandeciente de su amor y misericordia para el mundo. El hecho de que este mensaje nos llegue en el tiempo de Adviento es un recordatorio de que esta gracia de restauración ya nos ha llegado. En Jesús, Dios se hizo uno de nosotros para que la obra de restaurar nuestra naturaleza humana a su gloria original pudiera cumplirse en nosotros. Por eso, con gran solemnidad celebramos su nacimiento. Sin embargo, este tiempo nos recuerda que la manifestación plena de esta restauración aún está por venir, cuando Jesús regrese en la plenitud de su gloria para establecer la “nueva y eterna Jerusalén”: la plenitud del reino de Dios por toda la eternidad.

         El Adviento, sin embargo, es más que un simple recordatorio. Es también un llamado a la acción. Cuando Dios envió su promesa de restaurar a su pueblo elegido, fue porque vio su dolor por sus pecados y tuvo misericordia de su sufrimiento. Aunque no pudieron demostrar que eran dignos del perdón de Dios, demostraron su fe en su misericordia mediante actos de penitencia. Cuando Juan el Bautista comenzó su ministerio de predicación en preparación para la venida de Jesús, comenzó llamando a la gente a un “bautismo de penitencia para el perdón de los pecados”. Por lo tanto, ¡la preparación inmediata para la restauración misericordiosa de Dios de su pueblo es la penitencia! Lo mismo, por supuesto, se aplica a nosotros.

         Durante este tiempo de Adviento, estamos llamados a examinar nuestros corazones para ver de qué manera nos hemos alejado de Dios a través del pecado, no sólo porque tememos el castigo de Dios (que deberíamos temer), sino también porque el pecado nos aleja de la esperanzada expectativa de la segunda venida de Jesús, dejándonos así desprevenidos. Al reconocer y admitir nuestro pecado (especialmente haciendo una buena confesión sacramental), no sólo nos preparamos para su venida, sino que también la apresuramos. Estos actos de penitencia demuestran nuestra fe en la misericordia de Dios y por eso lo invocan para que responda como lo hizo con los israelitas en el exilio: tener misericordia de ellos y así terminar con su sufrimiento. Para nosotros, esto significa la segunda venida de Jesús. Por lo tanto, nuestro llamado es hacer el trabajo de despertar nuestros corazones del entorpecimiento que proviene de las preocupaciones de la vida diaria y reconocer y arrepentirnos de nuestros pecados, para que una vez más podamos esperar con gozosa anticipación el regreso de nuestro Señor.

         Hermanos, no descuidemos esta importante labor durante este tiempo de Adviento, pues a través de ella cooperaremos con la gracia de Dios para hacer realidad la nueva y mejor normalidad que Él desea para nosotros. Para lograrlo, sin embargo, debemos comenzar con el silencio. ¡Y esto es un trabajo duro! El mundo que nos rodea aumenta el ruido durante este tiempo: música, luces, adornos… miles de maneras de distraernos de la tarea de examinar nuestros corazones y volverlos al Señor. (Hay una razón por la que el único adorno para el Adviento que la Iglesia sugiere es una corona de Adviento: una corona sencilla con solo cuatro luces…) Debemos luchar contra esto planificando momentos diarios de separación de estos ruidos para cultivar la oración: tanto como individuos como familias, para que podamos aquietar nuestros corazones y encontrar allí un encuentro con Dios.

         Entonces, estaremos preparados para hacer una buena confesión, mediante la cual no sólo venceremos los efectos del maligno en nuestra vida, sino que restauraremos y renovaremos nuestra conexión con Jesús, preparándonos así para recibirlo cuando venga. A través de la confesión, también abriremos nuestro corazón para amar a los demás, impulsándonos a participar en la obra de construir una nueva y mejor normalidad: una en la que estemos más unidos que antes y la solidaridad nos mueva a compartir el bien que hemos recibido con todos los que nos rodean, especialmente los que sufren pobreza.

         Hermanos, nuestra Santísima Madre, María, es nuestro gran ejemplo y ayuda en esta buena obra. Esta semana, al celebrarla como la Inmaculada Concepción y honrarla bajo el título de Nuestra Señora de Guadalupe, pidamos sus oraciones y sigamos su ejemplo de fe humilde, para que también nosotros podamos regocijarnos con ella en la plenitud del gozo eterno, cuando su Hijo, Nuestro Señor Jesús, regrese en gloria.

Dado en la parroquia de San Patricio: Kokomo, IN – 8 de diciembre, 2024